CAYENDO

440 39 14
                                    

Mike se dispuso a hacerse un café mientras Chester todavía dormía plácidamente. Prendió la cafetera y esperó a que esté listo.

Apoyó ambas manos sobre la mesada y se quedó mirando el cielo desde la ventana de la cocina. Recién había amanecido, por lo que las nubes todavía tenían un tono violáceo.

Se notaba que iba a ser un día hermoso y probablemente podría usarlo para pintar desde el balcón.

Retiró la taza de la cafetera y se sentó en el sillón del living.

Era todo tan silencioso con Chester que sinceramente se estaba aburriendo, pero no podía ir a despertarlo ya que era fin de semana y probablemente iba a querer dormir más ya que no tenía que ir a trabajar.

Tomó un sorbo de café y se dio cuenta que no tenía gusto a nada. Bufando se levantó y buscó azúcar para ponerle y darle un poco de sabor.

Le metió tres cucharadas y seguía teniendo el mismo gusto a nada.

Buscó la bolsa de donde había sacado el café, probablemente Chester lo había dejado vencer o algo similar.

Miró y vio que no, que le faltaban meses todavía para caducar y que la bolsa era prácticamente nueva.

Mike frunció el entrecejo y miró el frasco de azúcar que todavía estaba arriba de la mesera. Tomó la cuchara y la llenó con el polvo blanco para luego metérselo en la boca.

Tampoco tenía sabor a nada.

Tiró la cuchara en la mesa y se sentó en la mesada.

De la alacena sacó un paquete de oreos y lo abrió.

Probó una pero tampoco tenía gusto, era insulsa.

Volvió a guardar las galletitas y se tiró en el sillón mirando al techo.

Supongo que ahora todo va a ser así’ pensó.

No era una novedad que las cosas iban a ir empeorando, por supuesto, pero nunca pensó que a un cierto punto iba a comenzar a dejar de sentirle el sabor a las comidas.

Obviamente que esto no se lo podía decir a Chester.

Había vuelto dos meses atrás y todavía no había mostrado ningún síntoma de estar empeorando hasta ahora.

El cáncer seguía avanzando.

Pero más de la tos y la pérdida de peso, nada más le había pasado.

Suspiró y escuchó a los pájaros cantar, los ruidos que producían los árboles debido a la brisa mañanera.

Por ahí sonaba algo poco importante, pero él sabía que iba a extrañar esos sonidos de la naturaleza.

No tanto como despertar al lado de Chester. Por ahí para cualquier persona podía sonar algo poco relevante, pero para él abrir los ojos cada mañana y ver a su marido durmiendo a su lado le bastaba para saber que iba a ser un buen día, más allá de los problemas.

Giró la cabeza y vio una estantería con libros, que entre ellos se destacaba un álbum de fotos que nunca había visto, probablemente lo había puesto Chester ahí y él nunca lo había notado.

Se levantó y tomó el álbum entre sus manos. Estaba lleno de polvo, por lo que supuso que había estado guardado durante años y nunca lo había vuelto a mirar.

Lo abrió con curiosidad y vio las primeras fotos.

Estaba Chester de bebé junto con Lily en el parque. Sonrió al mirar las fotografías, que iban como en una escala de tiempo, desde el nacimiento hasta la adolescencia.

LA LUZ DETRÁS DE TUS OJOSWhere stories live. Discover now