El Bosque

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—¿Asuntos que atender? —repetí con un tono de incredulidad.

—Sí —dijo sin más explicaciones, como si fuera lo más natural del mundo.

Deseaba preguntarle más, pero me sentía intimidada.

—No deberías estar aquí —repitió, con ese tono de advertencia que hacía eco en el aire entre nosotros.

Mi respiración se aceleró, no tanto por el miedo, sino por la intensidad con la que me miraba. Había algo en él que me atraía y me asustaba al mismo tiempo. Sentía que, en cualquier momento, el suelo podría desaparecer bajo mis pies.

—Lo sé —respondí finalmente, sin poder apartar la vista de sus ojos dorados que parecían iluminar la oscuridad que nos rodeaba—. Pero no puedo volver.

Una sonrisa torcida apareció en sus labios, como si hubiera estado esperando esa respuesta.

—Entonces... ¿qué planeas hacer? —preguntó, dando un paso hacia mí. Su proximidad hizo que el aire a mi alrededor se sintiera más denso, como si el bosque mismo estuviera conteniendo el aliento.

Mi mente corría, buscando una salida o una respuesta que me hiciera sentir menos vulnerable.

—No lo sé —admití en un susurro, sorprendiéndome a mí misma con la sinceridad de mis palabras.

Él dejó escapar una risa suave, como si hubiera encontrado mi honestidad entretenida.

—Bueno —dijo, su voz baja y peligrosa—, creo que eso hace las cosas mucho más interesantes.

—No debería estar aquí —murmuré, más para mí misma que para él.

—Eso está claro —respondió, con una leve sonrisa, aunque había una mirada calculadora en sus ojos—. Pero, ¿cómo es que terminaste en esta situación?

No podía decirle la verdad. Él no necesitaba saber quién era ni de dónde venía.

—Solo... estaba buscando despejarme —respondí con cautela, bajando la mirada. Era una respuesta vaga, pero esperaba que fuera suficiente.

—¿Despejarte? —repitió, arqueando una ceja, como si no estuviera convencido.

No estaba segura de cómo responder sin decir demasiado.

—Bueno, no es tu obligación creerme, pero es la verdad —dije finalmente—. ¿Podrías al menos indicarme cómo salir de aquí?

Él me observó durante unos segundos, sus ojos dorados escudriñando los míos. Por un momento, pensé que me negaría la ayuda, pero finalmente asintió.

—No lo lograrías sola —dijo, seguro de sí mismo.

—¿Perdón? —pregunté confundida.

—Aunque te diera un mapa, no podrías salir de aquí sola. Este bosque no es lo que parece. Pero, por suerte para ti, te acompañaré.

Sorprendida por su ofrecimiento, lo seguí mientras avanzaba.

Después de una larga caminata, hablé. —¿Qué asuntos tendrías que atender aquí...? —pregunté.

— ¿Conoces la palabra discreción?—dijo con una sonrisa, esquivando la pregunta. —Digamos que tengo mis razones para estar aquí, pero esas razones no son de tu incumbencia.

Su respuesta evasiva me dejó con más dudas, pero preferí no insistir.

—Bueno, no seguiré molestándote —murmuré, aunque mi curiosidad aumentaba con cada paso que dábamos juntos. No sabía cómo sentirme, debería de sentir miedo pero lo que sentía era curiosidad.

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