EPÍLOGO

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—Las noticias que me van llegando de tu equipo son, desde hace ya tiempo, desalentadoras —le dice la celestial voz del Alastor-Mandrad con cierto resentimiento en su tono, voluntariamente buscado, lo que no impide que las paredes parezcan retumbar con ella—. Una vez más, hemos perdido la oportunidad de contar con la profecía de nuestro lado.

—Lo siento, mi señor, no era mi intención fallaros, pero las cosas no han salido como esperábamos —responde ella con fingida cortesía.

—¿Qué debo hacer yo ahora, entonces? No solo has fallado estrepitosamente, sino que, además, te has ido en busca de esa falacia que son los cuervos, ¿es que acaso no aceptarás nunca que son una caricatura de lo que fueron en su día? —Hace un alto para levantarse del enorme sillón, que se parece sospechosamente a un trono, y coger de manera distraída un enorme arco sin cuerda que descansa sobre una mesa cercana, centrando su atención en algún detalle que le llama la atención del arma. El pelo de la nuca de Ahri se eriza en señal de alerta.

—Quizá debiera tener en cuenta los éxitos que mi equipo ha tenido durante estos años. No sería justo hablar solo de este fracaso puntual —responde ella, soltando con disimulo la pequeña cincha que sirve de seguro para la espada que lleva a su espalda y acercándose al brillante muro de la sala para recuperar algo de la distancia que ha perdido al acercarse el gigantesco ser a la mesa, donde estaba el arco sin encordado.

—¿Éxitos? Los últimos cuatro profetas que has ido a capturar han muerto sospechosamente, Ahri. Al principio, me pareció mala suerte. La empresa era difícil; pero, poco a poco, me pareció sospechoso. —El enorme gigante, que saca aproximadamente dos metros de altura a Ahri, se gira para apoyarse sentado en el borde de la mesa, con el arco cruzado ante él—. Después empecé a pensar que me había equivocado contigo y que eras incapaz, lo que claramente señalaban tus acciones desordenadas y sin concierto. Pero después, una malévola idea se me ocurrió; pero no, no puede ser, pensé. —Alastor-Mandrad hace un pequeño alto dramático en su narración—. ¿Puede ser que Ahri tenga un futuro profeta guardado y espera que llegue su turno para tenerlo de su parte?

—¿Para que querría yo un profeta propio? —pregunta ella con voz cautelosa y sus ojos, como esmeraldas, entornados.

—Eso mismo pensé yo, hasta que comprendí que eres Ahri de los lobos. Llevas cientos de años hollando la tierra, maquinando, y entonces decidí vigilarte más estrechamente. —Ahora el tono de la voz del renacido se vuelve peligroso—. Y así llevo varias décadas, conociéndote y aprendiendo de ti.

—Podrías haber preguntado en primer lugar; te habrías ahorrado años de espera —responde ella ahora tratando de provocarle.

—Soy eterno, Ahri, tú no. Para mí, estos años han sido un parpadeo insignificante, y admito que ha sido interesante conocerte y descubrir cosas de ti que nadie más parece saber.

—¿Qué crees haber descubierto? La curiosidad mató al gato, ¿recuerdas?

—Que tu odio hacia los cuervos viene de muy lejos, de antes de que existieran. Otro de mis equipos guía capturó a un cuervo viajero, buscadores, los llaman, que habló poco, pero contó cosas interesantes. De todas ellas, la que más me llamó la atención fue descubrir que tienes familia, Ahri; mal avenida, pero familia, al fin y al cabo.

—Ten cuidado, Alastor-Madrad. Peleo bajo tu bandera por deseo propio, no me hagas cambiar de opinión —responde ella, desafiante ahora.

—Ahri de los lobos, ya no te queda crédito entre los míos. Tu sentencia ha sido unánime y será ejecutada inmediatamente.

Apenas termina de decir esto, una poderosa flecha etérea aparece en el arco sin ninguna cuerda que tensar y la dispara contra Ahri, que la esquiva con pasmosa facilidad invocando una Khanut que no mana del poder del renacido, como corresponde a un Nexus.

Alastor-Mandrad no puede evitar su sorpresa al percibir como la Khanut pura fluye hacia la mujer desde el entorno que la rodea, dejando su dulce y azulado rastro mientras ella esquiva la flecha etérea y salta hacia él con un espada apuntándole amenazadoramente. Como respuesta, él invoca un escudo y armadura de poder, con la calma que da saberse superior, para interponer el escudo en el camino de un arma que ignora la energía utilizada para crearlos, diluyéndola con su contacto, para abrir por primera vez la carne de un renacido que jamás había sangrado.

La sorpresa ante el tajo se une a la desesperación de saberse vulnerable, y es esta revelación la que le hace mortal en un instante, que saborea poco antes de que la mujer, sin rodeos, lance un tajo mortal al descubierto cuello de un ser casi divino, totalmente desconcertado por la situación.

Unas horas después, la mujer emerge a la luz del sol de nuevo en lo alto de la montaña, donde se encuentra el acceso a la antigua ciudad de los renacidos, oculta ahora a los ojos de los humanos. Sobre su espalda, colgada, la espada que se ha revelado mortal y cuyo nombre, desconocido para ella, ha desvelado Alastor-Mandrad con sorpresa antes de morir: El filo del ocaso.

Casi no puede creer que haya vivido con miedo a alguien que ha matado con tanta facilidad, finalmente.

—Soy Ahri de los lobos y juro no volver a temer jamás a nada, ni a nadie —grita con voz en pecho.

Percibe una pequeña oleada de Khanut que ha viajado buscándola, activa unas pequeñas franjas similares al rastro dejado por un zarpazo de lobo que se esconde bajo una de las protecciones de sus muñecas, que le permiten conectar con alguien con quien hace tiempo que no tenía contacto.

—Hola, querida —percibe una voz melosa, una voz que encierra tanto mal que se estremece al escucharla.

—Hola, Yaiza-yaffa, ha sido mucho tiempo sin saber de ti —responde Ahri.

—Pues ese tiempo ha pasado; lo que tenía que ocurrir ha ocurrido, el último de la lista ha caído —responde la misma voz con un tono triunfante.

—Entonces, pongámonos en camino, tengo algo que hacer antes de que la rueda comience a girar. He encontrado a un antiguo amigo con el que tengo una cuenta que saldar —cierra la conversación llevándose la mano a la cintura, buscando una bolsa que ya no está, perdida en Damasco.

De cómo Gunthar perdió el colganteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora