Ondina Ortiz, la niña de nueve años a quien todos creían una superdotada, se entero tarde de la presencia de la ballena en la playa.Su abuelo la tenia entretenida, desde la siete de la mañana, examinando mapas confusos en los que trazaba carreteras y caminos fantásticos. Todos conducían a Bahía Solano. Las lineas se cruzaban, rectas, curvas, elípticas, provenientes de latitudes mucho mas fantásticas. Así el abuelo se curaba de la desazón que le producía haber trabajado casi toda la vida en el trazado de una carretera y no haber conseguido que le construyeran mas que la mitad de lo proyectado.
Se abrió paso, con su delgada figura, empujando a los curiosos.
-¿Por que no me llamaron antes?- exclamo.
Educada por el abuelo, a quien todos creían tan loco como inteligente, la niña proclamaba que no había ser viviente que no mereciera seguir viviendo. Humano o animal, merecía un lugar en este mundo.
Se enorgullecía de haber salvado a un caballito de mar, devolviéndolo al agua en lugar de haberlo añadido a su colección de conchas marinas. Ahora, al ver a la ballena desde el muro, a donde subió levantada en brazos por un curioso gigantón con fama de bobo, pensó en el caballito de mar salvado hace apenas tres días.
Corrió de regreso a donde se encontraba Sebastian, a quien había saludado con un rápido arqueo de cejas.
-Dígame pues que debo hacer- dijo con voz segura y melindrosa.
-Espere- le respondió el-. Voy a ver si me sirve para algo.
Conocía el espíritu voluntarioso de Ondina y supo de inmediato que le pediría, pero espero decírselo para crear una pausa y no verse debilitado ante la niña.
-Vaya y dígale a su abuelo que aliste la lancha con el motor de 75 caballos - le pidió Sebastian al cabo de unos instantes.
-Mi abuelo vendió la lancha y el motor - informo la niña-. Dijo que no quería envenenar mas las aguas de la bahía con esas porquerías.
-Espere, entonces- dijo finalmente Sebastian, molesto porque Ondina estaba con las manos en jarra, buscándole la mirada con gesto desafiante -. Espere y estese quieta.
Pero Ondina, que no recibía ordenes de nadie, ni siquiera del abuelo, enemigo de dar ordenes a menos que explicara el sentido de la orden , se separo de Sebastian con aire de no-puedo-contigo.
Eudosia caminaba de un lado al otro de la playa, deteniéndose aquí y allá, torciendo la boca cuando alguien no era de su agrado, averiguando lo que se decía en los corrillos, haciendo mala cara a los turistas que pretendían retratarla. En la playa que de un extremo a otro no pasaba de los quinientos o seiscientos metros mal calculados: en aquella playa que había dejado de ser playa para convertirse en vertedero de desechos, no era difícil ir y venir sin perderse de vista.
No dejaba de estar pendiente de su niño. Pero su niño, aunque continuara sintiéndola cerca, ahora solo tenia ojos para Ondina. Y mas cuando ella,avanzando por la orilla y siguiendo el perfil de la ballena, trato de acercarse decidida a unos de los declives o pozos profundos de la orilla. Sebastian corrió a evitarle el peligro y ella, al tenerlo tan cerca, rechazo el brazo que se le ofrecía.
-Ya se que aquí es profundo- dijo ella.
Y salto, descalza como había llegado, pasando al trozo de playa siguiente, desde donde podía caminar , con el agua en las rodillas y la falda levantada hasta el muslo, al sitio donde la ballena podría ser observada.
-Respira- grito Ondina al ver desde mas cerca la trompa del cetáceo, sin poder avanzar debido a la existencia de otro declive-. Esta mas viva que nosotros.
-¡Que descubrimiento ! - exclamo Sebastian para si.
Le gustaba aquella niña alta y desgarbada pero le molestaban sus caprichos de sabelotodo.
- Voy a ver que le ocurre a mi abuelo- dijo al pasar casi rozando a Sebastian. Y se alejo de el con caminar coqueto e insolente.
-Es engreída- dijo Sebastian para que Eudosia lo escuchara.
-Así son las niñas cuando quieren gustar a los niños- se rió la negra.
La llegada de Evaristo interrumpió el hechizo que Ondina había dejado en Sebastian.
-Le conseguí las sogas que me pidió- informo Evaristo-, pero se las entregue a su papa.
- ¿Donde esta el ?
- Trabajando en la barca de don Jacinto - dijo de prisa y emprendió el regreso.
Las miradas de indiferencia o burla que horas antes se dirigían hacia Sebastian, parecían ser ahora de simpatía. Mujeres y niños que habían perdido el interés por la ballena después de haberla visto de frente y de perfil, decían estar dispuestos a hacer algo para sacarla de su penoso lecho de agonía. Le sonreían al niño, se acercaban a preguntar por lo que estaba haciendo, se mostraban interesados por el destino que finalmente había tomado el pesquero de los japoneses.
Se puede seguir adelante en una idea cuando se esta solo pero cuando son otros los que están dispuestos a seguirla, la sensación de soledad es menor. Surgue una energía nueva y la debilidad del principio se convierte en fuerza alentadora. Era esto lo que Sebastian deseaba comunicar a Eudosia, pero cuando la busco no pudo hallarla en ninguno de los corrillos.
Si había desaparecido- se dijo el niño- era porque algo importante debía estar pasando por su mente, algo que no podía comunicar a nadie, ni siquiera a el, a quien transmitia desde la mañana todo cuando podía darle aliento.
La marea subía. Mas de la mitad del cuerpo de la ballena era cubierto por las aguas. No era todavía bastante para permitirle flotar. Por las amplias grietas del muro de contención, se filtraban chorros de las marejadas. Era cada vez mas difícil asomarse al muro, pero desde el costado, allí donde la playa se inclinaba y la marea se deslizaba con suavidad, podía ser vista la ballena. A este angulo se acomodaban Sebastian y las personas que venían a darle ánimos y a ofrecer su concurso. No se movería del sitio. Primero, por el poder hipnótico que despedía la bestia; segundo, por el temor de alejarse y no impedir que unos cuantos hombres tomaran otra vez la iniciativa de atacar al cetáceo. Aunque Eudosia los tenia por el momento bajo control, no estaba seguro de los cambios que produciría la llegada de los japoneses. Tampoco conocía el alcance de los " poderes" de la negra ni la fuerza interior de quienes lo padecían. Podían salir del hechizo.
Por fortuna, la ballena no estaba ahora amenazada por los hombres sino por la naturaleza. "El peligro de los hombres no ha desaparecido"- escucho que le decía Eudosia desde lejos.
-Voy a buscar a mi papa- dijo Sebastian a dos mujeres que habian llegado a fortalecerle el animo-. No permitan que ninguno de esos malvados se acerque al animal.
-No se preocupe-dijo una.
- Vayase tranquilo- aseguro la otra.
Con esta seguridad, Sebastian se retiro de la playa. Lo hizo a la carrera, como si fuera perseguido.
ESTÁS LEYENDO
La Ballena Varada
Roman pour AdolescentsAutor: Oscar Collazos Sebastian, un niño de ocho años, presencia una mañana el espectáculo insólito de una ballena encallada en las playas de Bahía Solano. Se propone, entonces, contra la voluntad de quienes desean sacrificar al legendario animal...