II

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La vieja barca que Pacho Loco, el abuelo de Ondina, había vendido a don Jacinto, se hallaba en la orilla, sobre troncos de madera que servían para hacerla rodar hasta el mar. Se mantenía en perfecto estado. Era una embarcación de casi diez metros, hecha con la madera mas fuerte y fina. La había adquirido a precio de ganga don Jacinto y la mantenía fuera de uso como mantenía otras cosas que compraba. 


Sebastian encontró a su padre y a Evaristo examinando la barca. Estaba recién calafateada.

    -Voy a ver si consigo el motor  de 75 caballos -dijo don Carlos.

    -¡Pero si es de don Jacinto ! -le recordó Sebastian.

Don Carlos sonrió, acaricio la cabeza de su hijo y, antes de partir , dijo de una manera reposada:

    -Nada es de nadie si sirve a una causa justa.

Al niño le llevo un buen rato comprender el sentido de la frase.

   -¿ Puedo servir aquí de algo? -pregunto a Evaristo.

   -Creo que sirve mas estando allá, cerca de esa bendita bestia -dijo- . Se lo comentare a su papa.


Sebastian pego una fuerte palmada en un costado del bote y emprendió la carrera a la playa. Sorteo obstáculos, troncos de balsa, latas vacías, cajas de madera arrastradas por las mareas, plásticos inservibles, botellas astilladas, basuras que las aguas sepultaban bajo la arena, desperdicios botados irresponsablemente en la orilla.


Eudosia había regresado. La encontró enfadada, enfrentándose con las manos en la cintura a dos hombres que, con arpones y machetes en mano, trataban de subirse al muro por una improvisada escalera de guadua.

     -Si se mueven de donde están, ya verán lo que les sucede -les decía con voz amenazante -.Soy vieja pero no estoy para chanzas.

    Masticaba un pucho de tabaco que la obligaba a escupir la oscura saliva por la comisura de los labios.

    Al ver a Sebastian, le extendió el brazo y lo llamo a su lado.

   -Veo- dijo, sacándose el pucho de la boca y examinando las cenizas -,veo al pesquero de los chinitos acercándose a la costa.


Según sus cálculos, el pesquero japones entraría a la bahía a eso de las tres y treinta de la tarde.

   -Siento también las señales de las ballenas como a cincuenta kilómetros de distancia.

   Chupo el tabaco apagado y escupió por un lado de la boca. "Ese bote puede sernos útil, niño Sebas"- pensó. Y escupió de nuevo, guardándose el pucho en el bolsillo de su raído vestido de seda. "Su papa esta haciendo lo que debe hacer "- dijo a su niño.  



La Ballena VaradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora