Bird set free - Sia

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Bajé la mirada, reprendiéndome dentro de mi mente por hacerlo, cuando la chica de pelo rojo me miró por encima de su hombro con una sonrisa de burla, para después reírse con sus mejores amigos de mí.

Sabía que eso iba a suceder, sabía que cuando Lynn notara mi presencia en aquel concurso de talentos iba a reaccionar así ¿Y cómo no esperarlo? Para ella y sus amigos yo no era más que un bufón, un payaso que les servía para entretenerse; a veces un saco de boxeo al cual golpear, pero siempre era su víctima principal, la favorita para ridiculizar en público.

Sentía tanta rabia conmigo mismo y contra ellos, tenía miedo de lo que podría pasar después de lo que iba hacer, porque si de algo estaba seguro era de las consecuencias que tendría que afrontar después de hoy.

Salí del auditorio y me dirigí hacia el armario del conserje para encontrarme con Emma, mi mejor amiga, quien me apoyaba en todo completamente. Cuando entré noté que ella ya tenía todo organizado para mí.

—¿Ya estás listo, Aaron?—me preguntó sonriente, frotando sus pequeñas, pero ágiles, manos con frenesí.

Asentí más que nervioso, sintiendo mi respiración acelerarse y mis manos sudar. Aún así me repetía que no había vuelta atrás.

—Bien, ¡Empecemos!—dijo cerrando con seguro la puerta mientras yo empezaba a desvestirme.

«Todo saldrá bien» Repetía como una manera de autoconvencerme de que en realidad no estaba a punto de meterme en la boca del lobo, de que no estaba por darles una verdadera razón para molestarme y de que estaba por mostrarme ante todos como soy en realidad.

«Puedes hacerlo» También susurraba, sin temer que Emma me escuchara, pues ella ya sabía que no iba a ser fácil desde ese momento en adelante.

Respiré hondo cuando mi amiga ajustó el corsé a mi cuerpo perfectamente.

—Más—dije para que entendiera que lo quería más ceñido. Ella obedeció de inmediato y por fin logré ver lo que quería frente al espejo que ella había colocado en la esquina del pequeño lugar, por suerte no lo suficiente para sentirnos asfixiados.

Procedió a colocarme la malla para pelucas y después limpió la piel de mi cara con una pequeña esponja.

No lograba evitar ver mi vida ante mis ojos en esos instantes en los que Emma maquillaba mi rostro, como si estuviera a punto de morir, sólo que no estaba tan equivocado, lo que iba obrar era conocido como un suicidio social.

Me observé a mi mismo con cinco años, cuando mi padre me había dicho que no jugara con niñas, que me olvidara de ayudar a mi madre en la cocina, que yo era un hombre, un «Macho». También me vi a mi mismo llorar cuando descubrir a mi mejor amigo de aquel entonces, Leigh, besar a una niña muy linda de nuestra clase, ya que en ese entonces yo sabía distinguir bastante bien mis sentimientos por él, por alguien que nunca se fijaría en mí. Logré divisar aquella vez que Lynn me cachó mirando de reojo a uno de sus amigos, el cual para nada me gustaba, sin embargo lograba apreciar que era bastante guapo, en cómo me expuso ante toda la clase lo que ya muchos venían sospechando gracias a mis ademanes, que yo era gay.

Los ojos empezaron arderme, aunque no sabía si era por todo lo que recordaba o si era más bien por la sensación de la punta del lápiz contra el contorno de mis ojos.

Nuevamente mi mente se movió hacia mi padre, cómo se había cabreado cuando le confesé que era homosexual, cómo mi madre no había movido ni un dedo para detener el golpe que fue a parar a mi cara por parte de él. Hubiera esperado, en aquel entonces, que él ya no me considerara su hijo, pero en cambio prefirió meterme en la cabeza que yo estaba equivocado, que yo estaba confundido y que él no había engendrado un «Marica».

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