La lluvia me despierta y consigue finalmente que me levante de la cama. Abro las ventanas y consigo oler su característica fragancia, sentir su inconfundible brisa. Miro al horizonte y la ciudad se mueve. Noto que mi piel se eriza y disfruto durante un momento de tal sensación. La lluvia cae de lado y saco la mano por la ventana para familiarizarme más con ella. En pocos segundos, mi mano está completamente mojada y la retiro de aquel fenómeno meteorológico. Voy al baño a secarla y mientras seco uno por uno todos los dedos de mi mano, oigo que alguien está en la escalera. Supongo que será Hugo, el vecino del cuarto. Siempre oigo como intenta abrir con dificultades después de una tórrida fiesta en la noche madrileña. Pero no, tocan a mi puerta, y con más extrañeza que miedo, me acerco a ella y miro por la mirilla. Está demasiado oscuro para que logre ver algo, pero la curiosidad determina mi respuesta. Pregunto por quién es y justo después recuerdo que la curiosidad mató al gato y pongo el seguro. Después de diversas palabras inaudibles, consigo oír una voz que pide que abra. Pregunto de nuevo por quién es y finalmente obtengo una respuesta. Es Jorge.
Desconcertada abro la puerta y miro su rostro, completamente lleno de lágrimas y dolor. No dice nada, solo me mira con una mezcla de odio y tristeza, que parece preguntarse por qué no pudo salir bien. Se abalanza sobre mí y une sus labios a los míos. Su suavidad se une con la de los míos e introduce su lengua en mi boca, haciendo que estas se muevan de forma coordinada y a la vez imperfecta. Muerde tímidamente mi labio inferior, haciendo que me quede inmóvil, que mi respiración se agite, que comience a recordar los momentos en los que me hacía sentir así con tan solo mirarme o respirar cerca de mi cuello. Esta vez no derramo lágrimas, no me hundo en el beso, sino que consigo mantenerme, saborearlo incluso. Continua besándome y finalmente pasa sus manos por mi rostro, mis brazos, mi cintura, mi espalda. Intenta cubrir todo mi cuerpo y recuperar el tiempo junto a mí. Por el camino que recorre su mano, los vellos que protegen mi piel se erizan demostrando de nuevo el poder que posee sobre mi cuerpo. Me mueve lenta y cariñosamente, consiguiendo que vaya acercándome a mi habitación. Recorremos el pasillo, rozando las paredes, las pequeñas granulaciones que posee el vulgar gotéele, y finalmente llegamos a mi oscuro dormitorio, colmado de pañuelos empapados y discos desperdigados. Nos tumbamos en la cama, él encima de mí. Puedo notar su rostro húmedo, sus labios tiritantes. Aquel estado hace que mi garganta se seque y me cueste continuar el húmedo beso, pero prosigo pegada a sus labios, tan calientes y a la vez tan fríos por aquella secreción salina. En el intento de ignorar el matiz triste del momento, percibo su erección, haciendo que sonría tímidamente mientras me besa, sintiéndome de nuevo atractiva para él. Introduce las yemas de sus dedos en el interior de mi cabello, alcanzando mi nuca, que también termina acariciando. No puedo evitar inclinar la cabeza hacia atrás ante el placer que genera por todo mi ser. Se separa durante unos segundos de mis labios y observa mi rostro con una media sonrisa sobre sus labios y tristeza en su mirada. La intensidad de su la situación amenaza con convertir la calma en tempestad, pero Jorge consigue frenar dicha pulsión aproximándose de nuevo hacia mi rostro. Pienso que vuelve hacia mis labios, que ese será su destino, por lo que alargo el cuello acortándole el camino. Finalmente no desemboca ahí, sino que continúa acercándose hasta que alcanza mi cuello. Percibo que intenta captar mi fragancia como hacía tiempo atrás y ahora no replico como de antaño, sino que aprecio su disfrute. Tras respirar sobre mi cuello y excitar ciertas partes de mi anatomía, funde sus labios con mi piel. Mi respiración se vuelve ansiosa, ahogada y él lo percibe aumentando la intensidad de su beso. Asciende hasta mi boca y continúa jugando con mis labios y comisuras. Junto a él siento que es un buen lugar donde permanecer, vivir y morir. Poco a poco, empieza a desvestirme. De repente recuerdo aquel absurdo y desgastado chándal color gris que llevo y me avergüenzo. Abro los ojos para ver si su expresión o excitación ha cambiado de algún modo. Ante su continuidad y despreocupación, vuelvo a fundirme en la situación, dejándome desnudar sin reparos e intentando acceder a su espalda, para tocar todos aquellos lunares que desviaban la atención de su piel, todo aquel vello suave que decoraba su huesuda espalda. Noto el calor que desprende toda aquella relación más allá de lo carnal: su boca junto a la mía, mis pechos rozando su pecho y su todavía mojado rostro. Termina con su labor y completamente desnuda en alma y cuerpo, frágil y rota, me mira de nuevo. Parece que se para el tiempo, que las distancias crecen. No puedo decir nada, estoy paralizada. Jorge tuerce la cabeza hacia un lado, cierra los ojos, eleva el rostro y veo todo el esfuerzo que tiene que hacer para no llorar. Se levanta de mi cama, de encima de mí y comienza a desvestirse por sí solo. Vuelve a acercarse a mí, me acaricia la mejilla con el dorso de su mano y yo cierro los ojos para sentir dicha caricia con más intensidad. Se acerca un poco más, permitiendo que nuestros cuerpos se unan y mientras balancea sus caderas, me susurra mi nombre al oído. Yo presiono su espalda y contengo las lágrimas. No consigo disfrutar de él, todo es demasiado atroz, demasiado intenso. Me fundo con él e intento focalizarme en su olor, el placer que me produce, la suavidad de su piel. Me besa los labios, el cuello y la presión se hace más intensa. Mis lagrimales empiezan a colmarse y mi garganta vuelve a secarse. Se acerca a mi oído y susurra nuevamente mi nombre, añadiendo que me quiere. Le devuelvo aquellas palabras diciendo que yo también. Jorge eleva el rostro, me mira y posteriormente lo eleva un poco más, cierra los ojos y ahí sé que ya ha terminado todo. Se tumba a mi lado, yo me giro lentamente y tapo mi cuerpo con la sábana. Se acerca a mí hasta abrazarme. Poco a poco comienzo a alcanzar el estado de sueño, pero opongo resistencia. En cuanto el sol salga y la noche se marchite, todo habrá terminado.
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La vida onírica
Science Fiction"Si un artesano estuviese seguro de soñar por espacio de doce horas que es rey, creo que sería casi tan feliz como un rey que soñase doce horas que es artesano." ...