~II~

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Capítulo II

Día 154

Hoy es noche de espectáculo, aunque yo la llamaría más algo como tortura sádica, estoy sentada en la parte superior de las gradas que rodean tres de los lados del cuadrilátero, por mucho tiempo que lleve asistiendo a estos eventos, y pese a que me he ido acostumbrando cada vez más a visionar la brutal violencia y la sangre de una amplia gama de colores derramada, sigue sin gustarme presenciar los combates, especialmente de cerca, de ahí el que me haya alejado tanto como es posible.

Admito que hay cierta emoción electrizando el ambiente que puede llegar a ser fácilmente contagiosa, sería sencillo dejarse hipnotizar por ella y unirse a los canticos de guerra de los espectadores sedientos de acción, de algo que rompa la monotonía opresiva que es ahora nuestras vidas, pero supongo que no llevo aquí lo suficiente como para que mi moral se haya corrompido del todo, para ser capaz de apartar el conocimiento de cuál es el verdadero motivo de todo esto, de quienes somos y quienes están mirando por encima de nosotros desde sus palcos privados, para quienes se organiza esto de verdad, así que solo me quedan nauseas, sentimientos retorcidos y amargos que me asfixian.

Todo sería más fácil si el consentimiento no estuviera tan borroso en este lugar.

No puedo evitar cuestionar si de verdad disfrutan de luchar y quieren hacerlo o solo participan porque es la única forma de mejorar mínimamente tu vida aquí dentro, de esperar algo más que no sea morir y pudrirse aquí dentro.

Veo como dos guardias vestidos de negro de pies a cabeza arrastran al perdedor fuera del ring, quién ha perdido la consciencia tras recibir una patada en la cara. Dos nuevos participantes son presentados por megafonía, o al menos eso creo que hacen basándome en los gritos frenéticos del público, que se avivan cuando un hombre de piel roja y cabello llameante aparece, los de sus clase son muy comunes en los combates, son fuertes y resistentes, pero quien capta mi atención es el siguiente luchador en llegar, luce... humano, desde aquí arriba no soy capaz de apreciar en él ningún color o rasgo que luzca fuera de lo solía ser para mi ordinario, con su cabello negro y la piel clara, no puedo distinguir si en sus ojos oscuros hay pupilas o no, pero jamás ha habido nadie como los guardias o como yo luchando, y no he visto ningún otro tipo de prisionero que sean tan parecido a un humano como ellos, siempre tienen algún rasgo demasiado divergente, y el nuevo participante no parece tenerlo.

Es la primera vez que odio que no haya pantallas orientadas al público más lejano retrasmitiendo el combate para que podamos ver bien el desarrollo de este, por eso los asientos inferiores son tan codiciados y disputados, lo que si hay son altavoces que retrasmiten la crudeza del combate en cada rincón de este lugar, para que todos podamos oír sin problema cada crujido y chasquido, así que cuando el pelinegro maldice en español al ser golpeado, puedo oírlo y entenderlo a la perfección.

El corazón me da un vuelco y se acelera tanto que incluso me mareo mientras me inclino en mi asiento, tratando de ver más de cerca la pelea. Nunca había estado tan inmersa en el del desarrollo de un combate, encogiéndome en mi asiento cada vez que el posible terrestre recibe un golpe y celebrando internamente cada vez que consigue atinar uno a su contrincante. No entiendo mucho sobre estas cosas, pero si puedo distinguir con vaguedad sus estilos de lucha, está claro que el pelinegro es todo gracilidad y precisión frente a la brutalidad y volatilidad de su oponente.

Este es el último combate de la noche así que en cuanto se da por finalizado, con el pelinegro como vencedor, me precipito escaleras abajo esquivando presos que se desperdigan en todas direcciones, tratando de alcanzarlo antes de que sea demasiado tarde y se pierda entre la marea de personas para siempre.

AyrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora