Miré a través de la ventana. En mi cabeza escuchaba la lluvia gritar detrás del arcoiris, con la esperanza de brillar a través de mis pupilas.
El mundo me parecía tan abominable que, las dulces hojas caídas de los árboles, llamaban al anochecer en busca de refugio. No soportaban el viento. La noche tenía un sabor amargo, delicado y áspero.
El invierno, la estación que nunca despedía a los trenes del calor, se acercaba. Sigilosa. Grandilocuente.
Mis suspiros olían de una forma tan imperceptible, que mi cuello albergaba casi todos sus aromas.
A partir de la medianoche, nada era real, tan siquiera la fina capa de luz que rodeaba las farolas. Sentía pavor por la oscuridad, a la vez que protección bajo las mantas de mi piel.
Aquella sombra, a lo lejos, me acechaba, llena de imperfecciones y sombras, dando vueltas en círculos hasta marear mi cordura y caer redondo, en un sueño del cual no podría volver a escapar.Repentinamente, el armario crujió. Debía de ser una de mis sutiles pero consolidadas paranoias. Odiaba mi cuarto, siempre pasaba lo mismo. Mi madre deseaba con ímpetu deshacerse de tal Guliver lleno de madera.
- Cariño, apaga ya la luz, venga. ¿No te tengo dicho que no te quedes despierta hasta después de las doce? -dijo entreabriendo la puerta del baño.
Mis ojos driblaron el regate de somnolencia que, inevitablemente, se hacía cada vez más latente. La desesperación por socorrer la viva y cálida llama de la vigilia me agotaba. A veces, me imaginaba tranquilamente mirando al techo, creando una visión clara y concisa de mi noche perfecta. Una radio sintonizada en la emisora de tranquilidad y serenidad. La paz nocturna que todo ser humano espera concebir en sus últimos parpadeos antes de caer rendido.
- Vamos a ver, ¿qué pasa? ¿Estamos como de costumbre nada más que dando golpecitos en la pared? Haz ya el favor de acostarte.
Sus férreas palabras sepultaron el silencio. El armario dejó de crujir y comenzó a dolerme el pie derecho.
Iba todo sobre ruedas, la verdad. No podía esperar que algún milagro me arrebatase toda esta conglomeración de sufrimiento mental y físico.La escuchaba suspirar, llena de impotencia. Sentía llana culpabilidad sobre mis acciones. Necesitaba descansar y topaba con una ardua frontera: el fino océano de hielo que se desencadenaba por mi situación.
¿Por qué era todo tan injusto? ¿A qué se debía tanto insomnio y ganas por salir de mi cuarto sin razón alguna?- No sigas, por favor... -susurró una de las paredes.
Cerré los ojos y mis emociones subieron como un ascensor hacia el miedo que sostenía bajo la piel.
El frío acurrucaba mis pies en la esquina de mi cama y mis zapatillas de estar en casa corrían por el suelo, dolidas, como lo hacían las lágrimas que caían de mis lagrimales.
Mi diario estaba en el segundo cajón de mi escritorio. Agarré fuertemente el borde de la cama con una mano y alcé el brazo para abrir el mismo.
Ahí se hallaba. Desolado como los estepicursores del Oeste y ahogado en mi llanto tan apenado.
El pequeño lapiz ayudó a que mis dedos bailaran suavemente sobre su cuerpo desnudo y, con mero cuidado, comencé a escribir.<<Querido diario, me encuentro tan sola. No lo entiendo. El día me parece tan candente y bonito y la noche tan fresca y mágica...
No sé qué hago mal. Parece que nadie me quiere por cómo soy, lo que digo y lo que hago. Cada vez estoy más cerca de convertirme en la indeseada de la familia. Mis amigos piensan que estoy loca, que quiero cantar a la luz de la Luna Llena mientras llueve y creer que hay vida después de la medianoche.
Yo creo que sí la hay, porque sino, ¿quien iba a cuidar de las plantas, del agua de los ríos, de las personas que van solas por la calle...? Mis compañeros piensan que debería ir a un psiquiatra porque me pongo a susurrar en medio de las clases, cuando sólo intento hablar con el reflejo de mi ser. Mi yo del ahora y del futuro o, bueno, así es como lo llamo yo...
Odio tener que sentarme cada noche en medio de mi cama, esperar a que alguien o algo acuda a cuidarme y, con dulces palabras, decirme que todo va a salir bien. Es tan surrealista que creo que estoy en un sueño sempiterno, del cual mi alma está irremediablemente condenada a perseguir...>>Repentinamente, se escuchó la puerta.
Bajé cuidadosamente, volando entre pequeñas columnas de silencio y pasos de gigante en celdas de ajedrez.¡Toc,toc,toc!
No paraban de tocar. Comenzaba a sentirme nerviosa. Mis labios temblaban y, en el fondo del salón, vi como Lula se había despertado.
Sus pequeñas patitas no paraban tampoco de tiritar de pavor. Apenas ladraba, solía ser muy sigilosa, aunque en aquel momento parecía gruñir de una forma muy disimulada.Los portazos cada vez se hacían más y más repetitivos. No sabía que hacer. El sueño empezaba a cavilar un poco bajo mis párpados.
- A...ayúdame...-susurró una voz ronca y casi afónica.
Me acerqué un poco más y, justo al lado del pomo de la puerta, puse mi cara pegada a la pared, queriendo escuchar con más claridad.
- ¿Estás ahí, verdad?
Volví a quedar en shock. Mis ojos quedaban abiertos de puro pánico.
- Estoy aquí, tranquilo...-intenté acompañar su dolor.
- Hola, pequeña, ¿cómo estás? Cuánto ansiaba tu espera...-endulzó la voz...
- Pero...¿nos conocemos de algo? -cuestioné con un nudo en la garganta.
Escuché pasos procedentes de arriba. Alguien bajaba las escaleras.
- ¿Jimena? ¿Eres tú? -se oían pasos bajando las escaleras.
Me escondí en el rincón que más alejado se encontraba de las mismas. Era mi padre. Tan oportuno como siempre. Alzó la vista y, dando vueltas alrededor de la mesa, logró capturar mi oculta presencia.
- Cariño...¿se puede saber que haces aquí? -se acunclilló.
- N...nada, es que no puedo dormir...-me tapé la cara con el pelo.
- Te tenemos dicho que no salgas de tu habitación si no puedes dormir...-sus palabras deleitaban finos compases en una bronca plagada de musicalidad.
Esperaba una charla de las suyas. Le encantaba tirarse horas muertas hablándome, como si fuese la paciente de su consulta.
Me agarró y me llevó a la habitación.
Eché un vistazo hacia atrás, visualizando cada parte de la puerta, de arriba a abajo, esperando hallar alguna pista que me llevara a saber algo más de aquella y misteriosa voz, pero no alcancé a ver nada.Minutos más tarde, acurrucada y arropada en la cama, me sometí a una cadena perpetua de cuestiones dubitativas acerca del por qué y el cómo. Unos sin fines y sempiternos argumentos que terminaban por darme sueño.
- Vale, y, contéstame a algo. ¿Por qué tienes un cuaderno pequeño en tu cajón? -me miró fijamente.
- Es un diario, no un cuaderno -giré la cabeza hacia la ventana.
- Escucha...-dirigió sus dedos a mi mentón-. No tienes por qué avergonzarte, yo también he escrito mis cosas cuando era un chaval.
- Lo que escribo no son solo cosas, ¿sabes? -levanté mis cejas sonriendo suavemente.
- Y para mi tampoco, hija. Mira, nunca he dudado de lo brillante que eres, pero en ciertas ocasiones me preocupan tus comportamientos...
Miré hacia el techo. Buscaba salidas, soluciones, suspiros con aliento dulce.
- No lo entiendes, papá. Llevo unos días que no pego ojo por verme sola y aturdida. No me siento cómoda y, cuando estoy en mi cuarto, me apetece sentarme y escribir un poco.
Se levantó. Sus dedos rozaron suavemente mi cabello descansado en la almohada.
- Espero que descanses, mañana será otro día. O, si quieres verlo a tu manera, haz que sea de día cuando tú quieras. Teniendo tu edad, la oscuridad era mi mejor aliada y el tiempo no existía. Hasta mañana.
Cerró la puerta. En ese momento, cogí mi pequeño lapiz y mis pensamientos hicieron el resto en el candente cementerio de mi diario. Hojas que debía rellenar en tierra y piedra, protagonizadas por reflexiones e ideas fuera de lo normal.
"Querido diario, creo que no existe el mañana o,al menos esta noche,no quiero verlo. No para de retumbar en mi cabeza la voz aquella tan melódica y a la vez tenebrosa. Deseo volver y descubrir que es lo que esconde la Luna Llena."
![](https://img.wattpad.com/cover/124694445-288-k555801.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El Secreto De Diciembre
EspiritualSe trataba de Jimena, la niña de ojos diamante. Adorable en todo su esplendor. En ella, el amor hacia los libros y el misterio que éstos le provocaban, hacía que contemplase el mundo al revés. Sempiterno era su palabra favorita del diccionario, Dici...