Capítulo 1

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Lo primero que Sonia Robles pensaba todas las mañanas de cada día desde hacía unas pocas semanas era que no se quería casar.  Siempre que lo hacía se daba cuenta que haberse comprometido en matrimonio con Nicolás Jaramillo era la carajada más pendeja que podía cometer, sin embargo, terminar con la boda significaba terminar con su familia, con todas las esperanzas que tenían de no caer en desgracia.

¿Qué clase de pendeja eres, Sonia, —se decía a sí misma—, que dejas a la persona que amas por una familia malagradecida? La peor de todas, se respondía, porque después de todo, ella no era la única que iba a sufrir con esta pesadilla, Nico Jaramillo, de quien no se podía decir que era un santo, pero que que aún así, no merecía de cualquier forma vivir con una esposa que nunca podría corresponderlo, incluso aunque lo intentara con todo el corazón.

Sonia amaba a alguien más.

No es que Nico no fuera un buen partido, todo lo contrario, era el hombre más guapo y codiciado del pueblo de Villanueva, cabecera del municipio con el mismo nombre en el bello estado de Zacatecas, un rincón semidesértico cuna de grades eventos históricos de los que nadie parecía importase; y no, no era un chico feo, o pobre o desagradable, era simpático después de todo: No era mal hombre. Pero ahí mismo radicaba el problema real, que era un hombre. Sonia era (y hasta donde yo sé, sigue siendo) Lesbiana.

En el verano del 2010 Sonia era perfectamente consciente de lo que era, e incluso la gente de su alrededor parecía notarlo un poco, no hubiera sido un gran escándalo si lo hubiera gritado a los cuatro vientos, ya que era tan femenina como una piedra. Los tiempos de la secundaria se habían acabado, y la chica había comenzado su alegre etapa de preparatoria, dónde se había pasado los tiempos libres estudiando con ahínco, jugando en las escuadras deportivas mixtas del C.B.T.a 188 (su bachillerato), conviviendo con su prácticamente hermano Alejandro Suárez (al que le gustaba llamar Alekséi, ya que parecía ruso exiliado) y en tórridos romances con chicas sin importancia en esta historia.
Pero una tarde de ese verano, unas pocas semanas antes de las vacaciones la vida de la joven cambió para siempre.

Sonia se encontraba en la plaza, en el jardín, parada en el kiosco que según la leyenda había estado ahí desde la fundación del pueblo en 1692 cuando un puñado de campesinos y comerciantes establecieron la última villa del estado. El calor era abrazador, la lluvia se había retrasado considerablemente, y hasta el gobernador había anunciado que ya estaba planeando bombardear las nubes, pues la economía del estado dependía de las gotas que caían del cielo cada verano. Sonia acababa de salir del colegio, Alekséi y ella habían hecho una competencia para ver quien llegaba primero a la plaza desde el bachillerato que se encontraba en unas de las orillas del pueblo, a unos dos kilómetros. El que perdiera, habían decidido, pagaría los helados.

Este pueblo de Villanueva requiere una buena descripción antes de continuar el relato. En el centro de la plaza se hallaba el jardín, un espacio verde que ocupaba gran parte de esta, en cuyo centro se podía encontrar el kiosco, rodeado de altas palmas datileras, rosales, pastizales y truenos. Este espacio verde, de unos 300 metros cuadrados circundado por unas barandas de hierro pintadas de verde, estaba rodeado de una ancha banqueta hecha con gruesas baldosas de piedra, en la que siempre podían encontrarse los llamados Tamborazos, agrupaciones musicales locales que nacieron en ese mismo lugar hacía muchísimo tiempo que se componen de una tambora, dos o tres trompetas, un saxofón, un clarinete y una serie de tambores que solían producir un sonido estridente parecido a los que genera la banda Sinaloense pero un poco menos organizado. Al lado sur de esta plaza estaba el histórico templo parroquial de Villanueva, hecha de cantera rosa desnuda que albergaba la ancestral imagen de San Judas Tadeo, santo patrón de las causas imposibles, al que Sonia llamaba entre sueños para que la salvara de su matrimonio. Al oeste estaba la presidencia, una vieja casona de origen colonial de dos pisos hecha (igual que muchas cosas en todo el estado) de cantera rosa que ahora albergaba oficinas de gobierno, con sus habitaciones de techos altos y su gran patio central (muy parecida a la vecindad del chavo del 8, solía pensar Sonia). En Realidad, toda la plaza estaba rodeada por viejas casonas coloniales del tamaño de una cuadra que ahora se dividían en mucho pequeños comercios: peleterías, zapaterías, cafés internet, loncherías, artículos de plástico, papelerías… una hasta era un colegio privado. En esta plaza solía haber mucho ruido, ya que como el zacatecano normal que tenía fiestas tenía que tener un tamborazo amenizando, y por lo general había dos o tres tocando al mismo tiempo para ofrecer sus servicios, todos con una canción diferente.

El Peón Negro (Trebejos Negros Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora