Capítulo 4

2 0 0
                                    

Un punzante e irritante sonido me despierta. Los rayos de sol aún no son capaces de entrar por mi ventana. Como cada lunes desde hace cinco años me levanto a las siete y media. Corro las cortinas para ver al tímido sol naciente brillar detrás de los edificios. Fijo la mirada un segundo y, todavía en pijama, pienso que debería volver a la cama. Puede que sea momento de quitar la alarma de una vez por todas, de dejar de recordar lo que se encontraba dentro de la normalidad. Los casos continúan en mi mesa. Una decena de personas confiaron en mí y en mi bufete para defender su causa, pero la enfermedad pudo conmigo. Clamé por continuar, pero todos coincidieron en que no lo hiciera. Día tras día me esfuerzo en mentirme para poder confirmar una mejoría, pero fracaso en el intento: la depresión me ha poseído.

Vuelvo al dormitorio y hago un hueco entre las sábanas para poder volver al estado de sueño. Han recuperado su temperatura inicial y, de repente, recuerdo a Jorge. Siempre es una presencia latente en mi mente, que se oculta entre otros pensamientos que destacan momentáneamente. Pero no, está vez me ataca, siento pinzamientos en el pecho, lágrimas en mis córneas, ardor en el alma. Cierro los ojos fuertemente y me introduzco de manera completa en aquel kilométrico tejido blanco. Ahí rompo a llorar hasta el momento en que mi consciencia duerme y mis sentidos, aún afligidos, duermen con ella.

El teléfono me despierta. Su estridente sonido me golpea, haciendo que corra hacia él. Con la respiración agitada, lo cojo y pregunto por la identidad de la persona que se encuentra al otro lado de la línea. Nadie contesta y miro el identificador de llamadas. Mi corazón se detiene al ver su nombre y vuelvo a preguntar a pesar de que ya sé la respuesta.

— ¿Zoe?

—Sí, ¿quién es?

—Soy Jorge, he visto que me habías llamado.

Se le nota totalmente tranquilo. Con cada palabra clara y carente de nerviosismo confirma el paso del tiempo, haciendo que mi escasa felicidad y paz se resienta.

—Sí, tan solo quería saber cómo ibas. Tú, tu trabajo, tu libro, ya sabes.

—Ah, claro. Pues todo va bien, como siempre. Nada especial.

Pienso en si se refiere a que no hay nadie ocupando su mente. Me siento una adolescente queriendo descifrar frases sin trasfondo.

—También llamé para preguntarte si te apetecía que nos viéramos algún día. Algo informal. En el bar de siempre, un día de estos.

Me quedo impresionada al ver que he sido capaz de soltar parte de mis intenciones: verle.

—Recuerda que estoy muy ocupado, Zoe.

Saltan todas mis alarmas y pierdo la esperanza por recuperar el contacto y el amor. Aborto la misión y le quito importancia al asunto para ocultar todo propósito.

—No te preocupes, no importa. Solo era por curiosidad, por ver cómo iba todo.

—Zoe, claro que quiero, pero estoy muy ocupado estos días.

—No te preocupes, Jorge, ya sé cómo es tu trabajo. Otro día hablamos.

—De acuerdo, cuídate.

Y cuelga. Su última palabra hace que sienta el dolor por lo finalizado. Podría haberle contado todo, pero no pudo ser. Él podría haber sido el único que supiera de mi depresión, de mi baja por la misma, pero no pudo ser y se ha convertido en un secreto a voces del que me avergüenzo. Después de su llamada no queda sueño ni ganas de refugiarme en aquel bunker ante el dolor, este se ha desparramado por todo mi entorno. Mi estómago suena, pero mi mente no clama por nutrientes, solo por desconectar. No lo consigo, su voz apática resuena una y otra vez.

La vida oníricaWhere stories live. Discover now