07. La furia del Dragón, parte 1

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Se fueron a la Torre Este, una de las cuatro construcciones alrededor de Weinxus ocultas en el límite forestal, donde los centinelas supervisan todos los terrenos demoníacos. Los soldados se revenciaron un poco ante la presencia de su Rey. Azazel fue directo al telescopio, mirando detenidamente los cielos.

Recién pudo ver una mancha volando sobre las copas de su bosque, lo suficientemente bajo para pasar desapercibido. En efecto, era tal como el centinela había dicho. Era un hombre, un caballero en una armadura plateada montando sobre un dragón. De algún modo se las había ingeniado para escapar de las trampas letales del bosque.

Pero algo raro pasó. El humano se estaba alejando de ellos. Volvía hacia las montañas, de vuelta a tierra humana. Parecia que huía, ¿pero por qué? Justo notó algo extraño: en el horizonte, entre la línea del valle despejado y el cielo celeste, notó una fina línea negra en ella. Y sobre ella, unas manchas lejanas más grandes. Se iba acercando de a poco.

Su sangre se heló cuando reconoció las figuras: era un ejército inmenso.

Se apartó de telescopio cuando antes y le ordenó que sonaran la alarma. Un demonio fue hacia un inmenso cuerno y sopló de él, creando un fuerte sonido que sonó por todo el reino.

-Preparen los soldados cuando antes-les ordenó a sus hombres. -Quiero que envíen nuestro ejército al lado este del reino, pero pongan una línea defensiva a las afueras de la ciudad, en caso de que nos rodeen. Levanten la barrera primaria y la secundaria, y en cualquier caso, preparen la terciaria. Los retendremos antes de que crucen el bosque. Si ese hombre pudo sobrevolar sobre nuestro territorio sin que nuestras trampas lo detectaran, eso significa que ese tal Lewad a estado desarrollando un poder que contrarresta nuestra magia. Es seguro que este enfrentamiento bélico sea el más duro que hallamos tenido en estos 16 años.

Sus generales asintieron, igual de preocupados por la situación. Nunca antes algo como esto se había dado.

-De todas formas vayan evacuando a los ciudadanos. No quiero tener ninguna clase de pérdida grave.

...

Lucinda se hallaba en el comedor, aburrida. Estaba esperando a su padre, pero por alguna razón no llegaba. Su madre trataba de animarla para que desayunara, mientras se escuchaba desde la cocina a las damiselas fregar los trastes.

Fue cuando un ruido extraño sonó. Era como de una trompeta que resonó por todas partes. La pequeña princesa no tenía la menor idea de qué era eso, pero una gran curiosidad le entró. En cambio, los adultos y sirvientes del castillo supieron de inmediato lo que significaba. Las sirvientas dejaron de lavar los platos, y empezaron a hablar preocupadas entre ellas. La reina había palidecido.

Cargó a su hija fuera de la cocina, seguida por las empleadas. Los guardias del castillo escoltaban a todo el mundo por los pasillos hacia las escaleras subterráneas, hacia un búnker construido bajo tierra, donde estarían a salvo. Pero Nina dejó que todos los demonios bajaran antes que ella. Quería hablar con uno de los soldados para ver qué estaba pasando exactamente y ver si su esposo estaba bien.

-¡Nina!-llegó Mugaro. -¿Qué esta pasando? ¿Estamos en peligro?

-Eso parece, pero no estoy segura.

Nina trataba de acomodar mejor a su hija, apoyando su cabeza sobre su hombro y acariciando su cabeza para calmarla, pero la pequeña princesa no estaba asustada para nada. Más bien estaba confundida. ¿Un ataque? ¿Cómo era eso posible? ¿Y de parte de quién?

Un par de guardias insistieron a los dos para que bajaran, pero Nina se negaba. En eso vio a uno de los generales caminar rápido por los pasillos, seguido por su escolta.

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⏰ Última actualización: Feb 09, 2018 ⏰

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Lucinda, hija de AzazelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora