XXV

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Era abril y aun esperaba que el tiempo me curase de todas esas sonrisas que habían sido arrebatadas de mi vida mientras la lluvia se presentaba cómo una estación eterna en mi cuerpo. Los recuerdos de cada grito y cada golpe que aun se conservaba bajo mi piel como recuerdo de las espinas que muchas veces existían hasta en las rosas más hermosas.

Un lánguido suspiro salió de mis labios mientras veía con detenimiento cómo las rosas eran consumidas por toda esa vida que se había escapado con la memoria de cientos de sueños despitados, caricias hasta el amanecer y tangos que se convertían en la única melodía en nuestro corazón.

¿Estás bien?—me preguntó Amelia llamando mi atención mientras un par de lágrimas se mezclaban con la lluvia de hoy, asentí antes de quitar mi vista de esas rosas marchitas que habían llegado en nombre de esos besos malditos que aún estaban tatuados en mi norte aunque así no lo deseara —No lo entiendo —admitió haciendo que yo la mirara dudosa por lo que estaba diciendo —¿Cómo puedes extrañar a alguien como ella?—manifestó y yo solo me limité a agachar mi mirada de sus ojos sentenceando cada uno de mis actos pasados, me removí nerviosa en mi silla porque ni siquiera yo podía encontrar una respuesta a ello. —Pudiste haber muerto a su lado —concretó enojada ante todas esas verdades que ella había descubierto ante la obviedad del tiempo y todos esos dibujos que salían de las líneas del marco de la realidad—¿Cómo pudiste ser tan tonta y dejar que te destrozara de esa forma?—mis lágrimas no tardaron en mezclarse con el aire del invierno que había sido mi vida durante tanto tiempo —

No lo sé —fue la única respuesta que se mostró en mis labios dejando que Amelia finalmente me dejara a solas mientras que las cometas en el cielo de aquellos sueños que jamás volverían a ser fueron parte de las dudas que me consumían una y otra vez, volví a suspirar ante todos esos recuerdos escondidos en todas esas madrugadas que se mostraban como las olas de cada mañana que habí vivido bajo la resignación de palabras que herían más que los propios golpes del destino.

Mis dedos dudosos se atrevieron a acariciar aquella estrella que se encontraba en mi muñeca en representación a esa ilusión que se había convertido en un proverbio inolvidable.

Mi memoria solo se atrevía a recordar aquella promesa que había salido de mis labios tantas veces con la luna de testigo, nuestros miedos a flor de piel y la noche acompañando cada verso.

Vamos a querernos toda la vida —susurré con las lágrimas cubriendo mi corazón destrozado—Vamos a querernos en cualquier vida —musité quitando esas gotas indiscriminadas que no debían salir de mis pupilas pero seguían siendo cubiertas bajo su nombre.

Las mil palabras que nunca adquirieron voz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora