|Mala suerte|

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Se levantó temprano y caminó con los ojos cerrados hasta su baño a prepararse para ir al instituto. Se dispuso a buscar su cepillo de dientes cuando salió de la ducha. Busco por el lavamanos, en el compartimiento que estaba dentro del espejo y hasta en el felpudo del piso. Nada. ¡Absolutamente nada! No lo encontró.

Tuvo que untar la pasta por su dedo. Era increíble. ¡Se cepilló los dientes con su dedo! Soltó un bufido seguido de palabrotas, que si Violette hubiera escuchado se habría enojado. Y él se hubiera reído. Le gustaba molestar a su pequeña hermana de 8 años, pero la amaba. Era lo único bueno que aún quedaba de su familia, sus padres vivían enfrascados en sus trabajos casi dejándo de lado a sus hijos.

El estómago le gruñó, indicando que era hora del tan esperado desayuno especial que Rosa siempre les servía con amor y cariño genuinos.

No pudo percibir el aroma que emanaba la comida mientras bajaba las escaleras. Se detuvo en seco en el umbral de la puerta hacia la cocina y su ceño se frunció, desconcertado.

—¿Mamá?—le había salido la voz llena de duda.

—Oh, hola cariño. Estoy haciendo el desayuno—contestó, desviando la mirada hacia la figura de su hijo, viendo lo mucho que había crecido y lo poco que ella había estado presente.

—Puedo ver eso...—chocó su cadera contra la mesa y se dispuso a escanear el perfil de su madre—. ¿Estás bien?

—¡Claro que sí!

—¿Segura? ¿Todo bien en el trabajo? ¿Papá está bien? ¿Pelearon?

Las preguntas habían salido con rapidez y sin permiso de la boca del muchacho. Estaba muy intrigado por saber qué fue lo que le había pasado a su madre para que estuviera ahí, con ellos. ¡Haciendo el desayuno! No podía creerlo. «Algo le tendría que haber pasado a Rosa para que ella esté haciendo esto... ¿No?»

—Todo está perfecto, hijo. Ahora, siéntate.

Tomó asiento lentamente. Con su plato ya en frente de él, se extrañó por la ausencia de su pequeña hermana.

—¿Y Vi?

La cocina se llenó de un remolino colorido y alegre.

—¡Hola, hermanito lindo!

—Hola, Violette—respondió, sonriendo. Al menos algo estaba todavía en orden.

—Mami, ¿me puedes pasar mi desayuno, por favor?

—Por supuesto, linda—respondió su madre, mirándola con cariño.

El dolor se le incrustó en el pecho. A él nunca lo había mirado así. Nunca le  había dirigido una mirada, y si lo hacía era para regañarlo por alguna travesura que, de niño, él hizo. Sus ojos picaron, pero un rápido movimiento de pestañas hizo que cualquier lágrima se guarde.

Mientras escuchaba en silencio la conversación que tenían su madre y hermana, vió desinteresado el reloj y  sus ojos se ampliaron. ¡Estaba llegando tarde!

Pegó un brinco y se acercó a la puerta gritando "se me hizo tarde, adiós."

Escuchó que su madre le quiso gritar algo que parecía sonar a una advertencia pero ya estaba cerrando la puerta así que no le prestó atención.

Empezó a caminar hasta el instituto, hasta que el sonido de un trueno hizo que sostuviera con fuerza una correa de su mochila.

«Ahora no... Por favor», pensó. Pero sus plegarias no fueron escuchadas. Una fuerte lluvia cayó sobre él, empezando a mojarlo. ¡No!

Su ceño se frunció, mientras tiraba miles de maldiciones. Estaba enojado y dolido. No entendía porqué, después de tantos años, su madre mostraba interés en ellos. Le habían roto el corazón, y su madre era la culpable.

♦ ♦ ♦

Llegó empapado y tarde al instituto. Pasó por su casillero y sacó una camiseta, unos jeans y unas zapatillas. No había recordado que guardaba ropa en casos de emergencia hasta que llego a la puerta del instituto. Su primera parada fue el baño. Cuando terminó de cambiarse, fue a la clase del profesor Sánchez, el de química. Odiaba química. Nunca le había gustado.

Cuando estuvo delante de la puerta de la clase, la abrió mientras se adentraba y cerraba con un fuerte portazo que hizo que más de uno se asustara, incluído el profesor. Se notaba que estaba enojado, furioso. Y así era. Muchas cosas habían pasado en la mañana.

Tomó asiento y se dispuso a sacar su cuaderno, pero este estaba empapado y posiblemente roto. Un suspiro cansado y de derrota salió de sus labios. Solamente escuchó la clase,no pudo tomar ningún tipo de apunte.

Cuando terminó el horario de clases, fue a buscar su ropa mojada cuando encontró una nota pegada en su casillero. La leyó, y su ceño se frunció aún más. Enojado, la apachurró y dejó caer, para poder tomar sus cosas e irse. Pensó que era una broma aquella nota, y se enojó mucho más por creer que alguien le enviaría algo así a él.

Soltó un suspiro cuando salió del instituto, la lluvia seguía cayendo y él...

Él volvería a mojarse y posiblemente agarre un resfriado.

«Esto es tener mala suerte», pensó Alejandro.

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