Capítulo 5: Visitas inesperadas.

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-Si llego a saber que tendría que ser yo quien se ocupara de estos pequeñajos... -susurraba Kristoff entre quejidos mientras uno de los snowgies se subía a su espalda tratando de agarrarse a ella con la boca-. ¡Ay! ¡Haced el favor de estaros quietos!

-Vamos, tampoco está tan mal. –le dijo Olaf, que estaba jugando con ellos.

Kristoff y Olaf se hallaban en la espesura del fiordo acompañados por Sven mientras decenas de snowgies corrían y saltaban de un lado a otro. Anna le había pedido a Kristoff que los trasladara al castillo helado de Elsa, pues su hermana continuaba enferma y las minúsculas criaturas solamente causaban molestias y estropicios alrededor del reino.

-Olaf, tú fuiste creado por Elsa y en cierto modo eres parte de su magia, ¿no sabes lo que le ocurre? -preguntó el rubio, tratando de descartar alternativas-. Lleva cerca de una semana enferma.

-¿Yo? Yo no sé nada, Kristoff. Nada de nada -respondió girando su cabeza sobre sí misma-. Debe ser por no abrigarse lo suficiente cuando sale al pueblo por la noche, y mira que se lo tengo dicho.

Tras unos largos minutos caminando y aproximándose a la Montaña del Norte, Kristoff comenzó a mosquearse ligeramente al percibir que las cosas estaban siendo más distintas que de costumbre, y debido a su larga experiencia en la montaña tenía claro que no eran imaginaciones suyas.

-Ni un lobo por los alrededores, y parece que el frío se ha vuelto más violento en esta parte. No lo comprendo, está a punto de comenzar el verano...

-¡Eso ahora no importa! -exclamó el muñeco de nieve mientras señalaba a lo alto con su bracito de madera-. Ya casi hemos llegado, espera... ¿Has dicho verano?

El montañero le restó importancia a aquel asunto y se centró en el motivo de su viaje, ya solo quedaban unos cuantos pasos más hasta llegar al puente helado que comunicaba con el gran castillo de Elsa. El camino fue bastante sencillo y rápido hasta que consiguieron llegar ante la imponente fortaleza helada con cuidado de que ningún snowgie se perdiera o escapara. Al detenerse por unos segundos frente al puente, Kristoff y Olaf se miraron mutuamente con un gesto extraño.

-Normalmente Marshmallow sale por el portón para recibirnos y ver quién se acerca al castillo, pero esta vez no hay rastro de él.

-¿Tú crees que sabrá salir?

-¡Claro, Olaf! Ha salido innumerables veces, igual está en otra parte, o quizás está durmiendo. No sé si esa cosa duerme, la verdad.

Solo había una forma de averiguarlo y era acercándose para llamar al gran portón. Así lo hizo Kristoff, y para su sorpresa el gran coloso gélido abrió las puertas con una actitud exageradamente tranquila para lo que era costumbre en él puesto que lucía un rostro bastante apagado, cualquiera diría que le notaba triste.

Justo cuando Kristoff se disponía a preguntarle por su estado de ánimo, Olaf entró en el castillo rodeado de los diminutos snowgies mientras iba llamándoles uno tras otro por su nombre ante la curiosa mirada del enorme ser de nieve.

-No preguntes... -comentó Kristoff entrecerrando los ojos-. Perdona, Marshmallow, ¿te ocurre algo? Ya sabes, se echa de menos esa actitud tuya con la que consigues hacer que temamos por nuestras vidas y tal.

El coloso dirigió su mirada hacia Kristoff muy lentamente para poco después irse al otro extremo de la sala y sentarse, dándole la espalda a todos a la vez que cerraba los ojos y simulaba ser un montón de nieve sin vida.

-Probablemente se deba a la enfermedad de Elsa, su poder debe causar alguna reacción en sus creaciones -fue la teoría que Kristoff formó en su mente, pero descubrió que se estaba contradiciendo a sí mismo cuando vio a Olaf y sus hermanos pequeños corriendo de un lado a otro de forma tan alegre-. Aunque me parece que hay algo que se me escapa...

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