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EL DESASTRE
El almuerzo posaba sobre la mesada de mármol de la cocina en distintos paquetes con el nombre de cada uno. El aroma de las milanesas de pollo se mezclaba con las tartas y pastas, asociadas con el color de las ensaladas de quienes aún cuidaban su silueta. Luisina, a más no poder contener su dieta que no había superado tres días, abrió con voracidad el paquete de las pastas y lo introdujo en el microondas para recalentarlo unos minutos mientras buscaba qué beber adentro de la heladera. Tatiana se acercó a toda prisa, abrió la puerta y simultáneamente mientras retiraba el plato de ravioles introducía en él una decena de cucarachas que venía guardando en su cartera desde el inicio de la mañana, en una pequeña bolsa donde más de la mitad había logrado sobrevivir. Las arrojó y supo revolver los ravioles y sumergirlas rápidamente en queso rallado hasta dejarlas casi del mismo color que el resto del paisaje. Volvió a introducir el plato al microondas para que 15 segundos más tarde se detenga con una alarma que iniciaría el desastre.
Luisina llevó a su escritorio un vaso con agua saborizada sin gas y unos cubos de hielo. Colocó el mantel y un trozo de pan a un costado con cierta ansiedad alimenticia. Buscó su plato dentro del microondas sujetándolo con un repasador y se dirigió nuevamente a su escritorio. Allí se sentó para devorarse los ravioles que comenzaban a disminuir con la metafórica mirada de Luisina. Tomó el tenedor y a los 5 segundos, se oyó el primer grito de la mañana.
Luego de que tuviera el primer bocado entre sus dientes sintió la rareza en su lengua y en su paladar, observando a su vez en el plato cuerpos ajenos a su almuerzo. Gritó y escupió el bocado con una especie de arcada mientras arrojaba con su brazo el plato el suelo, llamando la atención de sus compañeros.
¿¿¿Quién fue??? Peguntó y acusó al mismo tiempo señalando con su índice a Tatiana. Sus ojos inyectados en sangre y la boca enchastrada resaltaban un rostro que apenas segundos atrás no era el mismo.
¡¡¡Fuiste tú!!! ¡¡¡Hija de Puta!!! ¡¡¡Hiiiija de putaaaa!!!
Se dirigió hasta donde se ubicaba Tatiana que miraba de reojo habiendo llamado la atención de Carla con un suave golpe por debajo de la mesa. Luisina la tomó de los pelos arrojándola al suelo, y comenzó a propinar golpes de patada en el estómago con un odio que guardaba desde sus años de colegio.
///LUISINA Alumnos, retomemos el capítulo 5. Habíamos terminado de ver el sistema respirato... (...) Para ese entonces sus sentidos se reposaron sobre una nueva silueta en el manual ilustrado, aplastado y descuartizado por el propio libro, manchando a su alrededor de blanco y otro poco de verde. En ese salón de escuela secundaria posaban sus traseros a una tabla de madera más de 35 jóvenes de entre 16 y 17 años. Luisina no tenía allí ni un solo amigo. Jamás se enteró quién le colocó la cucaracha en su libro, muerta por la presión de las 400 páginas del manual, suficientemente rellena para que dejase soltar y pintar un cuadro onírico en las páginas centrales. Largó un llanto ahogado observado por sus compañeros más cercanos pero sin encontrar consuelo en ninguno de ellos. Cabeza gacha, tapialó ese rincón de su jardín donde arrojaba a un gran pozo todas sus tristezas para echarle posteriormente encima una paleada de tierra. Luego del último ladrillo del muro levantó su mano, pidió permiso para ir al baño excusando una urgencia y se despidió del aula por más de 30 minutos. No volvería a recordar ese suceso hasta su encuentro con su segundo psicólogo a los 21 años y luego hasta conseguir 41kilos más trabajando en una oficina.///
¡¡¡Pará gorda de mierda!!! Tatiana intentaba atajar los golpes con sus brazos mientras le gritaba frases que no detendrían la ofensiva de los 129 kilos. 129 que estaban a punto de dejarse caer sobre el cuerpo caído cuando Carla reaccionó y se arrojó sobre Luisina, haciéndola tropezar y golpear de espaldas contra la mesa de Lucas y demás. Ya todos de pie observaban atónitos la situación que serviría de salvoconducto a las sensaciones que cada uno retenía a presión en sí. Lucas avanzó para sujetar a su novia pero Luisina ya sin frenos fue más rápida y se abalanzó sobre ella y arremeter contra quien había interferido en su venganza. Giraron entrelazadas para terminar en una sacudida perfecta de Carla y el cuerpo de Luisina estrolado nuevamente de espalda contra las máquinas fotocopiadoras. Se teñían de rojo sangre las heridas de las mujeres, dejando las marcas de las manos en las máquinas, en los papeles y todo lo que había a su paso. La palma de la mano de Luisina activó los sensores de una de las fotocopiadoras, arrojando al suelo nuevas hojas impresas con frases alusivas al combate. Carla le atinó un golpe con la frente en su rostro acalorado y las venas palpitando a un millón. La golpeó reiteradas veces con la engrapadora metálica originándole un nuevo corte que condujo a un dolor propicio de rendición, desplomándose al suelo no sin antes arrojar por el aire un último abanico con su brazo que lejos estuvo de dar impacto. Sin haber intentado levantarse, Luisina empezó a sentir los golpes de patadas en las costillas y en la cabeza que en poco tiempo le produciría una conmoción cerebral.
Tatiana, cuclillas al suelo, observaba la reacción de Carla que para ese entonces la deseaba más que nada en el mundo. Le sonrió con una mano en el estómago y otra en el suelo.
Lucas sujetó a su novia y juntos recobraron el aire y evitaron que los golpes en la cabeza la lleven al desmayo. Se dejaron caer al suelo en víspera de recupero mientras ella sentía que alguien le tomaba la mano. Tatiana apoyó la cabeza en su hombro besándole el cuello, sin poder decirle al oído lo que estaba pensando, sin poder decir nada, ante una neblina en sus ojos y una hemorragia interna que desconocía totalmente. La mirada de Rocío que se hallaba de pie dura como piedra, los atravesaría a los tres juntos de un solo flechazo. Los celos comenzaban a hacer erupción.
Celeste, que había desaparecido del lugar por unos minutos habiéndose perdido la guerra, cruzaba la escena observando pero sin inmutarse con su pecho ensangrentado, marcas en sus antebrazos y su rostro machucado. Sin escuchar la voz de las hermanas que le preguntaban por su estado, apoyó las palmas de sus manos en la mesada de la cocina y dejó reposar el peso de su cuerpo sobre las fuerzas que le restaban de los brazos. Pocos segundos después vomitó sobre los almuerzos y todo lo que había sobre la mesada de piedra.