Las gotas de lluvia y el viento mañanero chocaban contra la ventana fuertemente. El día aún estaba oscuro, aún no había amanecido y era raro que él se hallase levantado a esa hora, generalmente las sábanas le mantenían sujeto a la cama aún después de que el molesto y odiado sonido de la alarma de escucharla en toda su habitación; especialmente por el frío clima de la temporada de otoño que en ocasiones le regalaba bellos paisajes.
Tenía planeado ir al hospital cuando la lluvia parase, por el contrario, la lluvia había comenzado desde altas horas de la madrugada y aún no había terminado. Miró el tiempo en su celular -cosa que rara vez hacía, pues lo hallaba como algo inútil- que le indicaba que estaría nublado todo el día con una baja temperatura.
"No estás obligado a venir si no lo deseas..."
De pronto las palabras del rubio cruzaron su mente y un sentimiento de duda floreció en él. Siempre le veía de lejos tratando de ligar con alguna chica de donde fuera que fuese bonita; más tarde le vió acompañado por un pelirrojo de muy malas pintas. Les vio ser melosos cerca de las instalaciones de la universidad, en el momento en que le vió en la camilla de hospital pensó que aún estarían juntos y que aparecería en cualquier instante. Se había equivocado.
No sabía por qué lo hacía, quizás sólo un deseo de ayudar al que fue su compañero de universidad o sólo por comprensión. Se dedicó a pensar unos minutos; ellos ya no estaban juntos y el comportamiento del ojiazul era muy extraño y confuso. No era psicólogo, pero comprendía que no era culpa de la sociedad tóxica en la que vivían, alguien le había hecho mucho daño.
Pensó en señalar a aquél pelirrojo como un posible sospechoso, sin embargo, el hecho que ya no estuviesen juntos no señalaba nada, no tenía que haber sido él quién le había dañado.
Con calma y tranquilidad se levantó de su cómodo sillón y apagando la televisión tomó camino con dirección a la puerta aún muy pensativo. Se colocó su abrigo largo y negro y salió, sin importarle mucho la lluvia, que empezaba a calmarse.
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Miró con tranquilidad la ventana que estaba empapada parcialmente por fuera, con pequeños y delgados hilos de agua deslizándose por el vidrio, al igual que sus dedos fríos que tocaron con curiosidad el frío cristal. Observó el cielo, aún gris. Odiaba el frío y éste comenzaba a meterse por la rendija de la puerta. Se volvió a meter entre las blancas sábanas, para intentar dormir un poco más.
Miró el reloj en la pared, quedando inverso en el tic-tac que sus manecillas hacían al caminar por los segundos y minutos.
Cuando se recostó en su lado izquierdo recordó las marcas rojizas y un poco moradas alrededor de todo su cuerpo. Adornaban su piel como un premio de consolación después del trato sufrimiento por quién decía amarlo. Una de sus manos pasó por la curvatura de entre su cuello y el hombro derecho, sintiendo una pequeña marca de dientes.
Se imaginó estando un segundo en los zapatos de aquél chico de cabellos grises. No conocía siquiera su nombre y le envidiaba con fuerza; ser el centro del mundo de otra persona podía ser maravilloso hasta cierto punto, recibir atenciones y todo tipo de cosas más.
Frotó sus ojos con tristeza, podía ser que imaginar fuese gratis, pero de nada le servía.
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Al llegar con la recepcionista, ésta le cedió paso a la segunda planta del hospital donde la habitación del omega se encontraba. Caminó hasta hallar el número y la abrió con cuidado, hallándole profundamente dormido, hizo sus pisadas más suaves para no interrumpir su sueño y se sentó en el mismo sofá; dedicándose a observar detenidamente la habitación.
Miró su rostro relajado, sumergido en un profundo sueño, sonrió ligeramente sin razón. Quizás por qué le daba gracia la posición. Más tarde observó más detenidamente su rostro; pequeños rasguños se asomaban por su blanca piel, podía ver una mancha morada debajo de todo ese cabello que cubría parcialmente su rostro, sus labios rosados y carnosos sufrían mallugados y secos.
—¿Qué tal la siesta mañanera?— Preguntó observando su rostro que recién abría sus ojos, faltantes de brillo. Al estar completamente despierto, le dedicó una sonrisa incorporándose entre las sábanas.
—Estuvo genial...— Suspiró volviendo a hundirse entre las cálidas sábanas.
—¿Cómo te sientes?—
—Estoy hambriento y con ganas de pizza... o un asado estaría bien también.— Rió extendiendo su cuerpo entumecido sobre el colchón.
—¿Algo más que quieras decirme?—
—Mi cabeza duele... estoy tan entumecido… ¿Soy yo o... últimamente el clima ha estado muy frío? Tal vez debería pedir algo más para ayudar a calentarme.
—Ya pasará.— Se apoyó en el respaldo del sillón. —Todo estará bien cuando vuelvas a casa. ¿No la extrañas ya?—
El silencio pareció reinar unos instantes, en los cuales Sanji le dió la espalda para no verle al rostro.
—¿Qué te pasa? —
— ... no quiero volver ahí... — Dijo en un susurro apenas audible, que él pensó que no había escuchado. Pero si lo había hecho.
Esas palabras hicieron eco en su cerebro. Definitivamente alguien le había hecho muchísimo daño en aquél lugar que él había escogido para acabar con su vida. No quería volverlo a someter en un sufrimiento que nadie quisiera repetir, algo que probablemente había sido constante durante mucho tiempo. Estaba confundido a lo que sentía por ese rubio, pero no quería verle sufrir o llorar.
Mordió su labio inferior al ver que Zoro no respondía. Los segundos pasaron, las patas del sofá crujieron y la respuesta del peliverde resonó en su interior.
—No volverás ahí entonces.— Dijo con gentileza, después de habérselo pensado un momento. Sanji volteó a mirarlo confundido por no haber recibido un "¿Por qué?".
—Zoro...— Su corazoncito vibró de alegría por primera vez en mucho tiempo, algo calientito y agradable crecía en su interior, su rostro se pigmentó de un rosa muy leve y sus ojos se humedecieron. Vió a Zoro sonreír desde el rabillo del ojo.
—Ven conmigo, Sanji. Si te parece puedes quedarte todo lo que quieras y necesites.
—¿Qué has dicho? Claramente no puedo aceptar eso.—
—¿Tienes alguna otra opción?—
—No... ¡Pero... aún así! ¿Eres tonto? ¿Me dejarás quedarme contigo?
—No es como si fueras un desconocido, nos conocemos desde hace tiempo. Esa casa está vacía la mayor parte del día, así que no habrá ningún problema con que te quedes ahí el tiempo que necesites.
—Te lo agradezco.— Encorvó su espalda hasta que su frente descansara entre sus rodillas.
—¿Tienes seguro médico? —
—Por supuesto que sí.—
— Entonces no habrá ningún problema. — Fue lo último que dijo él.
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Lágrimas De Sangre [SEGUNDA EDICIÓN]
RomanceTodo lo que él había conseguido lo habría perdido por culpa de un pequeño error. Sucumbió ante su verdugo con la cabeza baja confundiendo el maltrato con el cariño que le hacía falta y eso lo había empujado a quitarse la vida poco a poco. Aún record...