18 de Diciembre de 2004

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Los rayos del Sol había entrado por los pequeños rincones de mi habitación. Silenciosos. Cautivadores. Llenos de vida.

Un pequeño redoble de emociones florecían sobre mis pestañas e, inmediatamente, levanté mi pequeño cuerpo.

El armario seguía ahí. Cansado de esperar a que metiera las zarpas y sacase la ropa nueva que mi madre había, con tanta ansia y nerviosismo, colocado al dedillo.

- ¡¡Mamá!! -grité enérgicamente-. ¿Dónde está la chaqueta de florecitas azules?

Al momento, oí como venía a toda prisa.

- ¡No, por dios! Pero, ¿¡cómo te vas a poner eso con el frío que hace ahora!?

Señaló con el brazo la chamarra con capucha de pelo que se encontraba en una de las esquinas.

- No voy a estar cómoda con eso, además, me voy a dar una simple vuelta a la manzana...

Estaba deseando con esa mirada decaída visitar millones de rincones por el pueblo.

- Bueno,mira,ponte como quieras. Total, vas a ser tú la que pase frío -podía apreciar el vaho.

Mis pequeñas manos de porcelana, estaban pintadas de un blanco tentador para el temible viento del invierno. Mis pies, con pintauñas recién echado, parecían aun más diminutos de lo que ya eran.

-Pues yo te veo bastante bonita, la verdad -dijo uno de los rayos más candentes que seguían atravesando mi ventana.

- Anda, calla, que no tienes ni idea de vestimenta. La chaqueta le queda más mona que la chamarra -la lámpara del techo entraba por medio.

Quise poner orden. La última palabra sabía que la tenía yo, aunque, dijesen lo que dijesen mi madre llevaba razón.

Baje hasta el cuarto de baño. Me sentí por un momento mareada. Había dejado la puerta entornada.

- ¿Estás bien? -dijo mi padre inmerso en preocupación.

- Tranquilo, no es nada, suele pasarme a veces.

La verdad es que ni yo misma sabía a qué venían esas pequeñas náuseas. Quizá la noche me había jugado una mala pasada. Tanto pensar en quién sería la voz que se escondía detrás de la puerta, totalmente opaca a mis deseables ganas por conocerla.

- Uno...dos...tres...

Contaba con los ojos cerrados frente al espejo y, en el mismo, notaba el reflejo de una faceta totalmente desconocida en mí.
Fruncí el ceño hasta que llegue a veinte.

- Cielo, ven aquí un momento -dijo mi padre sentado en el borde de la cama.

Parecía enfadado. Molesto por mi actitud.

- ¿Qué es lo que te ocurre? Anoche te vi que bajaste al salón y te escondiste y, esta mañana, estás rara.

- ¡El desayuno! -ensambló mi madre inesperadamente.

Corrí hacia mi cuarto. Necesitaba desahogarme. Llorar. Sentirme. Vivir la desconocida emoción a la que estaba sometida.

A los cinco minutos, volví a la habitación de mis padres. No quería bajar. Seguramente iban a empezar a cuestionarme de todo.

Alcé la vista a mi alrededor, sentada con las piernas cruzadas en el centro de la cama. Movía la cabeza y tocaba las yemas de mis dedos de una mano con las de la otra mano.

De repente, alcancé a ver una pequeña caja arrinconada al lado de la cómoda. Me incorporé.
Había un retrato de una niña y bocetos hechos a mano de una forma muy peculiar.

- Jimena, ¿qué haces? Venga, te estamos esperando.

Acudí con aquella duda sobre mis hombros. ¿A qué venían aquellos extraños dibujos? Mis padres no dibujan, les gusta, pero prefieren hacer fotografías.

Las escaleras se me hacían super interminables. Las piernas me pesaban y, toda la energía que había obtenido al levantarme, desapareció por completo.

En la mesa, mi plato estaba lleno de lágrimas de preocupación y desamparo. Estaba ya servida.

- Vamos, ¿qué te pongo? ¿Quieres de estos cereales de bolas que te encantan?

Asentí mientras le daba vueltas al tenedor. Las tostadas del centro parecían moverse del dolor de cabeza que tenía.

- ¿Y tú quieres irte conforme estás? -reían.

- Pues sí, a ver si me despejo un poco -levanté la ceja mirando fijamente  a mesa.

- Mira que me extraña que quieras irte a estas horas, pero bueno...-giró mirando hacia el reloj.

Le miré a los ojos con una ímpetu de impotencia.

- A mí sí que me extrañan otras cosas que no espero encontrarme por ahí y no digo nada -se dilataron mis pupilas.

Se miraron mutuamente confundidos.

- ¿Cómo cómo? -soltó el trozo de tostada que sostenía.

- Nada, nada -continué masticando.

La televisión creaba interferencias, seguramente del enorme cabreo que llevaba encima.

- Déjala, ya se le pasará. Vete a dar una vuelta y cuando regreses ya hablaremos -se levantó.

Fui hasta la ventana. Dirijí la mirada hacia dos nubes que parecían un oso y un zapato.
Respiré hondo, agarré la chamarra y salí de casa.

<<¿Por qué eres así?>>-me pregunté entre los pensamientos que saltaban a la comba en mi conciencia.

Hacía buen día. Ni calor ni frío.
La gente me miraba como si quisiera decirme algo, pero no  caí en la cuenta de que llevaba la capucha puesta. Qué estúpida parecí por un instante.

Mis pasos iban al compás del silencio que provocaban los suspiros de mi corazón y el radiante Sol no paraba de observarme de reojo. Mi vida la contemplaba pasar por la delgada línea que había entre la curiosidad y la desesperación.

El Secreto De DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora