Capítulo 3

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Despierto sin ser consciente de dónde ni cuándo. Miro al reloj que encabeza la pared de la cocina: las cinco de la madrugada. Miro alrededor de la estancia y puedo sentir el innegable peso de la soledad. Nadie me había movido de ahí durante la noche, nadie había colocado una manta sobre mis piernas. De forma autosuficiente, cojo dicha manta y me envuelvo en ella. Doy media vuelta y mirando al tejido texturizado del sofá, intento volver al lugar donde no hay señales de realidad.

Fundido en negro y sueño.

Alguien se aproxima hacia mí. Por la bruma y la niebla no soy capaz de ver su rostro, tan solo su silueta, delgada y esbelta, que altera impasible mis sentidos. Ya a mi lado, me toca el rostro, se acerca a mi oreja y me susurra con un tono lineal y grave: "No tengas miedo, soy yo". Miro su piel grisácea, sus ojos azules con destellos dorados y sus finos labios y, sin saber por qué, me siento completa. Me acerco con la misma suavidad y le beso la frente. Nos miramos un par de minutos y puedo ver como la vida florece en su mirada. En un fondo azul se enredan pequeños bucles de oro que terminan por desembocar en un gran océano embravecido que recuerda al miedo de los navegantes a ese gran infierno azul en que se convierte al caer la noche. Llama mi atención, dice mi nombre y me pide que le siga. No puedo decir que no, es tan atrayente, tan etéreo. Le sigo, puedo ver su cuerpo desnudo desde una nueva perspectiva. No importa el tamaño de sus formas ni la musculatura, es bello por sí mismo. Acelera el paso, me cuesta alcanzarle. Pido que lo aminore, pero no me escucha. Grito, grito más y más fuerte, pero nadie me escucha. Alzo la voz para él y el resto de los seres de los alrededores, pero nadie me escucha. No puedo continuar corriendo a esa velocidad y termino cayendo al suelo. Siento que mi respiración se corta, que mis latidos cesan y finalmente yazco en la oscura senda sintiéndome invisible para toda la eternidad.

Fundido en negro y realidad.

Despierto. Me siento rara. La soledad me inunda de nuevo, pero esta vez de un modo diferente. Puedo sentir su peso sobre mis hombros, pero después de eso hay un extraño sentimiento. No ha sido un sueño agradable, aún puedo sentir la angustia. Siento como si Mad World, de Gary Jules sonara en mi mundo. Me estiro en el sofá y procedo a levantarme. En el proceso me quedo sentada analizando el lugar donde me encuentro. Parece mucho más cálido que durante la madrugada. Finalmente me levanto del todo, voy a por mí café con leche y bebo de él mientras miro a la gente pasar por la ventana del comedor. A pesar de ser domingo, muchas personas continúan caminando con prisas, siguen inundados por las obligaciones. Dando un paseo por la casa, termino mi café. Ya está frío, pero su contenido aún no ha perdido el intenso sabor de los posos. Dejo la taza en el fregador y me pregunto el porqué del sueño. Mientras las preguntas me asaltan, me dirijo al salón, donde el sofá me espera y el sol calienta la estancia sutilmente. Puede que sienta que nadie me escucha, que todas mis relaciones se basan en escuchar y no en ser escuchada. Me resulta triste que la única persona que me ha escuchado haya sido a cambio de dinero. La tristeza desemboca en rabia y finalmente en indignación. ¿Tan mal he elegido a mis amistades? Aunque a decir verdad, ellas me eligieron a mí. Pude hacer que Jorge me hubiera escuchado, pero preferí seguir encerrada en mí misma y no abrirme ni al amor ni a su presencia en mi vida.

Podría denominar esos recuerdos como breve historia de amor con Jorge, pero más bien sería como breve historia de amor de Jorge hacia mí. Corría el año 1998 y después de empezar el segundo año de universidad, nos conocimos. Fue en una fiesta de fin de año. A pesar de que las calles estuvieran completas de una falsa y momentánea felicidad que me ponía enferma, decidí salir. El suave tejido y el intenso color gris ceniza de mi nuevo vestido permitió que lo conociera. La noche pasaba y tan solo veía pasar alcohol y más alcohol. No había sido un buen año y quería olvidarlo todo en el momento que más se recuerda: noche vieja. Brindé con amigos, con desconocidos, con grandes y mayores, pero nadie acaparó mi atención. Después de haberme tomado mi octava copa, decidí marcharme a un lugar menos transitado para pasar sola unos cuantos segundos. Los segundos se volvieron minutos y estos se transformaron en horas, haciendo que finalmente mi estado se tornara oscuro y sombrío de nuevo. El alcohol acentuó mi tristeza y poco faltó para que estallara a llorar y mis lágrimas se unieran al confeti y a las serpentinas que recubrían el suelo. En ese justo instante llegó Jorge. Desde lejos pude verlo salir de aquel odioso establecimiento. Sacó un cigarro y en la humeante noche de Madrid lo encendió con un mechero color negro que combinaba con el color de su traje y su corbata. La camisa color blanca resaltaba la brillantez de sus dientes y, poco a poco e influido por las luces incidiendo en mi vestido, Jorge se acercó a mí.

La vida oníricaWhere stories live. Discover now