A name

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-¡Por todos los cielos, Baedan! –estalló Gold, azotando las manos sobre la su mesa de trabajo, llevándoselas después a la cabeza, mientras comenzaban a sonar los acordes de Before I forget desde el teléfono de su hijo- Acaba ya con ese ruido infernal, contesta, apaga el teléfono ¡Lo que quieras pero ya, por favor!

Bae deslizó el dedo por la pantalla una vez más, había pensado en poner el aparato en mudo después de que sonara por quinta vez, pero se había olvidado al enfrascarse en sus deberes escolares. Al final, después de almorzar, se había hecho espacio en un extremo de la mesa de su padre para ponerse a hacer los deberes y compartir la tranquilidad de ese lunes con él.

Además, Jefferson no podría encontrarlo aquí. Sería el último lugar en que lo buscaría.

-Perdón –se disculpó en voz baja, enmudeciendo su celular y guardándolo en la mochila.

-¿Quién te busca con tanta insistencia y por qué no quieres contestarle? –Bae desvió la mirada. Lo que provocó que la sospecha en su padre sólo aumentara. -¿Bae?

-Es Jefferson.

Gold soltó una carcajada. Su hijo se encogió en sí mismo con incomodidad y molestia. Jefferson insistía en forzar a Bae a correr tres veces por semana y a hacer ejercicios de "reafirmación" los dos días restantes de la semana, a excepción de sábado y domingo. Pero Baedan Gold era de naturaleza perezosa y glotona. Naturaleza que no compartía con su padre.

-Sí, claro. ¡Anda, búrlate! –exclamó el chico lastimeramente, rodando los ojos hacia el techo y cruzándose de brazos.

-Lo siento, m'boy –su padre aún conservaba el brillo burlón en los ojos, a pesar de que trataba de conservar un gesto inexpresivo. –Puedes culpar a los genes de tu madre.

-¿Qué crees que hago cada que Jefferson nos encierra en el gimnasio?

Gold se sonrió. Cada martes y jueves Jefferson arrastraba, literalmente, a su hijo a su mansión para "ponerlo en forma". Claro, Jefferson sabía que era más fácil obligar a Baedan a hacer ejercicio que a limitar sus alimentos, aunque igual también eso intentaba, sin mucho éxito.

No recordaba una época en la que él mismo hubiera tenido que preocuparse por su apariencia. Siempre se preocupó más bien por comer algo, qué podía importar si se veía gordo o delgado, cuando se tenía el estómago medio vacío. Consciente estaba que era lo más lejano a alguien atractivo, con su nariz larga y torcida, sus mejillas huesudas y siendo tan flaco como un espagueti. Milah siempre se había burlado vilmente de lo bajo que era o lo delgado de su cuerpo. Eso no la detuvo de casarse con él, claro, aunque fuera forzados por las circunstancias que se les presentaron en ese entonces.

-Por cierto –comenzó Bae, con tono recriminatorio, interrumpiendo su línea de pensamiento –Gracias por avisarme lo de la camiseta ésta mañana –Gold se sonrió una vez más, travieso –Por poco y pasaba vergüenzas en la escuela. –terminó Bae con sarcasmo.

-Jajaja, hijo, yo te lo dije antes de que salieras. Traes la camiseta al revés, tú pensaste que la traías volteada –se explicó su padre elocuentemente–cuando la volteaste y te la pusiste, de menos ya no la traías al revés.

-Ja-ja claro, ¿y no podías haber sido más específico?

Gold se encogió de hombros -Llevabas mucha prisa. –Se sonrió de medio lado, mirando a su hijo con gesto afectivo. En ese instante el teléfono de Gold sonó, sin mucho pesar lo sacó del bolsillo interior de su chaqueta y contestó. La voz frenética de Jefferson se escuchó al otro lado de la línea.

-Hola, Jefferson.

"¡Gold!" Exclamó Jefferson con alivio para después volver a romper en mil y un palabras que Gold no lograba descifrar.

How LuckyWhere stories live. Discover now