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Y fue ahí cuando se dio cuenta, cuando vio su blanco y tan pálido cuello. Cuando la vio a ella toda delicada, pequeña y pareciendo tan frágil. Cuando fijo sus ojos en ella y la comparó con la nieve más fina que jamás alguien sentiría.

Cuando sintió la necesidad de tocarla y sentir su apetecible y seguramente calida piel sonrosada en sus mejillas, mmmh su sangre, sus venas eran tan notorias en ciertas partes de su pequeño cuerpo gracias a lo fina y pálida que era su piel.

Cuando sintió el deseo asfixiante de protegerla de los demás de llevarla a su casa, esconderla en su sótano, atarla a la silla metálica, desnudarla acariciar todo su precioso y frágil cuerpo hacer "pequeños" cortes en sus brazos y piernas, tatuar sus iniciales con una navaja en su abdomen para que nunca se olvidara a quién le pertenecía, lamer sus heridas, saborear su sangre, escuchar sus gritos y súplicas de dolor que lo excitarían más, si es posible, estar entre sus piernas, lamer su carne sensible y sentir su picante sabor, entrar en su apretado lugar secreto y desfallecer de placer por lo estrecha que seguro era, que toda su crema blanca se descargara en su interior y así sentirla completamente de su propiedad cuando su semilla diera fruto en su pequeño vientre.

Cuando sintió la necesidad de encadenarla a su lado y hacerle daño por el resto de sus vidas, cuando quiso protegerla de todos menos de él.

Fue cuando se dio cuenta de que no debía acercarse a esa pequeña de catorce años. No todavía, todavía debía esperar para tener a su niña entre sus brazos y lastimarla sin que nadie se interponga.

"Prometo amarrarte y lastimarte, prometo hacerte infeliz hasta que la muerte nos separe".

A torturar a la víctima.

Divagaciones...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora