Una Grieta en la Roca - 1

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**imagen: Av

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**imagen: Av. Bustillo, km 5,8 --la parada de colectivo de Lucía

Circuito Chico con caminata a la mañana, almuerzo y Cerro Catedral a la tarde. Bien, nada complicado. Tenía planeado escaparme al mediodía y dejar que Lucas los llevara solo a Catedral. No podía desaparecer de la oficina toda la semana, y no me interesaba quedarme trabajando hasta cualquier hora de la noche para dejar todo listo para el día siguiente. Sobre todo si ese día siguiente amanecía con el fam tour camino a San Martín, y yo con ellos. Resoplé mentalmente. Más valía que los de Tango nos llenaran de reservas para todo el año. No quería aguantar el tedio de la excursión a San Martín gratis.

Bajé a la ruta saboreando la mañana, fría y luminosa como sólo puede ser la primavera en Bariloche. Ariel no tenía clases y se había quedado durmiendo. El aire empezaba a oler a flores y a polen, para desesperación de los alérgicos y mi gran deleite. Había bastante tránsito hacia el centro a esa hora, pero la parada del colectivo estaba vacía. Mala señal. Ocho menos veinte pasadas. Pésima señal. A esa hora la mitad del barrio estaba ahí esperando. Diez a uno que el colectivo había pasado antes. Me quedé cerca de la banquina, con la esperanza de que pasara algún conocido que me ahorrara los veinte minutos de espera. Tendría que haberme metido en el refugio de la parada, escondida y a buen resguardo.

El Fiesta blanco bajó a la banquina para detenerse frente a mí con precisión milimétrica y la puerta del acompañante se abrió suavemente. Lucas llevaba puesto los lentes de sol y miraba hacia adelante, su cara nimbada por el sol todavía bajo frente a él. El pelo húmedo le destellaba como oro líquido. Vacilé.

—Si preferís te cobro pasaje —dijo, volviéndose para mirarme por encima de los lentes con una sonrisa breve.

Me ahorré la respuesta, segura de que mi cara la expresaba a la perfección. Igual que la noche anterior, apenas me subí al auto me asaltó su perfume. Hasta el asiento del acompañante estaba impregnado con ese aroma suave y fresco, inconfundible. Cuando se fuera el fam tour, iba a tener que lavar y perfumar toda mi ropa dos veces para que ninguna de sus fans me saltara encima por error.

—¿Y Majo? —pregunté un par de kilómetros después, cayendo en la cuenta de que era raro que estuviera yendo solo a la oficina a esa hora.

—En casa de una amiga, en el centro. Te dejo en la agencia y voy a buscarla.

Manejaba con una sola mano en el volante, la otra en los cambios, la vista siempre al frente, sin mostrar impaciencia por la caravana de autos que avanzaba con creciente lentitud. Vestía una camisa clara impecable, jeans, calzado de trekking. En el asiento de atrás tenía su campera liviana impermeable, seguramente el último modelo de North Face.

—¿Qué caminata querés que hagamos hoy?

Me miró por un instante y me di cuenta de que me había quedado observándolo, la mente en blanco. Volví los ojos hacia la ruta, incómoda, y me encogí de hombros.

—Sendero Fundación —respondí—. Digo, Arrayanes. —Siempre me cuesta acostumbrarme a los nombres nuevos que les dan a los lugares turísticos—. A menos que se te ocurra algo mejor. Hace rato que no salgo a caminar.

—El Sendero está bien—asintió—. ¿Vamos con Pedro?

—Sí.

Asintió otra vez, aprobando mis disposiciones sin asomos de condescendencia. Por un momento me sentí innecesariamente en guardia. Hasta que, por supuesto.

—¿Vas a venir a caminar, o me tengo que llevar al grupo para que tengas un rato tranquila con Joaquín?

Era Lucas. No podía evitarlo. No importaba cuánto se esforzara, su temperamento siempre terminaba asomando. La rana y el escorpión cruzando el río crecido. Me negué a croar y lo enfrenté con la mejor sonrisa que pude componer.

—El día que necesite tu ayuda con un tipo, me hago lesbiana —Y cruzá el río como puedas.

Su risa me sorprendió, porque no tenía nada de burlona. Sonaba sinceramente divertido.

—Uno a cero —dijo, todavía riendo, y no volvió a hablar en todo el camino.

Los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora