V e i n t i c i n c o

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Retozar junto a Gabriel se había vuelto mi pasatiempo favorito

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Retozar junto a Gabriel se había vuelto mi pasatiempo favorito. Con el peso del secreto abajo —a medias, porque solo Gris lo sabía—, me sentía más ligero, más cómodo, más feliz.

—¿Más o menos por cuando va a durar esa expresión? —preguntó Gabriel.

Al salir del colegio ese miércoles fui directo para su casa, incluso llegué primero y lo esperé por un par de minutos. Solo quería visitarlo, aunque tuvimos la suerte de que su madre tuvo una reunión y su hermana estaba "pajareando con algún chico", palabras de Gabriel. En el sofá de dos plazas de su casa, él había extendido su brazo y yo me había acomodado en ese espacio, él tenía el televisor prendido pero yo, acurrucado a su lado, me dedicaba a mirar su perfil.

—¿Cuál expresión?

—Esa sonrisa tenebrosa —respondió—. Y esa miradera. Empiezo a creer que buscas el momento idóneo para atacar y asesinarme.

Sonreí y alargué mi brazo para envolverlo en él. Dios, me sentía tan feliz, creo que no hay manera de describir esa sensación levitante que me envolvía estando con Gabriel sin tener la culpa con respecto a Gris en la cabeza.

—¿Me estás reclamando por estar feliz?

—Por asustarme —corrigió. Lo observé de nuevo, esta vez apreciando su mentón y parte de su nariz—. ¡Basta! ¿Qué te pasa?

—Tú me pasas.

Y me pasaba de todas las formas imaginables; hacía unos días me dolía pensar en Gabriel, ahora, al contrario, me enamoraba pensar en él. Logré arrancarle una sonrisa y un leve rubor, apenas perceptible en su piel morena.

—Qué tonto.

—A eso te atienes al aceptar ser mi novio. Además si pudieras verte desde mis ojos...

Se soltó bruscamente de mi contacto para tomar mis mejillas y plantarme un beso fugaz y repentino de tres segundos que al igual que un interruptor, encendió todo en mí.

—A ver si te callas —murmuró, volviendo a su posición normal con un intento forzado de no sonreír.

—¿Hablar como una lora es la manera de hacer que me beses así? —ironicé—. En ese caso tengo mucho que decir sobre el origen de la tierra, ¿sabías que...?

Siguiéndome el juego, me empujó y me besó de nuevo, sosteniendo una risa entre cada respiración. Quedé acorralado contra el sofá y la pared y en menos de diez segundos me adapté a la suavidad de sus labios, al peso de su cuerpo inclinado sobre el mío y al aroma de su colonia que calaba hondo en mí cada que tomaba aire. Entonces...

—Tu pantalón vibra —dijo. Lo consideró por un segundo y luego se levantó— y no soy yo.

Con una risa me senté y saqué el teléfono del bolsillo delantero. Gabriel pasó juguetonamente su mano por mi cabello, como si me estuviera acomodando el peinado. Le sonreí y abrí el mensaje.

Limerencia •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora