Me desperté toda sudada, pegajosa y agitada. Había tenido un sueño, y no, no esa clase de sueño. Más bien, había tenido una pesadilla, en donde unos ositos de goma tomaban venganza conmigo por siempre cortarles la cabeza, y me perseguían con cuchillos, bates y una gran motocierra. Fue tenebroso e impactante. El peor sueño de toda mi existencia.
—Dios, nunca más vuelvo a comer ositos de goma antes de irme a dormir.—me dije a mi misma tocándome el pecho. Respire profundamente y me pase las manos por la cara sacándome el sudor.
Me levante de la cama y me estiré pesadamente, todavía un poco desorientada. A eso, el estomago comenzó a rugirme, dándome a entender que los ositos de goma no te alimentan en lo absoluto, solo te dan pesadillas.
Decidida, comencé mi camino hasta la cocina, cuando tropecé con algo y caí decididamente al suelo. Fue un golpe seco, pero a mí me dolió demasiado.
—Demoniossss.—exclamé, sobándome la pierna. Busque con la mirada lo que me había hecho caer, hasta que vi el objeto negro tirado en el medio de mi habitación.
Una mochila.
El chico del tren.
El polígono.
12 AM.
Sexy, oh, sexy Kyle.
—¡Oh, por dios!—Grite parándome rápidamente, mientras corría hasta la mesita de luz para tomar mi celular. Me resbalé con las medias y caí devuelta al piso dándome la cabeza contra el cuadro de la abuela Patty, que en paz descanse, pero no me importó. Todo sea por mi nuevo esposo.—¡¿Como es posible que ya sean las once y cuarto?!
Quería golpearme contra la pared mil y una veces, pero ya no había tiempo para eso. Tenía aproximadamente quince minutos para prepararme y salir de mi casa, solo pasa poder llegar a un horario decente.
Bien, Grace, manos a la obra.
***
Fracasé.
Tarde al menos veinticinco minutos en buscar algo que ponerme, a eso agréguenle diez minutos en maquillarme y cinco minutos que desperdicie peleándome con Myrna, la niña mitad demonio mitad rinoceronte.
Si no llegaron a hacer la cuenta, con gusto la hago por ustedes. Eran las doce menos cinco, y el teléfono de Kyle no paraba de vibrar. No lo tome por miedo, pero si no estuviera en esta situación, mi acosadora salvaje interior saldría para leer todos eso jugosos mensajes. Dios, que delicia.
Lo único bueno de esto es que ya me encontraba en el tren fantasma, y solo me faltaban cinco paradas más para llegar a mi destino suicida. Estaba nerviosa, no lo iba a negar. Me había calzado unas converse negras que jamás había usado y eran un poco incómodas, y traía puesto un top negro, unos jeans blancos que le rezo a Dios que no se ensucien, y una campera de cuero que olía a cigarrillo por culpa de Chloe.
Observe el vacío vagón con la mirada, y cerré los ojos disfrutando de la serenidad, que lamentablemente dentro de un rato se iba a perder cuando me adentrará en el temible Polígono. No quiero sonar exagerada y tampoco como una nena de mami, solo que vamos, hasta el nombre te da mala espina.
Puse mi cara entre mis pequeñas manos, y pase todo el viaje ideando planes para evitar que: me robaran, me asaltaran, me obligarán a fumar hierba, me obligarán a robar un perrito, me apuntaran con una motocierra eléctrica gigante que tenga luces y rayos por doquier. Tengo mucha imaginación, lo sé, pero mientras no me hicieran robar un perrito, podía aguantar fumar hierba.
El tren paro bruscamente en la estación donde me bajaba, haciendo que me inclinará un poco para adelante. Tome me bolso y me colgué la mochila negra con dignidad. Seguramente parecía salida de Dora la exploradora.
A penas salí de la estación, el frío y la humedad me golpeó poniéndome los pelos de punta. Camine un par de cuadras apretando el bolso contra mi pecho y mirando para todos lados como paranoica. Al principio las calles estaban absolutamente vacías, pero a medida que me fui acercando a la ubicación del Polígono, los adolescentes empezaron a aparecer, haciéndome sentir mal, ya que todos ellos venían de a grupo y yo estaba totalmente sola.
Tatuajes, piercings, alcohol, mini ropa, eso y más es lo que pude observar en la entrada. Había demasiadas filas, y mucha gente. El griterío comenzó a molestarme, y me puse más nerviosa de lo común.
¿Cómo demonios entro?
Iba a ir a llorar a un rincón, cuando sentí que alguien choco con mi espalda, haciendo que casi perdiera el equilibro. Me voltee confundida, y me encontré con dos ojos arrepentidos. Era un chico, no tan guapo como Kyle, pero tenía su estilo, y lo mejor de todo es que parecía normal.
—Lo siento, ¿estás bien?—me pregunto tocándome el hombro. Yo asentí, y apreté mi bolso contra mi pecho, otra vez. El chico comenzó a caminar lejos de mi cuando caí en que quizás podría ayudarme.
—¡Espera!—exclame con voz ronca, me acerqué a el otra vez, y trate de sacar mi lado de bomba sensual.—¿Sabes cómo se hace para entrar? Es que nunca vine y estoy un poco perdida.—pregunté un poco tímida.
El chico me miró de arriba a abajo frunciendo el ceño, y luego sonrió.
—Si, la verdad es que no tienes pinta de venir a lugares así.—dijo riendo, mientras se ponía un cigarrillo en la boca.—Mira, si estás sola te hago pasar a ti, conozco todo el lugar, pero no puedo hacer pasar a tus amigas.
Lo miré debatiéndome si confiar en el o no, ya que al fin y al cabo es un desconocido que conoce todo un lugar ilegal y pasa cuando se le da la gana, ¿Kyle de verdad vale la pena?
—No, digo, mis amigas ya entraron.—dije mirándolo a los ojos, tratando de parecer convincente.—Y si, si pudieras hacerme pasar sería genial.—admití, sonriendo de lado.
—Si, está bien. Me llamo Max.—dijo y me hizo un ademán para que lo siguiera. Comencé a caminar detrás de él, pensando en que lío me metí.—¿Tu nombre, chica perdida?
—Grace.—digo siguiéndole el paso tratando de no chocar con nadie. El lugar era inmenso, y solo era la entrada.—Gracias...Max.
El se voltio para mirarme por solo unos segundos, y luego se encogió de hombros.
—Solo lo hago porque si te quedas afuera te van a comer viva, lo siento.—dijo riendo y yo fruncí el ceño.—Tengo novia, para que no te asustes.
Iba a contestarle cuando me di cuenta que nos habíamos salido de la multitud de personas, y nos estábamos acercando a un grupo de adolescentes que parecían estar discutiendo. Mi estómago comenzó a doler, y seguí a Max a paso lento y cuidadoso.
—¡¿Donde demonios estabas?!—exclamó un tipo gritándole Max.—Sabes que no les gusta que lleguemos tarde, ¿y quien es está?—dijo ahora señalándome a mi. Todos se voltearon, y me miraron mal, demasiado mal. Quería hacerme pequeñita y desaparecer. De la nada una chica de rulitos se me acercó con paso firme y me miró enojada.
—¿Que carajo haces tú con mi Max?—me pregunto quedando a pocos centímetros de mi cara. Quería morir, la verdad, pero no quería que ellos me mataran.—Contesta, zorra.
—Es solo una amiga de la familia, Abba.—dijo Max salvándome otra vez. Para ser un desconocido se preocupaba bastante.—No tenía donde quedarse hoy, y me acompañó, por eso llegue tarde, pero ya estoy aquí.—Murmuró en tono malhumorado.
—¿Eso es verdad?—dijo abriendo los ojos, y me miró arrepentida, dándome un poco de lastima.—Ay, dios, lo siento muchísimo.
—No hay problema.—Dije tratando de sonreírle, pero no pude. Ella me sonrió de todas formas, y me tomo de la mano dejándome confundida
—Ven entremos pero no te separes de mí.—dijo Abba, y luego tiro de mi brazo.

ESTÁS LEYENDO
El Chico del Tren
Novela JuvenilGrace Sanderson solo tenía que hacer una cosa: tomar el tren. Solo tenía que subirse en el y bajarse en la estación donde quedaba su respectiva escuela. Solo tenía que sentarse en el maldito asiento, cerrar los ojos y escuchar música para pasar el r...