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Muchísimas personas pasan por la vida para dejar una huella y aún así, son pocas las que dividen el camino, las que crean un antes y un después de ellos, esas que hacen que no puedas ni siquiera pensar en un momento antes de su llegada, las que ll...

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Muchísimas personas pasan por la vida para dejar una huella y aún así, son pocas las que dividen el camino, las que crean un antes y un después de ellos, esas que hacen que no puedas ni siquiera pensar en un momento antes de su llegada, las que llegan a complementar, a ayudar a crecer, a avanzar. Las que llegan para quedarse sin tantas preguntas y trayendo muchas respuestas a los interrogantes que aún no sabíamos que existían. Y yo que tenía mil interrogantes había encontrado a Gabriel, en cuya sonrisa parecían haber mil y ún respuestas.

En el suelo de su habitación estaba él sentado mirando su teléfono y, desde su cama yo lo observaba. Ya la tarde oscurecía, eran poco más tarde de las seis y ya que llevábamos más de tres horas allí sin hacer nada por la lluvia del exterior, estaba muy aburrido. La luz que emitía la pantalla de su teléfono apenas y le creaba algunas sombras en el rostro, lo vi precioso y sonreí. Sus dedos se movían con rapidez así que asumí que estaba jugando algo en línea, no lo interrumpí, él se divertía a su manera y yo a la mía.

De fondo teníamos un muy gastado CD de Aerosmith que él amaba y que por costumbre de escucharlo yo había aprendido a disfrutarlo, sonaba Crazy una de las canciones que más me gustaban, hablaba de amor desenfrenado, el amor loco y a la vez devastador, ese que nos condena pero que tanto disfrutamos. Para mí, Crazy hablaba de Gabriel.

Llevaba tanto rato mirándolo que dejé de concentrarme plenamente en su rostro, mi mirada estaba perdida y se fusionaba con la canción, había entrado en una especie de trance placentero lleno de calma.

—...¿Estás? Hey, Denny, Deeeeeny —canturreaba él. Volví a tierra y le sonreí, viéndolo de nuevo—. Andas en la luna.

—Lo sé, es maravillosa.

—Quisiera tener esa capacidad de drogarme sin consumir nada —bromeó—. ¿Cómo lo haces?

—Pensando en ti.

—Así que solo debo pensar en mí.

Blanqueé los ojos.

—¿Cómo cargas a diario con semejante ego?

—Voy al gimnasio y me ejercito. —Decidió dejar su teléfono a un lado; estaba recostado sobre la pared de la derecha, a solo unos pasos de la cama así que simplemente gateó ese espacio y quedó arrodillado frente al colchón, cerca a mi cara—. ¿Y qué pensabas entonces?

Mi cuerpo estaba derecho y orientado al techo, solo ladee un poco la cabeza para hablarle, mis manos estaban sobre mi abdomen y mis pies cruzados uno sobre el otro. La posición que Gabriel tenía se me antojó adorable, parecía un niño pequeño preguntando algo con mucha curiosidad a un adulto con sus ojos brillantes de expectativa.

—Veamos... pensaba en el día en que te conocí. Pensaba en la soda que me ofreciste y la forma en la que sonreíste. Antes de que me gustaras tú, yo ya amaba tu sonrisa y tu forma de hablar.

Limerencia •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora