Nunca vayas al bosque solo

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Jamás te internes en el bosque solo, ni una vez después de que el sol se haya puesto; es una regla que tienes que recordar si quieres mantenerte a salvo. Como bien sabrás, todas las cosas extrañas provienen justo de ahí, ese punto tan denso entre los árboles y rodeado de oscuridad, que nunca nadie ha logrado explorarlo con certeza para salir ileso.

El más estúpido y valiente de todos fue ese mozo de Angus McFarran, que se puso a alardear delante de todo mundo en la taberna, como sería el primero en recorrer el bosque armado tan solo con su cuchillo y un viejo dintel de aceite para alumbrar el camino.

Más habría valido que nunca se atreviera a hacerlo.

Dicen que en el bosque, habitan los espíritus de quienes han muerto violentamente en las cercanías, penando siempre por los momentos que les arrebataron. Habitan dentro de la corteza de los árboles y sueltan lúgubres lamentos cuando llega la noche, por qué ni siquiera la luz de luna es suficiente para alumbrar esos parajes olvidados de la mano de Dios. Allí todo es oscuridad.

Tenebrosas manos muertas abrazan el cuerpo de un árbol y otro, en un espectáculo tan fantasmal como grotesco. Pues lo cierto es, que conforme te vas asomando detrás de cada uno de ellos, no consigues ver a nadie. Pero esas manos, esas malditas manos de dedos largos siguen ahí.

Al menos eso fue lo que afirmó Angus McFarran en cuanto volvió, blanco como el papel y cojeando tanto que casi ni podía tenerse en pie. Se había herido la pierna al caer por una pendiente.

Aunque él dice que algo lo cogió del tobillo y lo arrastró hacia abajo.

En todo caso, aquella aventura fue suficiente como para que ese inconsciente dejará para siempre la bebida y las ganas de aventura. La herida se le había infectado y para antes de que finalizara el otoño le amputaron la pierna. Ese es el recuerdo que McFarran obtuvo del bosque, un lugar tan siniestro como peligroso.

Ahora vuelve a escucharme con atención, por qué no me cansaré de repetirlo. Nunca debes ir al bosque. Nunca, jamás. Y si no tienes más remedio que ir, al menos lleva compañía.

Claro que será difícil que encuentres a alguien dispuesto a seguirte. Llámanos supersticiosos, pero recuerdo que lo de McFarran no es lo único que nos ha mantenido lejos de ese lugar. Sí, sé que puedes escuchar que alguien te llama. Todos hemos escuchado nuestro hombre alguna vez. Esa es la manera en la que el bosque atrae a sus víctimas, pues nunca estará satisfecho.

Si eres lo bastante inteligente, lo ignorarás y punto. Si no, te dejarás llevar por la ilusión de que un ser querido te llama desde ahí, probablemente alguien a quien dejaste de ver hace mucho tiempo.

En todo caso ten presente una cosa: lo que sea que escuches, no es a quien tú conociste. O tal vez sí lo sea. Pero al igual que el bosque, solo quiere acabar con tu vida.

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