IV

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El primero de los seis hombres busco detrás de la puerta de la cocina el hacha que guardaba para derribar arboles. No la hallo. No podía creerlo. Solo encontró una especie de guadaña de madera. Y rabio hasta dar puntapiés a la pared.


El segundo, que había llegado resoplando a su casa, tampoco encontró el implacable serrucho con que acostumbraba hacer mas ruido que trabajos en una vivienda que se le caía a pedazos. Llamo a su mujer y esta le dijo que debía de estar donde siempre había estado, es decir, donde lo estaba buscando. "Alguien lo cambio de sitio "-protesto el. Pero nadie lo había cambiado de lugar. Allí, el hombre encontró un absurdo costal de hojas secas. Parecía una broma. ¿Que hacia un costal de hojas secas, adornado con cucarachas, donde siempre guardaba la herramienta?


Uno a uno, los seis hombres asistieron a  igual decepción:las herramientas buscadas no estaban en el lugar acostumbrado. Hachas, serruchos, machetes, arpones, habían desaparecido. El colmo de la burla llego cuando se hallo una gran espina de pescado allí donde debía estar el arpón usado de vez en cuando para pescar tiburones. Era tan perfecta la espina y tan absurda su presencia, que el hecho infundio miedo al desafortunado individuo.


Sin ponerse previamente de acuerdo, los seis se encontraron visitando a don Jacinto en su lecho de enfermo. Pero el viejo no podía ni mover los labios. Tieso de la  cintura para arriba, movía a duras penas un musculo, dibujando en su boca una mueca de idiota. Se convirtió así en blanco de chanzas entre los visitantes y en curiosidad de aquellos que lo odiaban, para quienes una oportunidad como esta no se veía todos los días. Al verlo postrado e inútil, Evaristo, el mas activo de los seis hombres, tuvo una revelación instantánea. La suma de circunstancias absurdas e inexplicables era obra de la negra Eudosia. "Es ella"- dijo en voz alta, frente al enfermo. Y temió enseguida lo peor. Con esta clase de mujeres, si en realidad eran mujeres de este mundo, no podía juzgarse. ¿No había sido  tante Luise,  la madre, la causante de peores embrujos?  Temía que Eudosia fuera mas lejos, que lo hecho a don Jacinto le hubiera hecho a el. Y aunque le debía el favor de haber sido curado de la mordedura mortal de dos culebras, le guardaba mas temor que agradecimiento. ¿Como había conseguido salvarlo? Ni siquiera le aplico "contras" en el sitio de la mordedura. No había usado amasijos de yerbas ni se había tragado la sangre envenenada para escupirla a sus pies. Habia pasado las manos por encima de la herida, sin tocar la piel, y había musitado algo parecido a una misteriosa canción en una lengua que el desconocía. Aquellas palabras se le habían quedado para siempre. Soigne, soigne, bon Dieu: curado, curado, buen Dios- estos fueron los sonidos emitidos por la negra. Esta le exigió que descansara y cuando Evaristo despertó, mojado por el frió de la fiebre, Eudosia no era ni una sombra: se había esfumado.


Si un ser como ella era capaz de hacer el bien de manera tan milagrosa, también podía poner sus poderes al servicio de causas malignas. La acababa de ver en la playa, al lado de Sebastian, echando fuego por los ojos hacia quienes pretendían atacar a la ballena. La vio de nuevo en la imaginación. Y  sin decir nada, cual una bestia doblegada repentinamente por el miedo, salio del cuarto de don Jacinto, evitando a los amigos que lo llamaban .


No regresaría a la playa. Deseaba con toda el alma estar lejos de los acontecimientos. Se santiguo repetidas veces y se alejo del pueblo. Era cuestión de perderse, de estar lejos de cualquier rumor o información sobre el destino de aquella maldita fiera. Si caían mas desgracias, debían atribuirse a los malignos poderes de Eudosia.


Otra muy diferente fue la reacción de Luis Emiro, el hombre que en lugar de un serrucho había encontrado un costal de hojas secas. Indignado, se lanzo a la calle, bajo el aguacero, convertido ya en tormenta huracanada. El viento no podía ser mas amenazante. Sentía que su cuerpo era una débil estructura sin peso. Y tuvo que agarrarse al tronco de un almendro para evitar ser arrastrado por la furia del vendaval. Lo curioso era que, al mirar hacia la playa, no encontraba indicios del mismo fenómeno.¿Sufrían ellos los efectos del huracán? ¿O todo no era sino obra de su imaginación ?


Cuando los hombres no pueden explicarse fenómenos de la naturaleza se encuentran a merced de las supersticiones. O acuden a creencias en las que no entra la razón. De esta forma, Luis Emiro pensó que tanto misterio y tan misteriosa cólera de los elementos podía deberse a la indignación de Dios.


Trato de pedir ayuda. Estaba agarrado al tronco de un almendro muy parecido al que había abatido sin misericordia días antes. De nada habían valido las suplicas de sus vecinos, que le explicaron que con su acción quitaba para siempre la sombra y el remanso a la parte delantera de  su rancho. Se empecino en creer que aquel almendro era el criadero de los zancudos que atormentaban sus noches y no el pozo de aguas estancadas que no habían querido canalizar. Y allí seguía amarrado, protegiéndose, sintiendo todo el peso de la importancia. Nadie venia en su auxilio. No había ni un alma a su alrededor.


Marcial, el ocioso que prefería dormir hasta el medio día y esperar que el alimento le llegara a la boca sin hacer nada para conseguirlo o merecerlo, se enfrento a otra clase de imprevisto. Al igual que sus compinches,  había pensado que la ballena le daría los pesos suficientes para pagar una semana de parranda. Se había sumado al grupo con mas bulla que esfuerzos. Era lo que dice un hablador, de esos a quienes la felicidad de palabra sirve mas que la realidad del trabajo. Y fue a el, Marcial, a quien sucedió lo que menos esperaba.


No había regresado a su rancho en busca de herramienta útil. Habia vuelto para hacer ver que también el trabajaba en la empresa de don Jacinto.

-¡Maldita sea!- protesto cuando se disponía a salir de su casa. La puerta de salida se había cerrado y por mucho que trato de abrirla se encontró con que la madera parecía haber sido sellada desde afuera. Golpeo repetidas veces. Y solo consiguió que la puerta pareciera mas firme y compacta. Aunque era de día, los ojos se le nublaron y sintió que se sumergía en una oscuridad a la de la noche mas cerrada.


En otro lugar del pueblo, Evaristo vivía la continuación de su drama. Mientras huía a grandes zancadas de la vista de los humanos, se internaba mas y mas a la montaña. Huía de nadie o de si mismo, de su miedo, del pánico que le producían las acciones de la negra Eudosia. Vino a su mente la imagen de la ballena encallada en la playa. Y fue de tal nitidez la presencia del animal en su imaginación, que sintió un llanto prolongado y desgarrador salido de la boca del animal. Era superior a cualquier llanto escuchado antes, superior a cualquier grito de dolor y desesperación que pudiera recordar. Se sentó entonces al pie de un árbol, llevándose las manos a la cabeza. El sonido era por instantes agudo y ensordecedor y penetraba en su cabeza como un instrumento punzante.  Miro alrededor  y solo vio las ramas mojadas de los arboles, la grandeza extraordinaria de la naturaleza, ante la cual se sintió pequeño e insignificante . El rápido paso de los animales, el canto de los pájaros, la algarabía de los monos que danzaban de una rama a otra, el reptar de una culebra, todo esto permitió que Evaristo olvidara el llanto quejumbroso de la ballena.


Sin retirar las manos de su cabeza, vio de pronto la claridad del sol asomándose por entre el follaje. En aquel recodo del monte, la lluvia había cesado.                                

La Ballena VaradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora