Ahí estaba otra vez, enorme, intimidante. Era negra como una noche tormentosa y daba tanto miedo como una.
Se levantaba imponente con todos sus músculos, todos aquellos relieves de carne dura y trabajada protegida por el cuero cubierto de cabello negro.
Era alta, en cuatro patas era más alta que yo, su cabeza se alzaba orgullosa. Su postura imponiendo respeto y haciéndome sentir inferior, débil, inservible.
Levanté mi cabeza para ver lo que siempre me causaba curiosidad, sus ojos, rojos como la sangre y con unas grandes pupilas negras. Sus orejas triangulares estaban tensas hacia arriba, en alerta y aportando a su postura intimidante.
Puso su mirada, su escalofriante mirada sobre mi haciendo contacto visual, rojo contra miel, miel, que patético que suena, incluso el color de nuestros ojos me indicaba que yo era la más débil.
Sus ojos se entrecerraron como cuando frunces el ceño, y me miró acusándome desde su altura, no movió ni un solo músculo, la habría confundido con una alucinación mía si el viento frío no moviera su pelaje indicándome que realmente estaba allí.
Una ráfaga fuerte hizo volar mi cabello desde atrás hacia adelante cubriéndome la cara, la ráfaga llegó hasta su hocico, lo frunció olfateando, lo arrugó hasta mostrar sus dientes blancos y relucientes, aquellos enormes colmillos me daban mucho miedo.
Su postura cambió muy rápido, ahora estaba con las orejas agachadas en signo de enojo, su cabeza bajó hasta estar a la altura de sus hombros, sus cuatro grandes patas estaban un poco flexionadas como esperando para saltar sobre mí.
Gruñía en mi cara, demasiado cerca, fue cuando me di cuenta de que aquello no era como en mis sueños, de alguna forma yo había llegado al bosque y ahora "eso" que aparecía cada noche en mis sueños estaba frente a mí en carne, hueso y ese rojo intenso que comenzaba a brillar y lo hacían tan especial, un ser admirable, que aunque daba miedo era imposible no admirar su belleza.
Pero en ese momento lo único que yo pensaba era que estaba a punto de morir. Y de pronto como si pudiera leer mi mente, se tranquilizó, sus dientes y colmillos quedaron ocultos de nuevo en su boca, su cola larga comenzó a agitarse como la de un perro feliz, sus ojos se suavizaron, y si esto ya no fuera una completa locura habría creído que mi mente imaginó la sonrisa que surcó sus labios, bueno, hocico.
Su enorme cabeza se inclinó hacia mi rostro, su nariz tocó la mía y pude sentir la humedad en ella, sacó su lengua tan roja como sus ojos y la pasó por toda mi mejilla izquierda, restregó su nariz por mi cabello y tomándome por sorpresa levantó su cabeza y apuntando a la luna llena, aulló.
La Bestia comenzó a retorcer su rostro, con expresión de dolor, su cuerpo comenzó a contraerse de una manera antinatural, sus huesos crujían tan fuerte que llevé mis manos a mis oídos en un vano intento por no asustarme más, comencé a temblar y lágrimas saladas corrían por mis mejillas, un dolor en mi pecho me impedía gritar, cerré los ojos no queriendo ver más de eso, me agaché y lloré como una niña estúpida en el pasto.
Hasta que lo único que se escucharon fueron mis sollozos, ya no habían huesos crujiendo, ni aullidos, ni... pasos, oía pasos acercándose, unos enormes brazos rodeándome y levantándome del sucio suelo como a un bebé.
"Ya no llores. Yo te protejo, amor mío".
Su voz ronca pero susurrada me logró calmar de una forma inentendible.
"Mírame".
Obedecí su orden abriendo mis ojos lentamente chocando con unos rojos, pero estos se volvieron oscuros a los segundos, unos mechones de cabello negro como la noche se cruzaban sobre su frente bronceada, su nariz encajando perfecto con su rostro, y sus labios color vino, el inferior ligeramente más carnoso que el superior, se estiraron en la sonrisa más blanca que había visto jamás, unos dientes perfectamente alineados.
Su pecho estaba desnudo y no quise descubrir si el resto de su cuerpo también, el sólo pensarlo hizo que mis mejillas ardieron, de seguro parecía una manzana y lo confirmé cuando él rió.
Iba caminando hacia el interior del bosque conmigo en brazos, miré alrededor en busca de La Bestia con la esperanza de que estuviera por allí pero no, no estaba alrededor, estaba cerca, muy cerca de mí, lo sabía, había algo diferente en esos ojos.
"Eres tú".
Susurré. Él sólo asintió con su rostro serio esta vez y mi lengua no pudo contenerse.
"Eres precioso".
Su hermosa sonrisa volvió a surcar su también precioso rostro y estoy segura de que mis mejillas volvieron a tornarse rojas.
" Te llevaré a casa y no te dejaré ir nunca. Voy a hacerte muy feliz, lo prometo, pequeña".
Ese día mi vida cambió, ya no estaba sola, no era débil, ya no soñaba con La Bestia, vivía con ella, y ella resultó ser él, el hombre que más amo en el mundo, el hombre que mataba por mí, el hombre lobo...