CAPÍTULO VII

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Una semana había se pasado y Alejandro aun no regresaba del viaje. Cristina tentaba no pensar en lo que estaría pasando entre ellos. Moría de celos solo en imaginar los dos juntos. Pero disfrazaba los celos en las pocas llamadas que él hacía a la finca, lo trataba con indiferencia y hacía un esfuerzo enorme para no preguntar cuando volverían y él también no parecía interesado en decir.

- Ya te he dicho que todo va muy bien. Sé manejar mi finca sin tu ayuda, Alejandro. Sin Embargo, tú no logras hacer nada sin la compañía de esta tipa.

- Estas celosa? (dijo sonriendo con la esperanza de que Cristina estuviera enamorándose de él).

- Por supuesto que no! No tendría porqué estarlo. No siento nada por ti (mintió y las palabras casi no salieron).

Alejandro guardó silencio por unos segundos. Le dolía siempre oírla decir tan duras palabras.

- Tengo que colgar. Hasta pronto!

Cristina percibió que, quizá, había sido muy grosera, pero no sabía ser de otra manera.

- Hasta pronto, Alejandro.

Por las mañanas salía siempre a cabalgar con su hija, pero en este día estaba indispuesta, quería dormir hasta más tarde. Por eso Maricruz salió sola en su cabalo.
Después de quedarse un tiempo acostada pensando en los cambios que sufrió su vida, Cristina decidió arreglarse, pues no podía pasar todo el día en la cama.
Al vestir la ropa que había elegido, noto que ya no le cabía.

- Que raro... Hace unas cuantas semanas y me vestía muy bien. Que pasa? Por que ya no me cabe?

Tiró la camisa en la cama y buscó una mayor, pero ahora su pantalón no subía.

- Por Dios! Estoy inmensa! Nada me sirve

Ya un tanto molesta por estar sintiéndose una gorda, Cristina tomó un vestido en color esmeralda y se puso. Se miró al espejo y percibió que le sentaba bien. Logró esconder su pequeña panza, producto de su descontrol alimentar, pensó ella.

Más tarde, cuando Cristina bajó ya bien mejor, miró como su hija entraba en la casa acompañada de un señor de buena apariencia. No parecía ser de la región.

- Mamá, ya está mejor? (Cristina limitó a confirmar con la cabeza, pero aún mirando al desconocido) Antes que me preguntes, este es el señor Hector. Nos conocimos hace poco en el campo, diría que fue el destino. Hector, esta es mi mamá, dueña Cristina Maldonado (dijo haciendo una referencia exagerada que hizo el hombre reír.

Hector consideró Maricruz demasiado hermosa, pero nada en comparación a la belleza que tenía a su frente.
Era pequeña, pero magnífica y deslumbrante. Quedó fascinado admirándola y no se dio cuenta que ella le extendía la mano.

- Hola, señor Hector, mucho gusto en conocerlo. Pero que te ha atraído a este pueblo?

Hector salió de su asombro y le explicó que estaba solamente de pasaje, que es un pintor de la ciudad y estaba en busca de un lugar hermoso y agradable, además de tranquilo para transmitir sus sentimientos en el cuadro a través de la pintura.
Estaba viviendo en un humilde hotel del pueblo y había salido en busca de su inspiración y ahora allí delante de Cristina estaba cierto que había encontrado más de lo que procuraba. Quería pintarla. Pero iba despacio. Volvería en el día siguiente y convencería aquella bella mujer.
Y así ya hacia tres días que Hector visitaba la finca, pasaba más tiempo allí que en pueblo.

Logró convencerla a dejarle pintarla, pero con la condición de que después la regalaría el cuadro. Era más que suficiente para él. Sus rasgos estarían por sempre en su memoria. Era una lástima que estuviera comprometida, pero, por lo que supo, el marido estaba de viaje, entonces él haría compañía a su ahora, más nueva inspiración.

EL CONTRATOOnde histórias criam vida. Descubra agora