Una cita infantil

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Alexander


Ella intentaba ser la número uno en mi territorio. Puede que Christine creyese que tenía una oportunidad pero yo había propuesto la apuesta a drede, ya que esta chica me sacaba de mis casillas me había encomendado una misión. La añadiría a mi lista de conquistas, la seduciría y luego la dejaría plantada puede que de esta manera aprendiese de una vez por todas quién es el jefe. Decidí que Christine no era una chica fácil, tendría que trabajármelo un poquito y qué mejor manera de empezar que con una cita. Como buen caballero que soy, le dejé elegir el sitio y la actividad, cuánto más cómoda esté más accesible será.

Quedamos al día siguiente por la mañana (a pesar de ser lunes no tenemos instituto porque es un día festivo) en que ella pasaría a buscarme. Se negó a decirme nuestro lugar de destino, lo que me dejó con una duda existencial. ¿Qué me pongo? Podría elegir por ir muy formal pero quién sabe los sitios inmundos que podía frecuentar esta muchacha, en ese caso, ir demasiado formal podría acarrearme muchos problemas. Por otro lado si voy en chándal y me lleva a un sitio elegante pareceré un cani. Me decido por un pantalón vaquero corto y una camiseta roja de manga corta. Al terminar de ponerme mis converse blancas suena el timbre, bajo y cojo mis llaves, mi móvil y algo de dinero por si las moscas. Al salir me encuentro con una imagen de lo más cómica, ahora mismo podría jurar que la mismísima "Barbie" ha venido a recogerme. Christine ha venido en nada más y nada menos que en una "Vespa" de color rosa y con un casco del mismo color.

- Y yo que creía que no te gustaban las motos. ¿De qué juguetería has sacado a esta cosa?

- Procura no meterte con mi moto o esta velada no va a ser muy agradable para ti. - Sonreí de manera socarrona y me tendió un casco igual al suyo. Me quedé mirándolo y se lo devolví inmediatamente. - No pienso ponerme esta porquería.

- Suele ser una amiga a la que llevo ahí atrás, no te queda más remedio.

- Iré sin casco y ya está, no hay problema.

- Bueno, pero sí nos para la policía te tocará a ti pagar la multa.

No me avisó al arrancar y me tuve que agarrar a ella de forma precipitada pero no iba a perder la oportunidad de tocarla. Esperé algún tipo de reacción a mi contacto pero nunca llegó. ¿Es que esta señorita no iba a dejar de sorprenderme nunca? Conducía a una velocidad considerable pero sin saltarse ninguna señal, iba todo de perlas hasta que divisamos a un coche de policía. Ahora sí que noté el nerviosismo en su cuerpo. Como había supuesto o mejor dicho, como habíamos supuesto, el agente de policía nos paró. Ya estaba escribiendo la multa cuando le dije a Christine que arrancara la moto. Estaba tan sorprendida y asustada que no podía hacer nada. No me quedaba más remedio que tomar las riendas de la situación. Me arrimé más a ella y arranqué la moto, gracias al cielo que ella respondió bien y pulsó el acelerador con el pie. Intentaron perseguirnos pero yo tengo mucha práctica y no tardé mucho tiempo en despistarlos. Paramos enfrente de una cafetería y Christine se bajó bastante alterada.

- ¡¿Pero qué se supone que haces?! ¡Nos podrían haber detenido!

- Solo he puesto un poco de diversión al asunto tampoco es para ponerse así.

- ¡Imagina por un momento que nos hubiesen llevado a comisaría! Constaría en mi historial y no me aceptarían en la universidad.

- No nos han pillado porque soy maravilloso conduciendo. - Este arrebato le estaba haciendo todavía más deseable por lo que me acerqué un poco.

- ¡Pero imagina qué... - No llegó a terminar la frase porque la cogí de la cintura, la acerqué a mí y la besé. Sus labios sabían incluso mejor que la primera vez que la besé.
Al separarnos me volvió a dar una bofetada pero se guardó de pegarme una patada en la entrepierna.
- Vamos, aún tenemos una cita a la espera.

Tardamos unos diez minutos en llegar al lugar de nuestra cita, cuando ya nos estábamos acercando Christine me pidió que cerrara los ojos. No tenía razón para negarme así que hice lo que me había pedido. Me guió unos pasos y me dejó abrirlos. Un parque, me había traído a un parque.

- Interesante... ¿Y qué se supone que vamos a hacer aquí?

- Pues es una respuesta muy sencilla, jugar. - Le miré muy confundido o eso creo porque procedió a explicarse. - Cuando era pequeña solía venir aquí, mis antiguas amigas y yo veníamos la mayoría de las tardes y jugábamos al tocatierra.
- ¿El tocatierra? ¡Qué narices es eso! - Le dije entre risas.
- Es un juego hispano que nos enseñó la niñera de mi amiga que venía de allí. Se elige una instalación del parque, a poder ser la más grande que encuentres y por la que te puedas mover con facilidad. Entonces se elige a la persona que se la queda y se empieza a jugar. El objetivo es que la persona que se la queda no te pille y para eso escalas, saltas y recorres toda la instalación. Por otra parte, la persona que tiene que pillar va con los ojos cerrados pero tiene la ventaja de decir "tierra". De esta manera si hay alguien pisando el suelo pasa automáticamente a ser la persona que tiene que pillar.

Me acabo de quedar totalmente boquiabierto, he de decir que no suena nada mal. Asiento y elegimos un sitio donde jugar.
- Muy bien, te la quedas. - Me dice como si fuese lo más normal del mundo.
- ¿Yo? ¿Por qué?
- Por que tu eras el que quería una cita conmigo.
- "Touché"
Me dijo que tenía que contar hasta cinco mientras daba vueltas e ir a por ella. Llevaba ya un buen rato buscándola y me estaba empezando a desesperar. No se oía ni una mosca, a menos que volara es imposible que no la hubiese pillado ya. ¡Por dios! ¿Cómo no me había dado cuenta? Estaba en el tejado de la construción. A pesar de que había tres, supuse en cuál estaría.  Si subía al más alto era muy difícil bajar, lo más lógico era subirse al mediano para que si yo subía poder escapar de un salto al más pequeño. De modo que yo solo tenía que subir al más pequeño y dar un salto al mediano y ya estaría. Podía hacerlo, pues claro que podía al fin y al cabo soy Alexander Cullen. Subir al más pequeño es fácil, fingí que la buscaba y sin pensármelo mucho salté al otro tejado. Christine soltó un pequeño grito de sorpresa pero no apoyé el pie demasiado bien y me balanceé hacia atrás. Ella me cogió y me atrajo hacia sí, nos miramos a los ojos, a esos preciosos ojos azules y me besó. Si, si, ella fue la que me besó. Nos fundimos en un largo beso, a lo mejor no era tan difícil como yo creía. De lo único de lo que no tenía duda era de que dentro de poco la tendría en mi cama.

No repitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora