Gabo
Como ya decía Platón, «puedes descubrir más sobre una persona en media hora de juego que en un año de conversación». Sin duda esa frase guarda todo un significado detrás para mí. Realmente ella es la causante de que me animara a comenzar toda esta carrera de fondo.
Sin duda sé que el camino que tomé es el adecuado. La informática y la programación son mi vicio, sobre todo de videojuegos.
Jamás podré olvidar esa frase, es algo que llevo tatuado a fuego en el corazón y, como no puede ser de otra forma, es la única manera que tengo de comenzar en las malditas conferencias.
No suelo acudir, a decir verdad. Casi siempre me termino escabullendo porque lo odio. Odio hablar en público. Se me traba la lengua, me tiemblan las manos y termino pareciendo un idiota integral.
Al igual que ahora.
Sudores fríos por todo el cuerpo, temblores y sequedad de garganta. Así me siento ahora mismo. Me apresuro a buscar una botella de agua en el bufet del restaurante a la vez que aprecio como Hugo añade de todo en su bandeja, ¿es que está mal de la cabeza? ¿Piensa comerse todo eso? No puedo evitar sentir un pequeño revoltijo en el estómago. Ni un café sería capaz de consumir ahora mismo.
Presiono los labios con fuerza buscando con la mirada un sitio para sentarnos. Cuando encuentro una mesa me apresuro a capturarla, tal como si fuera un Pokemon. Parece que somos demasiados los que estamos al acecho y yo necesito sentarme si es que no quiero terminar desmayado en el suelo.
Me mojo los labios con el líquido incoloro, inodoro e insípido y los vuelvo a presionar. Parecerá una tontería, pero ese simple gesto me hace sentir un poquito mejor.
—Cuantísima gente —dice Hugo, acercándose con la bandeja cargada de comida. Definitivamente está loco. O tal vez es que hace dos años que no prueba bocado.
Podría jurar que hay de todo, pero no puedo comprobarlo sin verme tentado a vomitar.
—¿En qué planeta estás ahora mismo? —Escucho la voz de Hugo, quien muerde de forma poco elegante unos huevos revueltos. No puedo evitar un gesto de repulsión en el rostro.
—En Plutón —respondo sin más, observando el reloj en mi mano izquierda con claro gesto de hastío.
Al final terminaremos llegando tarde por su culpa.
Cuando Fernando nos había pedido que acudiéramos a esa maldita conferencia quise matarlo para, segundos más tarde, morirme yo. Odio hablar en público, se me pone la piel de gallina, la garganta se me seca y... ¡Oh, Dios! El cuerpo me tiembla como un flan.
Puedo ser muchas cosas, pero desde luego nunca fui un gran conversador. Tal vez por eso me encanta el mundo de los videojuegos, porque sin duda te permiten conocer a otra persona sin necesidad de abrir la boca.
—Sabes de sobra que Plutón ya no es considerado un planeta —repone con la boca llena. ¿Es que no sabe tragar?
—¿Entonces qué se supone que tengo que decir para que me dejes en paz? —murmuro de mala gana, llevándome una mano a la cabeza.
—No sé... ¿Júpiter? ¿Te gusta? —Veo como agarra la taza de café y le da un trago largo.
No me quiero ni imaginar el revoltijo de comida que tiene que tener ahora mismo en el estómago.
—Me encanta —concluyo, respondiendo de malos modos.
No tengo suficiente con mis tontos nervios como para, aun encima, tener que soportar al idiota de Hugo con sus tonterías.
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Flechazo imprudente (primeros cinco capítulos)
RomanceGema tiene claro que su estilo de vida no es el correcto para muchos, pero sí es el que la hace feliz. Con su filosofía de «haz lo que te dé la gana sin importar lo que digan de ti mañana» y una sonrisa por uniforme, va derribando muros. Por otro la...