Capítulo IV: Los años que han pasado.

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El primer verano junto a Viktor fue divertido. Aunque en algún momento por mi cabeza pasó la idea de llevar a mi familia hasta el lago rápidamente fue desechada por la simple y llana razón de que "A ellos no les interesa mi vida". Y nunca se lo comenté a Viktor.

Nadamos, nos reímos y comimos algunas frutas que terminé por robarme de la nevera. Viktor me hacía sentir que el tiempo pasado en ese lago eran momentos bien vividos.

En algún punto de mis pensamientos tuve el terrible presentimiento que al terminar el invierno Viktor se iría con él, como el hada de hielo que era. Pero no fue así, era real y maravillosamente perfecto. Y no solo estuvo conmigo aquella temporada, sino también en verano, otoño, otro invierno y de nuevo la primavera. Así por doce largos y bien vividos años.

De repente me gustó vivir en Hasetsu, en las aguas termales, en un pueblo tan pequeño que todos se conocían. Me gustaba pasar mis cumpleaños con Viktor, y aunque nunca me quiso decir cuándo cumplía años ni cuántos en verdad tenía, yo lo celebraba el veinticinco de diciembre junto con la navidad. Una época que al principio me pareció sin importancia y que ahora la veía como la más necesaria dentro de mi vida.

Pero el que se fue de la vida del otro no fue Viktor, sino yo.

A mis veintiún años, la realidad me golpeó y aquello que una vez fue la más jodida y ridícula metáfora empleada por mi madre tomó colores en mi cabeza. La semilla de árbol que Viktor había sembrado en mí dentro del patinaje daba sus frutos, convirtiéndome en un gran roble que brindaba sombra y guarida de la lluvia y el sol. Era un gran profesional dentro del mundo del patinaje.

Me vi obligado a frecuentar escasamente a Viktor, y un simple "Entiendo" desgarró mi corazón. Y mi carrera como profesional dio vuelo.

Gané dos medallas de oro a nivel mundial, me fui abriendo paso a grandes competencias hasta conseguir una fama arrasadora. Pero en mi mente jamás olvidé aquel lago que me vio en mis inicios, ni a Viktor.

Buscaba formas desesperadas por verlo, dos años sin estar a su lado, sin tener sus sonrisas tranquilizadoras no era alentador para mí. ¿Quién cambia una paz y tranquilidad tan desbordante por escándalos y farándula?

Cuando iba a cumplir veinticuatro años tomé la decisión de darme un respiro, un gran respiro que me permitiera estar junto a Viktor, temiendo siempre que él ya no se encontrara esperándome en la misma roca junto al lago.

Entonces lo decidí. Por la opresión en mi pecho lleno de culpa, porque cada vez que mis pies tocaban el hielo en mi cabeza se formaba su rostro. Porque sencillamente algo dentro de mi ser gritaba verlo, a la persona que se robó no solo el puesto de Ágape en mi vida, sino también mi Eros.

Visitaría a Viktor.

Siendo invierno y metiendo una excusa ridícula a toda mi familia y a la prensa, me sumergí en las profundidades del bosque cubierto de nieve, esperanzado a encontrarlo, deseoso de verlo.

Mis ojos se humedecieron cuando al llegar me encontré con su mirada, sus hermosos ojos celestes destellando felicidad de verme. Sobre el hielo a metros y metros de distancia pero con sus brazos extendidos, indicándome que siempre había esperado por mí.

Traía el cabello corto y obviando aquello no había cambiado nada desde que cumplí los diecisiete. Los años sin duda no pasaban sobre él.

Corrí como pude y resbalé más de dos veces sobre el hielo, sintiéndome ese pequeño niño que inexperto caminó por el hielo de la mano de un desconocido y con zapatos no aptos para el patinaje hacia su futuro.

Me abracé a su espalda, sintiendo el ruido de sus risas ahogadas y aquel calor que tanto anhelaba.

-Eres un calefactor descompuesto ¿Lo sabías?

-Me lo has dicho siempre—Murmuró. ¿Cuándo se lo comenté? Y lo primero que en aquella ocasión se cruzó por mi cabeza fue "Qué mala memoria tengo".

-Te extrañé—Obvié aquel detalle, sin darme cuenta que esos pequeños gestos eran los más importantes a considerar—Viktor.

-También te extrañé, Yuuri. Pero he visto tu vuelo hacia la fama, cielos, eres asombroso y has aprendido muy bien. Los años que han pasado te sentaron muy bien.

-¿Qué te puedo decir? Tuve el mejor de los entrenadores—Aquello nos robó sonrisas a ambos—También te han beneficiado a ti, Vitkor.

¿Qué cara habré puesto para que a Viktor le brillaran los ojos en un tono de nostalgia?

Con cuidado subí una mano desde su espalda a su cabello, tomando una hebra y mirándola con escrutinio— ¿Por qué te cortaste el cabello?

Viktor me entregó en ese día una de sus tantas miradas enigmáticas, esas que me hacen aún temblar y preguntarme ¿Cómo fui tan ciego?

-Perdí algo importante en mi vida, Yuuri.

No quise preguntar, temía que al hacerlo todo el pequeño espacio creado se fuera desbordando, tenía miedo. Así que callé.

-Lo lamento.

-No es tu culpa. Mejor ven, quiero ver en vivo la rutina que te llevó a la fama.

-No, quiero relajarme. Quiero...quiero hacer algo diferente.

Lo vi pensar, pensar y pensar. Aunque seguía teniendo los mismos rasgos y gestos lo sentía diferente. Más maduro, con un aura definitivamente cambiada. Viktor había madurado más de lo que se podía y en sus ojos se veía el pasar de muchas vivencias.

-¿Quieres patinar conmigo?

-¿Qué?

-Patinar, mira—Caminó esta vez portando patines adecuados, con cuchillas doradas hasta alcanzar una pequeña bolsa que escondía detrás de la roca en donde siempre me esperaba—Quería dártelo como regalo en tu cumpleaños pero no puedo esperar, lo siento.

Lo que había en su interior se convirtió desde aquel momento hasta ahora, en mi más grande tesoro.

Era un traje tan parecido al suyo pero en tonalidades celestes y azules. Era un traje de pareja y me pidió casi a gritos con su mirada que lo usara. Y así lo hice.

Me enseñó una coreografía cantada únicamente por su tarareo y leves murmullos de la letra. Los movimientos fueron tan gráciles y hermosos aún sin su melena hondeando de un lado hacia el otro.

¿A quién ruegas por mantener a tu lado? Es gracioso reconocer los celos ahora que rebusco en mis recuerdos. Es gracioso y solo yo me puedo reír de ello cuando nadie más podrá entenderlo.

Patinamos hasta que el sol se puso, y hubiéramos seguido si Viktor me lo hubiera permitido.

-Debes irte—Dijo con tristeza—En donde vivo ya no me dejan estar mucho tiempo fuera.

-¿Te han regañado tus padres?

-Algo así, tengo que llegar antes que se den cuenta que he roto la regla. Yuuri, cuídate por favor. Nos veremos mañana.

Sin saberlo, aquella despedida marcó un límite entre él y yo, porque al siguiente día él no regreso. Y los días que le siguieron tampoco.

Me había mentido. 

Una última oportunidad [COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora