Amada mía

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Hacía varios años que el doctor Syndel se había establecido en esa modesta comunidad rural para prestar sus servicios como galeno. A pesar de que contaba con una gran fortuna, ansiaba establecerse en un sitio tranquilo y lejos de la ciudad, para ayudar a los que más lo necesitaban. Vivía en una preciosa y amplia casa de tres pisos, cuyo primer nivel ocupaba su consultorio y su sala de espera, así como algunos aparatos médicos que le permitían tomar radiografías a sus pobres pacientes.

Todos lo admiraban por qué nunca cobraba nada a la gente humilde que acudía a atenderse con él. Por el contrario, les daba medicinas gratis y les insistía mucho en volver para revisarse constantemente. Era lo bueno de tener con una herencia tan vasta como la suya.

Un buen día, uno de los campesinos del pueblo le llevó a su hija, una hermosa muchacha de cabello y ojos negros que hace días no se sentía bien por sus dolores de cabeza.

El doctor Syndel se enamoró perdidamente de ella nada más verla. Procedió a examinarla con el mayor de los cuidados y le recetó a su padre unas cuantas medicinas que sacó de su botiquín. Luego se ofreció a llevarlos a casa en su coche.

A partir de entonces, las visitas del médico a la humilde cabañita se volvieron frecuentes. Alegaba pasar para ver si el estado de la joven había mejorado, lo que desgraciadamente no sucedía.

Con el paso de las semanas, Syndel comenzó a llevarle pequeños regalos para cortejarla y le pidió que se casara con él. Sus malestares habían empeorado considerablemente, pero eso a él no le importaba. Sus padres aceptaron que el matrimonio se llevara a cabo, confiando en que su hija se pondría mejor su vivía en la enorme casa del doctor y estaba en todo momento bajo sus cuidados.

Lamentablemente, un año después de que se hubiera efectuado el matrimonio, la chica murió sin remedio.

Syndel construyó un hermoso mausoleo cercano a su casa y allí colocó el cuerpo de su amada. Los campesinos en los alrededores comenzaron a tener miedo cuando, por las noches, escuchaban ruidos y susurros en el interior del sepulcro. Pensaban que la muerta se levantaba al ponerse el sol.

Pasaron un par de años y la situación se volvió tan insoportable, que un grupo de jornaleros decidió entrar en el mausoleo de noche, para averiguar que era lo que en realidad sucedía adentro.

Llegó la hora, tomaron unas lámparas rústicas y se acercaron. En el interior se oían susurros. Descubrieron que la puerta no tenía candado y la empujaron para alumbrar el interior. La escena que ante ellos se presentó, les causó un escalofrío y les revolvió el estómago.

Syndel estaba agachado sobre una plataforma de piedra, con ropas descuidadas y respirando agitadamente.

—Amada mía —susurraba mientras se agachaba para besar los labios del cuerpo en descomposición de quien había sido su joven esposa—, amada mía...

Jamás había logrado superar la perdida del amor de su vida.

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