Master of puppets - Metallica

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Mi mano tienta la fría y sucia superficie del suelo, buscando algo a ciegas. Tardo en salir de mi trance, de esta feliz mentira que me proporciona mi maestro. Ahora me enfrento a este mundo cruel, a esta asquerosa realidad a la que no me importa dejar atrás.

¡Oh, maestro! ¿Dónde estás? Sácame de este mundo sanguinario y frío, elévame y llévame a mi nirvana, sabes que sólo soy una simple marioneta tuya, un siervo fiel de tu destrucción.

Caigo al suelo cuando intento levantarme de él, pues mis piernas están tan débiles que no soportan ni la mitad de mi patético peso. Me quejo con debilidad al sentirme hecho añicos en el suelo, frío y sucio suelo, tan parecido a mí, tan mugriento y hecho polvo.

«¡Maestro!» Llamo entre mis lamentos, ruego por su presencia ahora mismo, no puedo estar ni un segundo más aquí.

Vuelvo a intentar levantarme del suelo, pero mis rodillas se debilitan cuando noto el bulto de carne con las ropas tintadas de sangre que tengo en frente.

De pronto recuerdo todo, mis manos golpeadas, el sudor frío provocado por haber corrido kilómetros para así evitar a la policía; las lágrimas de mi madre cuando me vio entrar a la casa con mi maestro en las manos.

«¡Eres una desgracia!» Me había gritado ella con un dolor tan penetrante que hasta yo lo sentía. Pero no iba a preocuparme por eso, lo importante era que lo tenía por fin, que estaba seguro de que me iría por varios días de este repugnante lugar gracias a la piedad de mi maestro.

Las lágrimas salen de mis ojos como cascadas «¿Qué he hecho?» me pregunto cuándo logro ver dentro de mi cabeza la imagen de mi maestro sobre la mesa de cristal, en sus distintas y hermosas formas, observarme con complacencia, listo para mostrarme su misericordia. Pero también veo a mi madre empujarme, desgarrando su garganta con fuertes gritos contra mí, contra mi maestro. Había tirado mi libertad al suelo, al único que me entendía, que me hacía sentir mejor y terminó abofeteándome como otras veces había hecho, sólo que yo ya no iba tolerar más.

Se había pasado de raya, podría meterse conmigo, golpearme, insultarme y arrastrarme por los suelos cuantas veces quisiera, pero no con mi amo y señor, no con mi maestro, cuando él era el único que me comprendía, que me ayudaba y complacía mis más fervientes deseos.

Sigo recordando mis manos contra el cuello grueso de mi progenitora, sus gritos pidiendo ayuda, pero no tuve piedad, ella era sólo un impedimento a mi mundo perfecto, aquel mundo dónde no existía el dolor ni la agria depresión que vive pegada a mí, dispuesta a sorber mi vida a través de sus largos y filosos dedos.

—No, no lo hecho—susurro muy nervioso, pensando con poco optimismo en que eso era obra de mi maestro, pues a veces me sacaba de este mundo sólo para mostrarme uno peor.

Miro el rostro de mi madre que está desfigurado por los golpes que yo mismo le propiné, gris y violáceo, bañado en sangre.

Fin del juego de la pasión

Tapo mi boca cuando siento que vienen las arcadas, pues ver a la mujer que me dio la vida tirada muerta en el piso me estremece con crueldad.

Arrastrándote

Empiezo a indagar por el suelo a mi maestro, no me importa si lo encuentro como cristal o como polvo, lo necesito, lo necesito con urgencia.

Soy tu fuente de autodestrucción

Mi corazón late demasiado rápido, mi respiración se acelera y aún no encuentro a mi maestro. Me empiezo asustar, porque sin mi maestro estoy perdido en este lugar que odio tanto como a mí mismo.

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