Capítulo 8

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Despierto rodeada de hojarasca y bruma. Árboles kilométricos alcanzan el cielo haciéndole compañía en las alturas. Alzo mi cuerpo, ejerciendo presión en las delicadas hojas verdes color oliva. Puedo oír el sonido de la naturaleza, potente y desinhibida. Analizo el paraje con calma, centrándome en la belleza del mismo. Con cada paso, mis ojos se ensimisman incluso más en su encanto: puro y salvaje. Con más de cien pasos ya dados, mis oídos comienzan a intuir el sonido del agua fluir. Acreciento la velocidad del paso para así llegar de forma más veloz a mi destino. La intensidad del sonido me hace creer que me encuentro frente a él y mi corazón palpita más fuerte, mis pupilas se dilatan. Aparto las hojas colgantes y frente a esa suculenta creación de la naturaleza me encuentro. El agua se precipita desde una estructura rocosa a varios metros de altura. En su caída, mueve los nenúfares, entre ellos, las flores de loto que se encuentran en aquel medio acuoso y cristalino. Intento fundir mi piel con su inmensidad, su brillantez con mi oscuridad y que la paz se haga mía. Rozo con mis dedos su superficie. Su poder calmante y conciliador se apodera de mí, como si de un analgésico se tratara. Ceso en el contacto durante unos momentos. Me desprendo de cada una de las prendas que ocultan mi cuerpo de forma lenta y tranquila, sin dejar de mirar a mi objeto de deseo. Desnuda en alma y cuerpo, comienzo a sumergirme en la albufera, dividida en dos mitades por la confluencia de agua dulce y salada. Introduzco por completo mi cuerpo para sentir más su presión. Ya en la profundidad, encuentro una pequeña grieta que comunica con más y más agua. Nado hasta llegar a él y antes de atravesarlo, puedo vislumbrar una pincelada de vida humana que hace que me sienta menos especial por haber encontrado el paraíso, pero intrigada en la misma medida. Nado con todas mis fuerzas, intentando alcanzar aquel ente de naturaleza supuestamente humana. Llego a él y rozo su piel de forma tímida. Gira su rostro, me mira y dice mi nombre. Parpadeo de forma lenta y profunda mientras él insiste en recordar mi nombre. Se acerca a mi rostro y lo acaricia. Me uno a su mano, doblando el cuello para unirme con su palma. Me besa en la frente, se separa de mí y se esfuma mientras en agua continua calándonos los huesos. Me quedo bloqueada por un momento, pensando qué o quién es aquel que ha producido en mí esta agridulce sensación de felicidad, pérdida y abandono. Intento alcanzarle de nuevo, pero pierdo el rastro de su ida. Continuo nadando con vanas esperanzas de encontrarle. El agua se esclarece con cada brazada que doy y finalmente la profundidad de la misma no me permite continuar nadando en aquel paraíso. Al levantar la mirada y el cuerpo, me encuentro uno nuevo. La línea del horizonte se pierde donde la inmensidad del océano comienza a extenderse. Puedo tocar con mis pies la arena, clara, cálida y aterciopelada. Me siento sobre ella para que la superficie de contacto sea mayor y el agua cristalina roza de forma intermitente mi piel. Refresca de forma sutil mi cuerpo, dándole un brillo especial. Pasan las horas y el sol empieza a caer, intentando tocar el fin del mundo. Desde la orilla, lo observo fijamente, disfruto de las tonalidades violáceas, anaranjadas y azules. Sus colores abrazan mis pupilas haciéndome sentir calidez. Me levanto con tranquilidad sin apartar mi mirada de aquel espectáculo que la naturaleza me regala. Poco a poco y pasando de la punta al talón, me adentro en el mar, dejando que me arrope con su inmensidad misteriosa. Introduzco la cabeza y la presión de mis oídos aumenta, pero también la sesión de unión con el medio. Las olas se mueven de forma armónica desplazando mi cuerpo un par de centímetros hacia una dirección y otra de forma aleatoria. Mi cuerpo comienza a contonearse junto al oleaje a ritmo de Baby I'm Yours, de Arctic Monkeys, haciendo que una felicidad despreocupada invada mis tejidos y finalmente mi mente. Muevo mi cabeza, mi cuerpo ayudado por las olas, sonrío y muerdo de forma divertida la punta de mi lengua con mis dientes. Despego la planta de los pies del suelo y me extiendo sobre la superficie del mar hasta sentirme parte de él. Percibo perfectamente como este se mueve, respira y se desarrolla como medio orgánico. De repente, la intensidad del movimiento que otorga el oleaje comienza a cambiar. Ahora se mueve de forma poderosa mi cuerpo. Me siento débil ante su fuerza, impasible al medio. Los colores del atardecer van difuminándose en la noche hasta que solo queda un tono grisáceo que lo inunda todo. El color del mar se turna negro y con ello, parece aumentar los peligros ocultos que alberga. Mi interior clama por salir del agua, volver a la orilla y sentirme de nuevo, pero no puedo. Mi mente no logra comunicarse con mis músculos. Discuto como intermediaria entre ambos sistemas, pero parecen no entenderme. Siento que mis piernas flaquean y que mi alma se entristece. No consigo mantenerme en pie y finalmente me hundo. Puedo notar la arena del fondo, pero no tiene la misma textura que al principio; ahora parece infestada de pequeños filamentos que se clavan en mi piel. Sin poder ver nada, tan solo la nada, comienzo a gritar de forma silenciosa, sin articular sonido y solo presentada por mí desesperación interna.

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⏰ Last updated: Sep 09, 2017 ⏰

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