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Bianca di Angelo tomó entre sus manos la pesada y bella corona de oro adornada con algún que otro rubí o diamante mientras sus ojos la recorrían con un rastro de melancolía.

Esa era la corona de su hermano, su sucesor, quien se suponía tendría que ayudarla a gobernar luego de su ascenso al trono.

Mordisqueó su labio inferior mientras posaba aquel objeto de gran poder que podría alimentar a un pueblo entero por al menos una década sobre su legítimo lugar.

– Princesa– Una voz detrás suyo demandó su atención.

La de cabellos azabaches dio media vuelta para encontrarse a la líder de sus tropas con el cabellos amarrado en un rodete y la mirada firme y penetrante fija sobre ella.

– Líder Belladona– Saludo con una leve sonrisa formada en sus labios.

La recién mencionada tomó la mano de su soberana y la llevó a sus labios para depositar un suave beso sobre los nudillos.

– Mi princesa, le traigo buenas noticias– Prometió con una sonrisa macabra. Zöe había conocido al pequeño di Angelo, le tenía un reducido aprecio (mejor poco que nada) y el cariño y lealtad que le tenía a la princesa provocaban en ella el deseo de venganza, además, con aquella apropiación tan vil habían ofendido a su patria, no se quedaría con los brazos cruzados.

– Bianca frunció el ceño mientras la escuchaba atentamente.

– La peste está invadiendo toda Olimpia, los barrios bajos ya están completamente infestados y el malestar se va esparciendo.

Bianca sonrió con crueldad pero aquella fue disuelta en la llegada de un pensamiento.

– Si la peste está invadiendo cada rincón de Olimpia... Hay que sacar de allí a mi hermano con urgencia.– Expuso la heredera mientras una mueca se formaba en su rostro.

Zöe asintió y acomodo su arco sobre su hombro.

– No se preocupe princesa, enviaré a un pequeño grupo para sacar al príncipe de allí y lo traeré sano y salvo.– Prometió irguindose e inclinando la cabeza.

– No– La detuvo cuando Bianca cuando la líder le dio la espalda para abandonar la habitación.

Zöe se dio vuelta y la miró con el ceño fruncido esperando que la contraria no lo tomase como insulto. Esperó a que ella hablase.

– Yo seré quien lidere esa expedición. – Dijo firme tomando un arco y algunas flechas.

Zöe estuvo a punto de replicar, pero conociendo a Bianca( o al menos conociendo a la Bianca del pasado, aquella que habitaba en aquel precioso  cuerpo antes de ser sustituida por un alma deprimida y callada) sabía que era terca y que no se dejaría convencer, por lo que se quedó callada y esperó a que la princesa terminara de alistarse.

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Jason caminó por los pasillos de su castillo(o el castillo de sus padres, lo que fuera) en puntas de pie, estaba descalzo con el propósito de no provocar ninguna clase de ruido que pudiese resonar por las paredes y que el eco provocase que la alarma interna de sus padre y los guardias del castillo se encendiera.

No podía permitirse aquello.

La razón?

Si aquella "alarma interna" se encendía, irían a buscarlo, y si iban a buscarlo, entonces le quitarían de su lado al pequeño moreno de carácter sarcástico que en aquel momento se escondía detrás de su espalda.

El rubio decidió no arriesgarse tanto y tomo los muslos de Leo para abrir sus piernas e indicarle que rodease con estas su cadera desde atrás, cargándolo sobre sus espalda, Leo acotó las ordenes y enterró las uñas en los hombros de Jason Nara no caerse. Este no protesto.

Cuando estuvo frente a su habitación, alargó un brazo para tomar la perilla y la giró para poder abrir la puerta, se escuchó  un suave chasquido y esta se abrió.

Ambos entraron sigilosamente a la habitación del mayor y cerraron la puerta rápidamente. Una vez se aseguraron de estar a salvo de ojos u oídos curiosos, se sonrieron el uno al otro.

Cabe aclarar que estaban muy cerca.

Extremadamente cerca.

Estaban casi pegados.

Frente a frente.

De un momento a otro comenzaron a respirar el mismo aire...

Y sus labios se hubieran chocado (no exactamente por accidente)...

O lo hubieran hecho si no fuese por la voz femenina que clamaba por la atención de su hermano detrás de la puerta.

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Piper peinaba los largos cabellos dorados de su ama, le fascinaba ver como estos se desenroscaba al paso del peine y los iban dejando lisos. Aunque se podría decir que odiaba a la dueña de aquellos cabellos, debía admitir que amaba peinarla.

Un nuevo moretón se extendía en colores verdes ,azules  y morados al costado de su frente y en su brazo. Provocados como castigo por osar desear e intentar ver a sus hermanos, aquel guardia había sido muy duro con su pobre cuerpo.

– Listo– La palabra de deslizo ronca por su irritada garganta, irritación causada por los gritos y la falta de aire.

Annabeth asintió sin molestarse en darle las gracias y se paró para luego dirigirse a la puerta y dejar sola en su habitación a la menor.

Annabeth caminó por los largos pasillos hasta la habitación de uno de sus hermanos y golpeó la puerta suevemente, pidiendo entrar. Él no pareció escucharla, por lo que gritó su nombre un para de veces.




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