Capítulo 2

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Todo el Tiempo estoy pensando en ti,

En el brillo del sol en un rincón del cielo.

Y Todo el tiempo estoy pensando en ti

Y en el eco del mar que retumba en tus ojos, soñé.

Todo el tiempo estoy pensando en ti.

En el brillo del sol y una mirada tuya, soñé.

Sí, te soñé, una vez más

Zoé-Soñé

Al día siguiente lo primero en que Sonia pensó fue en esa chica pelinegra, incluso tenía la sensación, aunque no estaba segura, de que había soñado con ella. Era una mañana triste y nebulosa, de esas que son tan típicas en Villanueva cuando Dios tiene ganas de enviar un chubasco, pero la joven Robles sonreía de oreja a oreja cada vez que recordaba los adorables hoyuelos de Poli Betancourt. Su padre le había soltado a la familia una aburrida conversación sobre como un ciudadano local se la pasaba comiendo nopales y corazones que recolectaba en su parcela para no gastar en comida, y de cómo este avariento sujeto ni siquiera compraba herraduras a su pobre caballo culi-seco con el pretexto de que pertenecía una raza azteca que podía pasar libre de calzado, pero Sonia no había prestado atención por estar navegando en las nubes. Incluso su madre tuvo que golpearla con la sartén de los huevos, disque por accidente, para que se decidiera si quería los huevos revueltos o fritos.

La madre de Sonia, Enedina Martínez, era una señora complicada. Se casó con su esposo, El señor Abraham Robles, un hombre que era más su antiguo apellido prestigioso que su verdadero valor como hombre rico, cuando era muy joven, y en poco tiempo se vio al cargo de dos hijos, Cesar y Sonia. César Robles era su adoración, en ese momento tenía 17 años y apenas sabía limpiarse el trasero por sí solo, aun así era un buen hermano mayor, quien nunca se jactó de ser el favorito (a pesar de que lo era). Sonia lo adoraba también, pues era un chico encantador, pero el afecto desmedido que su madre demostraba por él parecía fuera de lugar.

Enedina nunca fue tan cariñosa con ella como lo era con su hermano, pensó Sonia, César siempre fue la luz de los ojos de su madre, siempre tan atenta con él, siempre al pendiente de lo que pudiera necesitar. Enedina tenía otro comportamiento con Sonia, siempre fue un poco más dura con ella, todo el tiempo se la pasaba exigiendo lo mejor de su hija, tratando de mejorar su carácter con poco éxito. A Enedina no le caía en gracia muchas de las cosas que su hija hacía. No le parecía que el fútbol fuera una cosa hecha para una señorita de respeto, ni que fuera correcto que pasara tantas horas fuera de su casa con un muchacho a su lado, ni que se dudara que fuera muchacha normal.

Sonia no tenía nada de su madre. Ella era alta, su piel era clara pero no tanto como la de Sonia, tenía los ojos color avellana, era de complexión robusta, mirada severa y carácter duro. César sí que se parecía a su madre, pero tenía los mismos ojos dorados de Sonia, que ambos habían sacado de su padre, y éste los sacó de su padre, y éste de su padre, y según la leyenda los mismos ojos habían pasado de generación en generación en los últimos 200 años. César era alto, desgarbado, cabello negro, como su madre, mentón afilado, pómulos prominentes, labios carnosos, cejas espesas, pestañas gruesas y largas. Era muy Guapo. Claro, pero Sonia no se fijaba en la guapura de su hermano, es decir, tenía ojos, veía cuando un hombre no era feo, pero era su hermano, además de que a Sonia no le interesaba en lo más mínimo el género masculino. En conclusión para Sonia, César era la persona menos atractiva de mundo, al menos en lo que ella respecta.

El Peón Negro (Trebejos Negros Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora