Despierto y miro el reloj que alerta sobre la hora: las siete y media. Es demasiado pronto para levantarse, pero demasiado tarde para volverse a dormir. Me quito las sábanas de encima, levanto de la cama y después de recorrer el pasillo blanco que comunica con las habitaciones, me adentro al pequeño balcón que me permite relacionarme con la naturaleza. Los primeros rayos de luz del día rozan mi piel haciendo que esta se desprenda del frio mañanero. Miro al horizonte con los ojos entrecerrados y junto al sol naciente puedo ver a miles de pájaros volando de un lado a otro, sin dejarse atrapar por la sombra que los edificios ofrecen. Me apoyo en la barandilla y me introduzco en mis pensamientos, al principio un poco dormidos, que comienzan a recordar el día anterior. La terapia, las confesiones, lo nunca antes exteriorizado: todo. Recuerdo la petición de Leire: volver a recordar el momento en el que vivía durmiendo, sentía soñando y viajaba por el mundo de mi mente, mi alma y mi subconsciente. No quiero hacerlo. Queda menos de una semana para volver a terapia y tiempo de sobra para organizar mis pensamientos respecto a ese tema, pero posponerlo tan solo me agobia, estimula mi ansiedad. Abandono a la naturaleza que se extiende ante mi balcón y voy a la cocina. Continúo teniendo un miedo taciturno de moverme por cada habitación de la casa. Vivir sola es complicado. Enciendo la luz, abro la nevera y cojo el paquete de leche de soja. Estirando todo mi cuerpo alcanzo una taza y vierto en ella la poca leche que queda. Con la taza medio vacía empiezo a echar café. Con la mezcla terminada, lo vierto en el interior de mi boca, meto la taza al lavavajillas y abandono la cocina. Tentada por la esperanza de un nuevo día, vuelvo al patio. El sutil brillo del sol me atrae y el sonido de los pájaros me conquista de nuevo. Me vuelvo a apoyar en la barandilla ya decidida a pensar en el tema que durante tanto tiempo he querido bloquear en mi mente. A pesar de que mis pupilas estén fijadas al cielo, van más allá, se introducen en lo más profundo de mí ser, dejando atrás todo estímulo externo. Con el mero planteamiento de acercarme a dichos recuerdos, un dolor punzante se apodera de mi pecho, pero a sabiendas de quién lo ha pedido, sigo intentándolo.
Me resulta difícil remontarme al momento donde perdí el interés por la vida. Fue una transición emocional que comenzó de manera sutil y desembocó en una intensa sensación de abandono por parte de mi mente. Puede que el fin de mi relación con Marga se tratara del punto de inflexión que me hizo pasar de una indiferencia común a otra mucho más intensa que contaminaba mi existencia. Me sentía vulnerable y aburrida, por lo que los sueños me aportaban una idílica realidad ajena a la muerte en vida que sufría en lo convencional.
El trabajo era el único medio social del que me rodeaba. Perdido este, me siento totalmente ajena a la sociedad, encarcelada en las paredes que otorga mi mente. En ese cubículo conformado por neuronas, mis pensamientos pueden conmigo, convirtiéndome en un ser mucho más obsesivo, triste y apático. Por todo ello, necesito contactar con el mundo, hablar de asuntos sin importancia que me hagan olvidar durante milésimas de segundo sobre mi cruel y absurda realidad. Necesito descansar, tomar el aire, quitarle importancia a mi vida y a mis pensamientos, salir de mi propio ombligo y percibir el de otros, pero no conozco ninguno con el que hablar, tan solo mentes vacías con las que salir un sábado por la noche y terminar hablando de sexo con una decena de copas de más. Todos mis contactos son demasiado interesados, demasiado aburridos. En otro momento habría llamado a alguno de ellos, pero no es lo que necesito. No quiero estar hablando con Ana de su último novio y la mala decisión que ha sido ir a vivir con él, con Jorge y lo cansado que está de su trabajo, con Eloy y la mala aceptación de sus padres por su condición sexual.
A todos ellos los conocí en la Universidad, como mecanismo de defensa para no sentirme tan diferente, tan sola. Año tras año, curso tras curso, créditos tras créditos se forjaron pequeñas amistades que no podía considerar como tal, pero siempre podría llamarlos en caso de querer escuchar, aconsejar o pasarlo bien el sábado noche. De vez en cuando llamaban, reclamaban mi atención, pero siempre estaba ocupada en no querer salir y ahogarme en mí misma. Lo conseguí, dejaron de llamar, dejé de salir y me mantuve en el intenso silencio que inundaba cada metro cuadrado de mi hogar. Ahora me encuentro indecisa, no sé si llamar a Jorge o a Ana, no podría hacer que Eloy me escuchara ni mínimamente. No me importa escuchar, pero necesito que me devuelvan mi atención y mucho más en estos momentos.
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La vida onírica
Science Fiction"Si un artesano estuviese seguro de soñar por espacio de doce horas que es rey, creo que sería casi tan feliz como un rey que soñase doce horas que es artesano." ...