El Secreto De Diciembre

Lugar Paralelo

Confundida, decidí entrar y buscar a mis padres.
Se encontraban en la barra, callados, cavizbajos.

- ¿Qué ocurre? -dije preocupada.

- ¡¿Que qué ocurre?! -dijo mi padre dando un palmotazo-. Estamos hartos de que estés siempre en tu mundo y no puedas comportarte como una mujer, que ya eres mayorcita. Por dios, que angustia, de verdad.

Quedé en shock. La respiración se me entrecortaba.
Mi madre no paraba de darle vueltas a la jarra de cerveza, como queriendo evadirse de la discusión.
Repentinamente, se giró.

- Cariño, no sé que te está pasando últimamente, pero llevas una semana con una cara más pálida que el pan cada vez que te vemos.
¿Quieres que pidamos cita al médico o algo?

En aquel instante, una brisa gélida recorrió mi nuca.

- No. No pienso ir a ningún sitio. Estoy bien. Quizá deberías ir tú por estar constantemente mirándome y pensando que estoy mala. Lo diría si fuese así.

Mi madre suspiró y, junto a mi padre, se fueron hacia el exterior. Se sentaron en una mesa y comenzaron a hablar.
Noté una pequeña angustia en el pecho. Tenía ganas de volver a casa.

- ¡Jimena! -escuché a lo lejos-. Ven aquí, hay un chico que quiere verte.

Sorprendida, salí disparada para ver de quién se trataba.

- Ho...hola. No sé si me recordarás, soy uno de los que viste ayer en el parque.

Para mi sorpresa, me sentí cómoda.

- Tranquilo, si has venido a disculparte no te preocupes.

Mis padres se extrañaron de aquel momento tan inesperado.

- Anda, no sabía que os conocíais -dijo con asombro.

El chico se puso rojo como un tomate. En cuestión de segundos, se despedió amablemente y salió corriendo hacia uno de los coches que estaban aparcados.

- ¡Espera, espera! -grité desesperada yendo hacia él-. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

- Estaba con mis amigos y te vi cuando entraste -se rascó la cabeza.

- Ah bien, y escucha, ¿por casualidad conoces al hombre ese que se metió de por medio cuando os acercásteis a mí?

- No, pero suele pasear un montón de veces por el parque. Cuando me vuelvo a casa sobre las nueve, casi siempre que lo veo, está en un banco y se pone a leer. Es muy raro.

No había palabras para describir esa sensación de curiosidad que se posaba en la rama de mis dudas existenciales. Necesitaba volver a ver a ese hombre y hablar con él. Quizá pueda comprender a que se debió ese sobre y aquel inesperado pero, a mi parecer,  poco casual momento.

Reanudamos el viaje y faltaba poco para llegar al pueblo de mis abuelos. Ibamos de visita todos los sábados. Tenía ilusión de volver a verlos, sobretodo después de que mi padre me contara aquella anécdota tan impactante. Seguramente tendría más momentos de reflexión y filosóficos con los que pudiera quedarme embobada.

- Jimena, ¿te apetece que vayamos al río después de comer? -preguntó mi madre con gran entusiasmo.

Asentí. Hacía años que no paseaba por los senderos tan puros que se encontraban a las afueras del pueblo. El río era mi lugar favorito. Me ayudaba a despejarme y a pensar que la realidad solo se trata de aguantar los golpes bajos y contratiempos que la vida te muestra en el camino.
Lo sé, todavía era muy joven para entender los verdaderos problemas que surgen cuando eres mayor, pero mis padres siempre me habían dicho mil veces que la ropa no hace a la persona, sino sus actitudes y acciones.

Llegamos muy cansados y, después de saludar a mis abuelos, nos tumbamos para descansar.

- Madre mía...qué cuerpos me lleváis. Y porque acabáis de llegar...-no dijo mi abuela desconcertada-. Y tú, ¿qué? -dijo mirándome- Anda que me dices lo guapa que está tu abuela.

Me dio por reír. Llevaba puesta su blusa de hace 10 años y unos rulos de espanto.

Llegó la hora de comer y mi abuelo me llamó desde la cocina para que fuera a ayudarle a poner la mesa.

- Luego tengo que hablar contigo -sonrió pícaramente.

- Vaya, intrigada estoy, a saber qué será -reí.

Me rodeo con su brazo.

- ¿Recuerdas aquel árbol que está casi al lado del río? -susurró.

- Claro, ¿por qué lo dices?

- Porque hay algo que debes saber respecto a ello...

Me tenía en ascuas. Tenía que esperar aún la siesta para poder ir y saber de qué trataba esa historia tan misteriosa.
Pese a ello, era consciente de que valdría la pena aguardar el momento.