Docentes y padres en unidad de corazón

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Es fundamental que tanto los padres como los docentes compartan los mismos ideales en la educación de los hijos y se apoyen mutuamente.
Hay padres de familia preocupados exclusivamente por el aprovechamiento académico de sus hijos. Preocupación legítima también de la labor docente, aunque haría falta integrar este aspecto en el horizonte y en el lugar adecuado para no desvirtuar el proceso educativo.
Afortunadamente este proceso no lo realizan únicamente los padres de familia. Tampoco los docentes. La confianza y colaboración de ambos repercute directamente en el éxito de la educación.
Aprender a trabajar, el estudio es un trabajo profesional, con todas las virtudes que esto lleva consigo, se convierte en la base sobre la que se edifica el resto del proceso de enseñanza-aprendizaje.
La auténtica educación, la que transforma vidas y prepara para la vida, es necesariamente integral. Deberá incluir todos los aspectos relevantes de la persona en una unidad armónica y equilibrada. En el aspecto intelectual, además de adquirir conocimientos y virtudes propias del trabajo académico, es importante enseñar a pensar. Formar personas de criterio requiere, además de recibir conocimientos pertinentes y relevantes, aprender a reflexionar sobre estos mismos conocimientos e incorporarlos en la propia existencia cotidiana.
En el campo de la voluntad, mencionaré de pasada que un objetivo de la educación es enseñar a luchar a los estudiantes por ser mejores personas. Fortalecer la voluntad es brindar las herramientas para aprender una y otra vez a proponerse puntos de mejora personal. Aprender a resistir en los momentos de contradicción y lanzarse con audacia e iniciativa para hacer el bien. Todo esto con un compromiso claro por servir a los demás por encima de cualquier interés mezquino.
Pero el aspecto al que quería referirme principalmente es que en este proceso de formación integral, no podemos perder de vista el sentido trascendente. Unos padres y docentes cristianos no pueden olvidar que tienen confiada la formación de los jóvenes para alcanzar la meta que de verdad importa; alcanzar el cielo. Aunque este aspecto no lo encontraremos en el discurso de muchos pedagogos de renombre, por la misma unidad que implica la persona humana, obviar este aspecto, es condenar la educación a un proceso sin rumbo, un sin sentido. ¿De qué serviría, por ejemplo, tener un experto matemático, atrapado por los vicios, sin un sentido solidario con los más necesitados y sin poder disfrutar de la alegría que brinda la cercanía con Dios a través de los sacramentos y la oración?
Un padre de familia, un docente, consciente de la responsabilidad de ayudar a alcanzar el cielo, se ha de decidir él en primer lugar a recorrer ese camino. Transmitir la alegría de la fe, del trabajo bien hecho, del hábito de pensar con profundidad y de luchar por mejorar en las virtudes son realidades que no se improvisan. Requieren un compromiso con el bien y la verdad que modela y dirige toda la existencia. Por esto, cuando veo a un docente o a un padre de familia, de esos que se esfuerzan por hacer las cosas bien, me nace el deseo de hacerles una reverencia sincera.
La educación sería imposible sin la colaboración confiada y eficaz de ambos. Las mejores instituciones educativas del mundo son aquellas que saben integrar en unidad de intenciones a toda la comunidad educativa. Docentes, padres de familia y estudiantes.
¿Es importante la labor del docente?, sin duda. Aunque esta labor lograría muy pocos frutos sin la colaboración activa de los padres de familia. Sobre las espaldas de ambos descansa el presente y el futuro de la sociedad entera.

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