Descubrí que la casa de Matt no estaba muy lejos de la mía. La tormenta ya comenzaba a detenerse, por lo que pocos copos caían sobre mi cabello. Mientras caminaba, pensaba en lo que haría mi padre al descubrir que no había muerto como él quería… ¿Terminaría él mismo el trabajo? Temblé de solo pensarlo.
Con unos pasos más, llegué a mi pequeña casa deteniéndome en la entrada. Cerré los ojos para intentar calmar mi temor. Al levantar mi mano derecha en forma de puño para golpear, la puerta de madera se abrió de una forma brusca y logré ver a mi padre, con los ojos hinchados. Lograba apreciar el hecho de que él no había dormido nada esta noche, gracias a las leves bolsas moradas bajo sus rojizos ojos. Él me miró expectante. Temblaba. Abrió la boca para decir algo, pero en vez de mencionar alguna palabra la cerró y tragó saliva fuertemente.
—Yo… Pensé…
Negué con la cabeza, mientras bajaba la mirada.
—Pensaste que había muerto… —terminé por él.
Él asintió con la mirada y se hizo a un lado para dejarme entrar al interior de la casa. Caminé frente a él y fui a mi cuarto para encerrarme allí hasta la noche.
(…)
No sé qué hora era. No tenía ni reloj, ni celular, ni ningún aparato que me lo dijera. Estaba oscureciendo ya y por mi ventana lograba ver las luces del hogar de Matt a lo lejos pasando por varios árboles y pequeñas colinas de tierra y césped. Recordé el cariño que recibí de parte de él y sus padres. Hace tiempo que no lograba comer sin hacer nada a cambio; ni limpiar, salir a buscar algo o tener que cocinar. Sandy cocinaba exquisitamente delicioso. También estaba la cama en la que dormí, era tan suave, olía bien y no le hacía daño a mi espalda como el colchón en el que dormía cada noche desde que mi madre murió.
Recuerdo que todas las noches ella se acercaba a mi cama y se acostaba conmigo. Yo me acurrucaba junto a ella para lograr sentir su calor y compañía. Algunas veces me cantaba canciones y cuando me las sabía, cantaba con ella. Otras me leía cuentos y libros hasta que el sueño me vencía. Pero lo mejor de todo, es cuando me llevaba algún peluche nuevo y dormíamos las dos abrazadas a él. En las tormentas, de esas donde aparecían los truenos y relámpagos, yo me iba a su cama a media noche diciendo que no lograba dormir y que me daban miedo los sonidos de la lluvia. Mi mamá y mi papá abrían las cobijas y yo me metía en el medio de ellos dos, luego mi madre me apretaba contra ella y se quedaba dormida.
Aquellos recuerdos lograban atormentar mi mente casi cada día desde que ella se fue. No lo eh logrado superar, si no es obvio. Me senté en mi cama mientras observaba mi silenciosa habitación, en busca de algo para divertirme hasta que la noche caiga y deba dormir para mañana ir a la escuela.
Busqué en una pila de libros que tenía en una esquina. Aquellos libros eran de mi madre, eran los que me solía leer por las noches.
Comencé a leer los títulos de cada uno. Algunas eran largos y gordos, pero otros pequeños y delgados. Estaba allí “Romeo y Julieta’’, la obra de William Shakespeare. Me quedé mirando la portada del libro, entonces lo tomé y lo dejé a un lado de los demás. Seguí viendo los otros títulos, pero me quedé con Romeo y Julieta. Me senté como indio sobre la cama, con las piernas cruzadas y comencé a leer las primeras páginas, recordando la voz de mi madre cuando me leyó este libro. Ella me había dado su opinión acerca de esta obra y yo le pregunté si podría comprar el libro y leerlo conmigo.
Un día ella llegó con él y de inmediato pedí que lo leyera.
Iba por la página 94 cuando me di cuenta de que la tormenta se había detenido. Ya era de noche y el frío nocturno comenzaba a sentirse en el aire. Marqué la página con un pedazo de papel y lo escondí debajo de mi cama. Sabía que si mi padre descubría que leía los libros de mi madre, los tiraría y me golpearía luego. Me acosté con la ropa que traía puesta, la que Sandy me había regalado e intenté conseguir calor cubriendo mi cuerpo con las finas sábanas, por más que fuera imposible.
En verano no sufría tanto por el frío de las noches ya que casi ni se sentía, e incluso a veces dormía sin cubrirme, pero en invierno todo era al revés. Algunas veces despertaba sin sentir nada de mi cuerpo por lo entumecido que se encontraba.
El viento soplaba y provocaba un molesto silbido cuando pasaba por la madera que conformaba la pared de mi habitación, la que daba al exterior.
Recordé el calor que sentí dentro de la casa de Matt, había sido tan acogedor que luego de irme comencé a añorar lograr algún día tener una casa igual que la de ellos, así de grande, caliente, con chimeneas y cuadros que decorarían las paredes para ese entonces. Y, pensando en mi futuro deseado, me dormí bajo el cielo nublado.