Sonreírle a la vida

1.7K 169 242
                                    


Gema

Objetivo: Llegar a casa lo más pronto posible. Observo el reloj en mi mano izquierda y no puedo evitar aligerar el paso una vez más.

No tendría que haberme entretenido con Elisa al salir del trabajo, tendría que haberle hecho caso: irme rápidamente para casa era la mejor opción.

Pero no, yo como siempre viviendo al límite. ¿Pero qué sería de mí si no fuera así? Esa es una de mis muchas filosofías de vida y es lo que me hace realmente feliz.

Vivir al límite, disfrutar de cada momento, sonreírle a la vida... Son pequeños placeres que hacen que todo lo demás carezca de importancia.

Suspiro mirando hacia el cielo.

«Por favor, no» le imploro. Lo único que me falta en este momento es que la maldita lluvia se adueñe de la ciudad. Ya bastante tengo con el clima gélido que me mantiene congelada la punta de la nariz de forma constante.

El tremendo abrigo negro prácticamente no me permite moverme, y mucho menos apresurar más el paso. Maldito sea el momento en que decidí que era una buena opción.

«Hoy hace mucho frío. Te vas a enfermar» no puedo evitar rodar los ojos al recordar las palabras de Héctor, el estúpido y adorado ser con el que comparto piso. Claro que hace frío, muchísimo, pero estoy segura de que no puede haber nada más antiestético e incómodo en el mundo. Juro que, tan pronto llegue a casa, lo tiro a la basura.

Aunque conociendo a Héctor me obligará a hacer una estúpida lista para decidir cuál es la mejor opción: tirarlo o conservarlo —yo cambiaría esto último por «quemarlo»— así que más me vale comenzar a pensar buenos motivos para lo primero.

«En contra del abrigo: es feo». Lista terminada. Nadie podrá decirme que no es motivo más que suficiente.

Una pequeña vibración en el bolso me saca de mis pensamientos y me apresuro a buscar al maldito culpable.

—Necesito un respiro —respondo, intentando controlar la voz. Ni me molesto en fijar la vista en la pantalla, ya que estoy más que segura de que se tratará de Elisa.

Por algún motivo se hace el silencio. Separo el móvil de la oreja para hacer lo que debería haber hecho desde un principio, fijándome en quién es el remitente.

Maldita sea. Metida de pata brutal.

—Hola, mamá —respondo, totalmente desganada. Sé la que me vendrá encima por mi pequeño lapsus.

—¿De qué necesitas un respiro? ¿De mí? —pregunta, con un fingido tono de indignación.

«Claro que sí, mamá. Me llamas cada día, cada maldita hora del día. Necesito espacio».

—¡Por supuesto que no! —respondo en cambio. De haber sido sincera me habría desterrado—. Pensé que me llamaban para pedirme que cubriera alguna noticia hoy.

Miento. En el fondo me imaginaba que sería Elisa para saber si había llegado bien a casa. Últimamente le preocupa más de la cuenta mi seguridad.

«Qué bien, tengo dos mamis pesadas ahora» le respondí la primera vez que me pidió que le enviara un mensaje al llegar a casa.

—Oh, trabajas demasiado... —La escucho al otro lado de la línea y no puedo evitar soltar una pequeña carcajada.

Si ella supiera...

Sin darme cuenta me encuentro ante la puerta del edificio. Comienzo a rebuscar en los amplios bolsillos las llaves de casa y no tardo en localizarlas.

Flechazo imprudente (primeros cinco capítulos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora