El segundo mundo lo construí a los cinco.
Era un mundo lleno de alegría, sonrisas, animales y dulces, todo tipo de dulces. Los habitantes de ese mundo vivían en armonía con la naturaleza, adoraban comer dulces y postres y sonreían todo el tiempo, les encantaba aprender: a sumar, restar, contar y el abecedario.Este mundo lo cree en una hoja blanca en el escritorio de mi habitación con muchos lápices de colores, recortes y bolsitas de caramelos (ya sin ellos).
No recuerdo si ese mundo lo destruí o lo perdí pero no volví a verlo, y sus habitantes dejaron de sonreír y de comer dulces, de aprender y de convivir en armonía con los animales a medida que el tiempo pasó.
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El mundo que no destruí
ContoA lo largo de mi vida construí muchos mundos para expresarme y poder encajar, todos ellos terminaron rotos sin oportunidades de surgir. Excepto uno, el único que no destruí.