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5 de Noviembre de 1449

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5 de Noviembre de 1449. Maguncia, Alemania.

La noche era muy pesada por diversas cosas. La neblina estaba bien hundida por las calles, como humo deslizándose por cada alcantarilla y casa. La ciudad se sumía entre un áspero silencio y los gritos en los sueños de los dormidos, con el viento solitario pegándose a los edificios altos inminentes. El clima era tan helado que cualquier respiración te costaba un rasguño frío en las paredes de la garganta, eso era lo que sentía el muchacho de cabello rubio.

Sus pies estaban astillados de piedras y esmaltadas de su sangre. Los tobillos le temblaban y el cuerpo sufría de escalofríos haciéndole arcadas cuando lo atrapaba una estrepitosa ventilación. El pantalón y la playera de delgada tela no le funcionaban para nada, ni siquiera le daba un conforte limpio de no haber sido por la mugre que se colgaba. Los dedos se aferraban como pinzas congeladas al cuadernillo de pergamino que estaba engargolado con malos nudos de lana, las páginas estaban manchadas de su desalineado grafito pero eso era una belleza para él cada vez que le pasaba la mirada. Lo único que acariciaba su cuello eran los retazos de cabellos que estaban cálidos por algún milagro, así que de vez en cuando se encogía de hombros para tomar pizcas abrigadoras que retocaban sus brazos.

Mientras pasaba por un callejón de ladrillo entero y piso húmedo, pensaba en los hechos sucedidos que lo llevaron a pasar de estudiante de literatura bien vestido a mendigo que come con los cerdos.

Era una colina que tenía un colchón de pasto, una cobija de girasoles y un roble viejo que se alzaba con grandeza sobre la cueva que estaba detrás. Tenía pocas hojas y no era algo que estuviera en alguna pintura de paisajes pero para él le bastaba para ver la sencillez extremista que irónicamente era una baja fealdad. Se sentaba debajo de él por los atardeceres junto con un café lleno de granos que al final escupía por diversión, con el cuadernillo en su rodilla como apoyo para seguir escribiendo su novela llamada Dura Felina.

Era un lugar perfecto de inspiración para su escritura, no necesitaba un escritorio pulido o una pluma exacta para sentirse dios de las palabras. Sólo iba allí y era un ave libre con tantas ideas en la cabeza. Ahí fue donde se le ocurrió la brillante novela, y quizá lo que revolucionaría su cabeza para siempre.

Miraba el árbol con matices negros y se imagino como seria si se convirtiera en una femenina de cabellera azabache con el espíritu de un bárbaro y la clase de modales como los reyes. Le controlo la mano y se puso a escribir cuanto pudo; el planteamiento, los personajes, el ambiente y cualquier cosa que le pareciera. Sin darse cuenta había encontrado las características que debía tener su compañera de vida que sin dudar era un deseo reprimido. Conforme avanzaban las hojas se detonaban choques eléctricos en su corazón, el doble cuando releía la redacción. De ahí saco el hábito de presionarse el pecho con su puño para que su hipótesis de controlarlo funcionara.

Así pasaban los atardeceres en la colina, provocándose más choques por culpa de ella. Puede que fuera un acto narcisista el querer algo que tú hiciste, pero esto fue diferente. Parecía que ella ya tenía una vida a pesar de que su historia aun no acababa. Todo empeoró cuando de ser una inspiración pasó a ser un pensamiento permanente. La imaginaba en cualquier lugar; en la fuente, en el taller o afuera del castillo con su piel morena clara mostrándola al sol y esos ojos felinos color miel.

Yo PersonajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora