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—¿La conoceré?

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—¿La conoceré?

Papá hablaba con una despreocupación impropia de su pregunta. Trataba de sonar casual. Él era muy tranquilo en todos los aspectos pero eso de ser padre de unos gemelos adolescentes aún le quedaba un poco grande. Diego rió, yo reí. Papá resopló, sabía que nos burlábamos de él. Sin embargo, contesté.

—Aún no. Solo hemos salido dos veces, papá. No seas intenso.

Lo meditó y asintió. Desayunamos en silencio. Papá decía siempre que ese era nuestro apartamento de solteros aunque según tengo entendido eso quería decir «apartamento para llevar chicas» y ninguno de los tres cumplía eso, además de que Diego no vivía con nosotros. Pero ¿qué se podía pedir? Éramos dos chicos y su padre, todos diferentes pero iguales. Quizás solo era eso: el apartamento de los diferentes pero iguales que son solteros. Eso sonaba largo, quizás solo: el apartamento de los Keiller. Sí, eso sonaba mejor.

Tomé el autobús. Diego tenía moto. Yo la odiaba, me daba miedo estamparme con un árbol. Él había tratado de convencerme pero al verlo por perdido, dejó de insistir. Llegamos al colegio, yo por mi lado, él por el suyo. Nuestras clases no se cruzaban pues él iba en primer año (dejó de estudiar por unos años por problemas de salud) y yo en tercero, yo siempre andaba con alguien; con Joshua, mi mejor amigo o con Diana, mi casi mejor amiga; o con los del equipo de baloncesto al que pertenecía o con quien fuera. No me gustaba la soledad. Diego era diferente: siempre solo, él lo prefería así. Se iría de casa por eso, yo no lo comprendía del todo. No comprendía nada.

Vi a Kelly. Me acerqué. Llegué con el pensamiento de que sería diferente el besarla hoy, hoy sí estaba de humor. La besé para saludarla. Me inquieté, no había nada allí. ¿Por qué? ¿Debí decirle?
No lo hice. Me tomó la mano y las clases siguieron su curso. Quería sentirme culpable, pero no estaba seguro de que eso era lo correcto. ¿Por qué era mi culpa no sentir nada? ¿No es eso involuntario? ¿Por qué se crucifica a alguien por no amar o corresponder? No es culpa de la persona, el corazón quiere lo que quiere y le importa un comino lo que sea mejor. Solo siente. O no siente. Como con Kelly.

Solo compartimos una clase. Gracias a Dios. No quería sentirme culpable pero lo hacía. Las personas tendemos a sentirnos mal así no seamos culpables. Algo así como psicosis, nos preocupamos tanto por los sentimientos de los demás que preferimos culparnos nosotros de su sufrimiento. Pero si Kelly sufría, no era por mi causa. ¿O sí? Quise ignorar esa pregunta. O más bien la respuesta.

Todos los humanos tenemos una vía de escape de la propia mente; unos leen, otros nadan, otros se refugian en la música o en el baile, yo tenía el baloncesto. El rebotar de la pelota alejaba mis pensamientos de todo, la cancha y la malla de encestar se volvían el centro de mi universo cuando jugaba. Bien, entré en primer lugar por los créditos para las materias pero fue un afortunado descubrimiento, como la penicilina. No tan importante, pero así de sorpresivo. Igual siempre diría que era por los créditos. Sonaría muy raro decir que usaba el balón para huir de mis pensamientos.

Limerencia •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora