Educar en la afectividad

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Como siempre, pero ahora especialmente, es importante dar una adecuada educación sexual a los jóvenes. Pero darla no se reduce a brindar información sobre las partes del cuerpo humano o sobre los procesos biológicos o físicos en el origen de una nueva vida. Tampoco debería centrarse exclusivamente en diversos métodos para evitar enfermedades de transmisión sexual. Ni siquiera en como eliminar o esquivar los hijos indeseados. Tristemente por un enfoque equivocado, muchas veces la educación sexual, en lugar de dar una adecuada visión de la persona y su vocación al amor, más bien coloca a los jóvenes en ocasión de comenzar su vida sexual irresponsablemente.

La educación sexual, más bien, la educación de la afectividad, es responsabilidad directa de los padres. Comienza desde la más temprana edad en el niño. Inicia desde que se le ayuda a forjar las virtudes que facilitarán amar en el matrimonio cuando sea adulto.

El don de sí, completo y exclusivo que comporta el matrimonio no se improvisa. Aprender a adquirir la lealtad necesaria, el espíritu de servicio, la generosidad, no son cosas que se adquieran con una charla en la adolescencia. Requieren un empeño diario de muchos años para que cuando llegue el momento de dar el SÍ, el joven tenga las herramientas para entregarse por completo a la persona amada.

En el pueblo de Siroki-Brijeg en Herzegovina, no se reportó ningún divorcio en muchos años. Ni uno solo. Al parecer, un factor muy importante para esto se debía a un ritual en la ceremonia de matrimonio.

Cuando los novios van a la iglesia llevan un crucifijo. El sacerdote lo bendice. Cuando llega el momento de intercambiar sus votos, la novia pone su mano derecha sobre el crucifijo y el novio pone su mano sobre la de ella, de manera que las dos manos están unidas a la cruz. El sacerdote cubre las manos de ellos con su estola mientras proclaman sus promesas, según el rito de la Iglesia, de ser fieles el uno al otro, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, hasta la muerte. Acto seguido los novios no se besan sino que ambos besan la cruz. Los que contemplan el rito pueden comprender que si uno de los dos abandona al otro, abandona a Cristo en la Cruz.

abarca a la persona completa. No solamente la genitalidad. Incluye la educación de los afectos, de la voluntad y todas las facetas de la persona. Cómo debe estar orientada al amor, toma en cuenta las características propias de cada uno. Por esto y otras razones, los padres son insustituibles en la tarea de impartirla de manera adecuada.

Un maestro, un médico o un psicólogo podrán dar algunas ideas. A veces más o menos acertadas. Si se dan de forma general y en grupo, serán desacertadas siempre. Ya que cada niño o joven tiene conocimientos y necesidades distintas. se realiza en el diálogo natural entre padres e hijos. No en un solo momento. Es un proceso que tiene diferentes momentos. Muchas veces se tratará de escuchar y resolver dudas de los hijos. En otros momentos será el padre o madre atentos que deberán saber provocar esta conversación.

La familia es el lugar preferente para que los padres hablen con cada hijo o hija. Uno a uno. De acuerdo a sus necesidades. Es importante hablar de la belleza de la virtud de la castidad que han de vivir todas las personas: solteras o casadas. Virtud importantísima para mantener el corazón y la mirada limpia. Para aprender a respetar una de las dimensiones más sagradas que posee la persona humana.

La falta de detallada en las cuestiones biológicas no incapacita a los padres para poder brindarla. Interesa sobre todo hablar con lenguaje sencillo, claro y natural de cómo vienen las personas al mundo. Esto por supuesto que lo sabrán los padres. De manera gradual, con lenguaje adecuado y de acuerdo a la edad del niño es necesario conversar, sin miedo, de la verdad de las cosas. Sin inventar cigüeñas o cuentos parecidos.

Se debe hablar también de las precauciones a tener en el mundo supersexualizado en que vivimos. Enseñar a vivir el pudor y la modestia- en la forma de vestir y en las conversaciones-. Ayudar a ser delicados en el trato con las personas de otro sexo. Enseñar a evitar la pornografía y comportamientos que ridiculizan a las personas y los ven solo como instrumentos de ínfimo valor para satisfacer el egoísmo.

De la parte biológica y de los peligros de enfermedades de transmisión sexual claro que también se deberá hablar. Con la ayuda de un médico amigo de la familia seguramente se sabrá abordar, en la edad adecuada, estos temas.

En una sociedad machista, plagada de desviaciones en materia sexual, ¿no sería mejor saltarse a la familia? Sin duda existirán casos en que tal vez no convenga que un padre o una madre poco ejemplares en estos temas participen en la educación sexual de sus hijos. Aun en estos casos, tal vez de forma más necesaria, casi siempre habrá una persona de confianza en el entorno familiar que podrá abordar estos temas con los hijos. El ambiente de afecto y confianza familiar resulta insustituible, solamente en él se podrá acertar en el modo y en las palabras para hablar como corresponde.

La sexualidad no es algo malo en el hombre. Tampoco un tema que deba evitarse con vergüenza. Todo lo contrario. Hablar de ella es hablar de la grandeza de la vocación al amor. Es un gran don concedido por Dios. Impartir una educación en la afectividad adecuada es absolutamente imprescindible para que los jóvenes alcancen la necesaria madurez y así aprendan a entregarse incondicionalmente a otra persona.

Hace falta ayudar a los padres a acompañar a sus hijos en esta educación de forma completa. De esta educación dependerá que sus hijos aprendan a amar de verdad. Al final de cuentas es la asignatura más importante a cursar en esta vida.

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