N u e v e

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—Te necesito mañana, Denny —aseveró mi padre luego de cenar

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—Te necesito mañana, Denny —aseveró mi padre luego de cenar.

Acababa de llegar luego de dejar a Gabriel en su casa y estaba exhausto y triste. Me imaginé a mí mismo en una versión menos sangrienta de un zombie, con sus pasos arrastrados y su mirada perdida. Me dolía la cabeza, una punzada constante en toda la mitad del cráneo; me dolía el alma, una punzada constante en todo el corazón.

Asentí sin expresión alguna a mi papá y me levanté de la mesa para llevar los platos al fregadero. El sonido de la losa chocando me hizo arrugar un momento la frente por el fastidio que me produjo y seguido abrí el grifo para acabar pronto con la lavada y poder acostarme a dormir.

—... y no estoy seguro de qué sucede.

Papá llegó a la cocina, colocando los vasos cerca de mí para que los lavara. La intensidad de su mirada me resultó penetrante y giré mi cara a él; enarcó sus cejas, esperando una respuesta a algo a lo que no puse atención. Intenté poner una sonrisa y detuve el movimiento de mis manos.

—Disculpa, papá, ¿qué dijiste? —Chasqueó su lengua, como si tuviera una conversación interna consigo mismo y se diera la razón en algo.

—¿Qué te pasa? —dijo al fin—. Esta semana has estado muy distraído en la empresa y acá. ¿Qué sucede?

Volvíamos al tema de las mentiras; todos las dicen para hacer la vida más llevadera y siguiendo esa idea, dije la mentira más engañosa del universo, la que aplica acá y en China, la que esconde enojos y tristezas y la que es obvia en su falsedad pero todos deciden fingir que la creen:

—No pasa nada.

—Sé que no paso mucho tiempo contigo, Denny —comentó en tono culposo— pero puedes confiar en mí. Acá en casa, estando sin Diego, solo estamos tú y yo.

Mi papá era tan bueno dando consuelo como yo diciendo mentiras. Pero se esforzaba siempre por tenernos bien, yo creía que temía meter la pata en la crianza que nos daba, temía que en algún momento decidiéramos irnos como Sarah lo hizo. Papá también temía de la vida y me pregunté si estaba o había estado tan desorientado como yo.

—Lo sé, pa. No es nada, solo... cosas de adolescentes.

—Cosas de adolescentes —susurró para sí mismo, con ese tono que aceptaba que no iba a decirle más, ese tono de resignación—. Bueno, hijo, recuerda que yo también fui adolescente.

—Pero hace como un siglo —bromeé, rompiendo así algo de la tensión que nos había envuelto—. Quizás ya ni te acuerdas.

—Qué gracioso. —Palmeó mi hombro y dio media vuelta. Antes de perderse por el pasillo, habló—: Cuando quieras hablar, siempre estoy disponible. Por teléfono, por correo o sabes dónde es la empresa. Siempre.

Así como todo el mundo mentía para hacer las cosas más fáciles, también habían verdades escasas para hacer la vida menos complicada. Esa era una de ellas.
Papá se retiró y desde la cocina grité:

Limerencia •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora