Loopholes

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¡NO! Una voz en su cabeza gritó. ¡Una vez que lo invitas, él podrá entrar a su antojo! ¡Como un vampiro! Esa voz era exactamente igual a la de Ruby. No confiando en su voz, o en aquella otra voz en su cabeza, Belle asintió caminando hacia atrás para dejarlo entrar en el pequeño departamento. Gold cerró la puerta tras de sí, dejando su vista pasear por la habitación y la pequeña cocina con su barra de desayuno. Belle desapareció por el pasillo, caminó apresuradamente hacia el pequeño cuarto de lavado, arrojó la ropa dentro y cerró la puerta.

Antes de regresar con el visitante, Belle decidió echar un ojo a su hijo, quién se negaba a salir de la bañera. Siempre tomaba mucho tiempo hacerlo entrar a bañarse, tomaba aún más convencerlo de salir. Abrió la puerta del baño para asomar la cabeza, Gideon estaba sentado en la tina, el niño alzó la cabeza al escuchar le puerta abrirse.

-¡Si me estoy bañando mamá! –exclamó él, soltando su caballo de goma y tomando el jabón con premura frotándose bajo los brazos. Belle sonrió.

-Tenemos visita, Gid. Tengo que atenderla, así que cuando termines, te lavas los dientes y a la cama. Más tarde te daré tu beso de las buenas noches, ¿de acuerdo?

No esperó a la respuesta de Gideon, cerrando la puerta Belle salió al encuentro del señor Gold, en ese momento el hombre se encontraba inspeccionando su pequeña colección de libros dispuestos en un par de repisas a modo de librero. Nada interesante, después de todo, dijo Gold para sus adentros. Al escucharla cerrar puertas y sentir sus pasos más cercanos se volvió lentamente hacia ella. Sin duda la había sorprendido con su visita, llevaba una camiseta desgastada y seguramente le quedaba grande, ya que la había atado en un nudo por las parte de atrás, un pantalón de mezclilla desgastado, arremangado bajo las rodillas y su cabello lo llevaba recogido en un desordenado molote sobre su cabeza, algunos cabellos escapándose de él para caer a los lados de su cabeza enmarcando su rostro, una leve capa de transpiración cubría su frente, mejillas y cuello. Gold desvió la mirada, carraspeando para aclararse la garganta.

-Veo que en estas últimas semanas se ha asentado bien, Ms. French.

-Gracias, Mr. Gold. – su voz le sonó diminuta incluso a ella, ¿pero qué me pasa? Belle levantó la cabeza, irguiéndose ante el casero – ¿Gusta sentarse? ¿Puedo ofrecerle algo de beber?

-De preferencia no –dijo Gold, mirando con desdeño su mullido sofá. Ella sintió una punzada de molestia en su estómago. El hombre había paseado la mirada por su departamento con un aire de superioridad, mirando sus cosas y frunciendo la nariz con desagrado. Ahora miraba a su pequeño y desgastado sofá como si temiera que chiches y termitas salieran de él en cualquier momento. Belle respiró profundo antes de hablar:

-Bien, Mr. Gold, ¿a qué debo ésta inesperada visita?

Belle siguió a Gold con la mirada mientras éste daba vuelta a la pequeña sala de estar. Sus ojos viajaban de cosa en cosa, descansando su mano en la pared de vez en cuando, mirando al piso, probando que las maderas no crujieran bajo sus pies. Una vez en la barra de la cocina se volvió hacia ella.

-Ms. French vine en primer lugar a presentarme con usted. Hemos intercambiado un par correos y cartas, pero sentía que era mi responsabilidad presentarme personalmente. -Gold volvió a su postura de negocios, hombros cuadrados, erguido, apoyado sobre ambos pies con ambas manos delante de él sobre su bastón. -Además, claro, ponerme a su servicio. Como su casero, y de acuerdo a nuestro contrato, cualquier inconveniencia con el lugar, yo debo responder ante tal cosa y tomar cartas en el asunto. Después de todo el lugar es mío, debo preservarlo si quiero que siga teniendo valor.

Belle sabía que debía sentirse aliviada, porque si algo pasaba al departamento tendría a quién acudir, el contrato estipulaba que cualquier reparación debía ser autorizada y atendida por su casero. Pero la forma en que el hombre frente ella hablaba del lugar como un simple propiedad la hacía sentir incómoda, la hacía sentir no bienvenida. El lugar tendría que ser un hogar para ella y su hijo. Y se estaba transformando en eso mismo, pero las palabras de Gold fueron un corrientazo frío que le recordó que aquel espacio que llamaba hogar, no era más que un lugar por el que pagaría para tener derecho a dormir bajo el cobijo de un tejado. Una sensación​ de desamparo la estremeció.

How LuckyWhere stories live. Discover now