Ya'aburnee

Capítulo nueve

La noche se les había echado encima y apenas habían podido avanzar una distancia considerable. El refugio les quedaba por lo menos a medio día de camino, pero llevaban demasiado tiempo despiertos y sin nada que llevarse a la boca, por lo que Levi optó por pasar la noche en el establo de una vivienda cuyos ocupantes ya dormían.

El cabo asumió que en ese lugar no serían un blanco demasiado claro para la policía militar. Suponía que la conmoción creada por la aparición de aquellos titanes, había sido distracción suficiente para que a ellos les dieran una pequeña tregua. No obstante, era mucho mejor avanzar de noche que de día, por lo que intentarían descansar solo unas horas para evitar ser descubiertos por los dueños del establo al amanecer.

Levi no se sentía especialmente eufórico por tener que dormir en un lugar en aquellas condiciones. Por supuesto, no iba a ponerse a limpiar, allí era imposible. Tenía un TOC, pero mientras estuviera combatiendo o en situaciones de alerta, no se dejaba llevar por el ansia que le provocaba estar rodeado de suciedad. No obstante, sí que dedicó unos buenos minutos a acondicionar una zona con el heno limpio que estaba amontonado en un lateral.

La madera vieja crujía bajo sus botas, por lo que los tres intentaban no realizar movimientos excesivamente bruscos.

Los caballos suponían un pequeño inconveniente en este sentido, ya que uno de los machos del establo piafaba nervioso contra los recién llegados. Había una yegua en la cuadra de al lado y los machos que portaban los soldados tenían las orejas aplastadas mientras coceaban al aire, en un acto de provocación. Lo único que le faltaba a Levi era tener que aguantar a unos animales demasiado predispuestos a procrear.

-Que mierda de situación -dijo para si mismo, mientras aseguraba el amarre de las riendas de su montura-. Ni se te ocurra -murmuró quedamente contra el hocico del nervioso animal.

A pesar de todo, le dio un trozo de zanahoria que llevaba consigo para ese propósito. Era su manera de premiar la nobleza de aquellos portentosos animales.

Por desgracia, no tenían nada con lo que llenar sus hambrientos estómagos, tan solo el agua que les quedaba en sus cantimploras. Para colmo, tampoco podían beber lo que les apetecía, ya que necesitaban conservar cierta cantidad para la jornada siguiente. De vez en cuando se escuchaba el rugido de unas tripas, pero nadie comentaba nada al respecto.

Levi se acomodó lo mejor que pudo en su improvisado catre, que consistía en su capa de invierno extendida sobre el heno que había aplanado antes con sus botas.

Estaba física y mentalmente agotado, pero no estaba seguro de poder conciliar el sueño esa noche. Hacía días que algo en su cerebro parecía haberse reactivado, una antigua costumbre de cuando vivía en la ciudad subterránea, ese rol de vigía en el que su cuerpo siempre estaba preparado para reaccionar ante cualquier eventualidad.

Después de todo, él y sus compinches habían sido un auténtico dolor en el culo para la policía militar subterránea. Por lo que las persecuciones estaban a la orden del día. Era como realizar un viaje al pasado.

Solo que ellos no están, recordó amargamente el cabo.

Las noches se le hacían interminables, no solo porque padeciera de insomnio, sino porque la inactividad física provocaba que todos aquellos pensamientos que alejaba durante el día lo invadieran atropelladamente.

Los recuerdos, los sentimientos, las preocupaciones... todo lo golpeaba a la vez. Era imposible huir de aquello. Era el precio a pagar a cambio de evitar que su mente se distrajera durante una misión.

Quizás los demás pensaran que era un hombre sin sentimientos, que era una persona con una mente tan fría que era incapaz de pensar o de preocuparse por nada ni nadie.