Starring role - Marina and the Diamonds

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Si miraba con detalle su reflejo en el espejo, se daría cuenta que dieciséis años habían pasado, que sus mejillas ya no tenían color y sus ojos picaros estaban cansados. No le gustaba lo que veía cuando no llevaba maquillaje o esa falsa sonrisa que pintaba en su cara, sonrisa que a lo largo del día se derretía del hastío, del vacío que sentía por ser un adorno ante los demás, esa tarjeta de presentación que con los años perdía valor.

Muy tarde miraba al pasado para añorar sus movimientos sobre el escenario y las palabras que salían de sus labios cuando hacía de otra persona. Muy tarde se daba cuenta que eligió el camino incorrecto en el momento que decidió bajar del escenario y despedirse para siempre de su público. Muy tarde sus ojos se cristalizaban por las lágrimas, tarde, muy tarde su pecho se comprimía en su mano.

Todo ese tiempo estuvo ciega, o tal vez viviendo muerta; su soberbia le jugó sucio, le hizo creer que su belleza era resistente al paso del tiempo, que su talento era único, que su sola presencia en la vida de Lorenzo bastaría para que él ni siquiera pensara en serle infiel. Pero eran mentiras. Chocó muy fuerte contra un muro de cruda realidad y comprendió que ya no era esa Katia Aurora, ya no era joven y hermosa, su talento como actriz se había atrofiado a causa de años y años de sólo ser la esposa de Lorenzo Gaitán, el reconocido Director y guionista de obras de teatro.

Arañar el espejo no aliviaba el rencor que subía de temperatura y engordaba a tal punto que de su cuerpo escapaba en forma de gritos llenos de ira.

No dolía su corazón, ese ya llevaba años sin amarlo. Dolía su confianza herida por adorar esa imagen de hombre ideal que él portaba; dolía su orgullo que se desangró cuando los vio a los dos en el escritorio, a medio vestir, agitados uno contra otro.

Maldita Rita, tan amable que parecía, le recordó a sí misma cuando se enteró de que era parte del reparto. Su sonrisa estaba llena de veneno y sus ojos grises ocultaban la víbora que en realidad era. No se tentó el corazón con tal de obtener su maldito papel protagónico y la había dejado a ella y a su hija a la deriva. Maldito Lorenzo. La arrinconó a vivir a costa de él, hacerla dependiente de él. La alejó de su sueño de ser una actriz reconocida, con una vida de comodidades la sobornó y ella cayó en la expectativa de tener todo solucionado.

Por muchos años vivió con los ojos tapados, disfrutó de los beneficios de ser una mantenida, de sólo preocuparse por el bienestar de su hija y ser la esposa linda de alta sociedad, para entender muy tarde, entre lágrimas, gritos, suspiros y deseos de regresar el tiempo, que era una buena para nada. Su tiempo había acabado, el mismo Lorenzo lo dijo, « ¿Quién contraría a una vieja que no ha actuado en más de una década?»

Ni arrojando los cosméticos al suelo conseguía aplacar ese condenado dolor de saberse perdida, acabada y sin oportunidad de escapar. Sus posibilidades de avanzar las veía abolidas, no cesaba de martirizarse con la imagen del espejo, con las palabras agriadas en ponzoña que su futuro ex esposo le había dicho esa mañana. «Por eso me gusta ella, es joven y hermosa» esa juventud y belleza alguna vez la tuvo. «Tú ya no me complaces como antes» por lo que era preciso deshacerse de ella. «No te hagas la víctima. Tú sólo te casaste conmigo para ser una mantenida» habría preferido nunca convertirse en ese cuerpo flojo que se hallaba tiritando en el suelo.

Era lúcida la vergüenza que sentía al estar en su propia piel, por más que se esforzara en arrojarla contra la pared de su mente y reducirla a pedazos insignificantes, ésta se aferraba a su rostro demacrado por las lágrimas ¿Cómo saldría a la calle con ese estigma pegado en su frente? ¿Cómo se atrevería a mirar los rostros de aquellos que la vieron presumir de tener una hermosa vida?

Era un producto con fecha de caducidad y por eso ya no era necesaria; era un objeto que en vez de ganar valor con los años lo había perdido y por eso era reemplazada por una versión mejorada, nueva.

¿Quién se habría atrevido a revelarle que sentirse la muñequita que un hombre adornaba con joyas y flores terminaría por degradarla a nivel de un simple mueble que podía ser reemplazable? Esa dura interrogante la llevó a levantarse, obsesionarse con las líneas de expresión que se mostraban en el espejo y arremeter contra el cristal con un puñetazo certero.

Trozos de cristal y sangre se derramaron en el aire, arrojados en el suelo un afilado espejo fue tomado por una mano que planeaba vestirse de carmesí. Se hundió en la carne de aquella mano el pequeño trozo de espejo y liberó el nudo en el pecho de aquella mujer destrozada, liberó el dolor que necesitaba, liberó el grito en la cumbre de su odio, liberó la sangre que cumplió su cometido.

Estaba desquiciada, pero él lo estaba más si pensaba que se lo dejaría tan fácil. No lo dejaría libre, lo desgarraría hasta dejarlo sin piel antes que dejarlo salir de su vida sin obtener todo lo que merecía.

Unos ojos grises la miraron aterrados cuando caminó fuera de la habitación empuñando el pedazo de espejo en su mano. La sangre que llovía sobre el piso de madera logró que retrocediera, pero impidieron que las palabras que había practicado se desataran de su garganta.

Lo soltó junto a una sonrisa, cayó al lado de sus zapatos de cuero el cristal borgoña y antes de que pudiera replicar que aquella mujer que alguna vez le engatusó con su belleza y talento era una demente, la mano teñida de sangre se posó en su pecho.

-Yo nunca te dejaré libre.

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